El título y la cobertura periodística del último libro de García Márquez, Noticia de un secuestro, parecen sugerir sólo un gran reportaje sobre la plaga del narcoterrorismo y su ola de secuestros en la Colombia de 1990 y 1991. Para felicidad de sus lectores el volumen no se reduce a ello. Se trata de un texto tan atractivo como Cien años de soledad. Es verdad que los tiempos narrativos de los dos libros son claramente distintos; en uno caben varias generaciones de personajes y, en el otro, sólo algunos años de la vida de unos cuantos hombres y mujeres. También es cierto que la novela clásica de García Márquez es hija de la ficción y, la más reciente, de la realidad. Pero lejos de esas obvias diferencias ambos libros comparten ingredientes esenciales: un ejercicio de escritura capaz de provocar la emoción duradera; los recurrentes contrastes entre civilización y barbarie; el robustecimiento de una minuciosa soledad y la presencia de algo perturbadoramente significativo: ciertos poderes invisibles que trastocan la vida de los hombres; divinidades de carne y hueso que, desde la sombra, truncan destinos y siembran calaveras.
Como se ve, las similitudes de las dos obras son más profundas de las que las apariciones, en sus páginas, de esos hechos insólitos que deslumbran, sin pudor, la vida cotidiana. ``El realismo mágico'' presente en Noticia de un secuestro y en Cien años de soledad sólo es el telón de fondo donde las coincidencias primordiales de ambos libros se multiplican. En el imaginario Macondo la sangre corre por sus calles y, en la realísima Colombia, los cuerpos ajusticiados de prostitutas, tirados a las orillas de los caminos, aparecen y son vistos como latas de cerveza. Y es en esas escenas absurdas donde el novelista entreteje, en su última novela, la trama profunda de la angustia y la soledad con los hilos sangrientos del submundo criminal.
Los personajes de Noticia de un secuestro son, como en toda buena novela, suficientemente complejos. Los narcotraficantes, por ejemplo, charlan de los muertos en su haber, confinan a sus rehenes a minúsculos cuartos llenos de humedad, sin luz, donde debe hablarse en susurros. Pero también lloran inconsolables por la ejecución de uno de sus secuestrados, cantan el happy birthday a otro, comparten con otro más su afición a las telenovelas y organizan fiestas de despedida para las víctimas que serán liberadas. Bregan incesantemente por el dinero y con ese mismo ahínco lo despilfarran; defienden con brío su vida e invocan cada instante a la muerte. Esclavos de sus rehenes padecen con ellos la soledad y el aislamiento, el miedo al dudoso futuro, la comida asquerosa y los espacios inmundos.
Si la reconstrucción literaria de las personalidades de Maruja Pachón y Alberto Villamizar son notables (los relatos de este matrimonio son el centro de la novela), también es notable la forma en que se nos permiten vislumbrar las personalidades de los narcos, incluida la del mismísimo Pablo Escobar cuya presencia, aunque invisible, se encuentra en todo el libro. La técnica que García Márques utiliza para acercarnos a la mentalidad de los narcos es asombrosamente reporteril: nos ofrece la crónica de sus días; nos permite verlos implorar, con devoción pervertida, el auxilio de los santos para salir con éxito en sus crímenes, o medir los odios de Escobar por las toneladas de dinamita que invirtió en tal o cual atentado.
La noticia del último libro de García Márquez es doble: por un lado de cómo el narco se puede introducir en la cultura de un pueblo mediante la filosofía del dinero fácil. Es decir: de cómo la ley se convierte en ``el mayor obstáculo para la felicidad, que de nada sirve aprender a leer y escribir, que se vive mejor y más seguro como delincuente que como gente de bien''. La segunda novedad es que con este libro García Márquez alcanza, con maestría, el otro extremo de su ejercicio prosístico. Si con Cien años de soledad su narrativa de ficción llegó a su mejor momento, con Noticia de un secuestro consiguió llevar a sus límites la prosa de su trabajo periodístico. Hay que decir que ninguno de esos dos libros son hijos de un repentino golpe de genio. Ambos son producto de un largo y gozoso trabajo de escritura: Macondo nació en la imaginería de La hojarasca, ensanchó su vida en La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande, y la soledad descarnada adquirió peso en El coronel no tiene quién le escriba. La ascendencia de Noticia de un secuestro no es menos amplia: va de las numerosas crónicas que García Márquez escribió para El Espectador de Bogotá, El Universal de Cartagena de Indias y El Nacional de Caracas al intenso Relato de un náufrago. Aunque distintos, estos dos libros son idénticos en su calidad literaria y en los temas que subsisten en las profundas aguas de la escritura; escritura que, hija de la realidad o la ficción, es capaz de resistir años y traducciones, la crítica roñosa e, incluso, la fama de su propio autor.