El gobierno debe poner mucha atención en la forma en que está compuesto el reciente crecimiento del producto. La recuperación económica muestra una desarticulación en términos de los sectores y de las actividades productivas. Esto puede comprometer la propia expansión, en cuanto a la capacidad de sostenerla sin que surjan cuellos de botella que acrecienten los costos, o por la escasez de divisas que tradicionalmente ha operado como una efectiva restricción al crecimiento.
El sector agropecuario representa poco más del 5 por ciento del PIB del primer semestre de 1996. Pero en el campo viven alrededor de 30 millones de personas y ahí se encuentra casi 80 por ciento de la población más pobre. El producto de este sector creció 4 por ciento en el segundo trimestre del año, sin considerar los factores estacionales que caracterizan a esa actividad. Por su parte, la industria alimentaria, que está muy vinculada con aquélla producción, da cuenta de casi 28 por ciento del total del producto de las manufacturas, y únicamente creció 1.7 por ciento en el mismo periodo. Este comportamiento está muy por debajo del crecimiento total o de las ramas de sustancias químicas o la de maquinaria y equipo (que incluye a la industria automotriz), y que son altamente exportadoras. Esta última significa una cuarta parte de las manufacturas y creció casi 25 por ciento. Tales datos indican que la dinámica productiva está centrada en las actividades exportadoras, mientras que en el caso de los alimentos --que están estrechamente asociados al mercado interno y que expresan de modo más directo la situación de bienestar mediante el gasto en consumo-- sigue muy deprimida. Por ello, efectivamente no hay que ``echar las campanas al vuelo''.
El bienestar y el consumo han sido variables residuales del programa de ajuste aplicado a partir de la crisis de diciembre de 1994. Esto fue claramente expuesto y nadie puede llamarse a engaño. La contracción del mercado interno era el mecanismo para reducir las presiones de la inflación y ha cumplido satisfactoriamente con su misión. Las exportaciones debían aportar las divisas para aliviar las cargas financieras del país y también ha sido notorio su desempeño, aunque parece que van perdiendo aire a medida que esta carrera de fondo continúa.
La estructura productiva del país no parece haberse transformado de manera tan radical que pueda sostenerse el crecimiento mediante las exportaciones. Hay cuando menos dos indicios al respecto. En primer lugar, resulta que para producir se tiene que importar. En términos generales, cada vez que se registra un crecimiento del producto puede observarse un aumento de las importaciones. Hoy, la tendencia del comportamiento de las importaciones y las exportaciones muestra que las primeras crecen ya más rápido, aunque en términos absolutos todavía haya un superávit comercial. En segundo lugar, las mismas exportaciones tienen un alto componente importado, así que cuando aquéllas se expanden lo hacen también las importaciones. Sigue, entonces, pendiendo sobre la cabeza del ajuste exportador que tanto se ha alabado, la posible repetición de un escenario de restricción de divisas. Ello obligaría a un ajuste del tipo de cambio, o más llanamente a una devaluación, si no es que se administra de manera cuidadosa y responsable el valor del peso frente al dólar, y que hoy pierde a diario parte de su competitividad.
La economía mexicana ha estado en un constante proceso de ajuste durante casi dos décadas; parece que vivimos en el régimen del ``ajuste permanente'' o del ``ajuste institucional''. Después del boom petrolero se quiso ajustar la economía para no depender de la petrolización de las exportaciones. Después de la crisis de la deuda se quiso ajustar la economía para librarla de las ineficiencias de un mercado cerrado. Después de la devaluación de 1994 se quiere ajustar la economía haciéndola una plataforma exportadora. En todos los casos la visión del ajuste ha sido miope y su instrumentación bastante deficiente en términos técnicos y administrativos y en colusión con los grupos más poderosos del sector privado. La estrategia de desarrollo no ha sido eficaz para transformar realmente la estructura productiva y poner al país en un proceso de transición al crecimiento sostenido. En cambio, se han desperdiciado recursos de manera violenta. México no tendrá acceso de nuevo, como lo tuvo en las dos últimas décadas, a la cantidad de recursos generados por el petróleo, obenidos por los préstamos bancarios o atraídos mediante las inversiones en cartera. Hay ahí una gran responsabilidad histórica que ha costado muy cara a la nación.