Jorge Legorreta
Mitos y rostros de las invasiones ilegales

En las últimas semanas se han producido desalojos violentos contra cientos de colonos pobres asentados en las zonas ilegales de la ciudad. A Las Maravillas en Cerro de la Estrella y La Cañada en Ixtapaluca, habría que agregar Lomas del Seminario del Ajusco en 1989, Caltongo, Xochimilco, en 1991, Chimalhuacán en 1994 y Sierra de Guadalupe en 1995, sólo por citar los más recientes. Todos, sin excepción, han demostrado la fuerza autoritaria de un gobierno que por décadas ha sido incapaz de detener la urbanización de las reservas ecológicas. Tal incapacidad gubernamental surge de tres mitos.

El primero es creer que sólo los pobres invaden ilegalmente dichas zonas. En los últimos 15 años la ciudad ha crecido 780 kilómetros cuadrados, de los cuales 690 fueron áreas agrícolas y boscosas. Se estima que sólo 250 kilómetros cuadrados de éstas se han ocupado ilegalmente por colonos pobres.

El área restante ha sido destinada para fraccionamientos de sectores medios y altos, industrias, grandes conjuntos comerciales, vialidades regionales, obras hidráulicas y hasta proyectos recreativos como el Parque Ecológico de Xochimilco. A todos ellos se les ha brindado la legalidad.

El segundo mito es creer que los migrantes rurales son las causantes del caos y del desorden urbano, poblando zonas inadecuadas que dañan el medio ambiente. La mayor parte de los colonos invasores no provienen del campo; son expulsados por la propia ciudad debido a las obras que la modernizan. Los primeros pobladores del Valle de Chalco, el asentamiento de pobreza más grande en América Latina, fueron desalojados por los ejes viales entre 1978 y 1981. La moderna edificación de Santa Fe, la regeneración del Centro Histórico, las grandes plazas comerciales y en general todas las nuevas obras en las áreas centrales, provocan valorización del suelo cuyo resultado es el incremento de las rentas; ello junto con la casi nula oferta de viviendas populares son causas fundamentales que han incentivado la ocupación ilegal de las reservas ecológicas.

El tercer mito es creer que la invasión de reservas son acciones clandestinas comandadas por promotores o líderes igualmente clandestinos. Nada más falso. Se trata de influyentes líderes públicos articulados a las estructuras políticas, principalmente del PRI.

Su influencia y poder se los ha brindado el propio sistema político, quien los necesita para fortalecer las desacreditadas funciones electorales. Se les permite, ampara y hasta protege para urbanizar las reservas ecológicas a cambio del control político de sus agremiados.

Dicha función política, conocida como corporativismo, no podría ejercerse por la vía legal; sólo la ilegalidad para fraccionar la tierra y gestionar los ínfimos servicios permite el control político del promotor, así como la exclusión de las dependencias públicas y, por ende, la apropiación de cuantiosas ganancias exclusivamente para el dirigente y su grupo.

Las consecuencias de los desalojos las sufren los colonos, quienes pierden no sólo parte de sus ingresos, sino el aporte de su trabajo gratuito dado a las obras públicas para la colonia; mientras tanto los líderes siguen intocables y actuando incluso en otros lugares.

Los desalojos violentos se han presentado cuando los dirigentes han roto las reglas del poder e invariablemente en épocas preelectorales. Durante las elecciones la ciudad y sus reservas ecológicas vuelven a ser ocupadas.

La ilegalidad estaría explicada así, no por la falta de planificación o legislación más estricta, sino por la necesidad del voto cautivo que intenta desesperadamente mantener la vieja e ineficiente maquinaria política en el poder.

¿Quiénes son los rostros públicos y cuáles las redes políticas que amparan las invasiones en las reservas ecológicas? Habrá que descubrirlas sin el mayor esfuerzo entre las esferas gubernamentales y las estructuras políticas partidarias.

He aquí un acuerdo pendiente que rebasa la capacidad planificadora de la regencia y sus programas de desarrollo urbano. Un acuerdo para desarticular el corporativismo urbano sería la única vía para preservar parte de las reservas ecológicas que, por fortuna, todavía tenemos en la ciudad.

Mitos y rostros del poder tienden todavía a esconder en estos tiempos de realidad virtual los reales procesos de la urbanización ilegal.