Dos historias paralelas encaminadas a un punto de encuentro y estallido. En la primera, Marx (Jean Louis Trintignant), delincuente mediocre, se encarga de intimidar y agredir a los clientes morosos de un mafioso con quienes tiene una deuda de juego, y realiza el trabajo sucio con su protegido Johnny (Mathieu Kassovitz), aprendiz nervioso y torpe, pero con la sangre fría necesaria para ser el brazo armado perfecto. En la segunda historia (dos años después), Johnny golpea a un policía (Mickey) y lo conduce a un estado de coma; Simón Hirsch (Jean Yanne), amigo del joven agredido, busca afanosamente al par de delincuentes para vengarse.
En su primer largometraje, Mira a los hombres caer (Regarde les hommes tomber, 93), Jacques Audiard subvierte y desarticula la tradición del film noir francés, de la cual su padre, el guionista y realizador Michel Audiard, fue un popular exponente. A Audiard padre se le deben los guiones de las últimas cintas estelarizadas por Jean Gabin, alguna adaptación correcta de Maigret, y un trabajo de dialoguista en el cine policiaco francés de los 80, cuyo producto característico es Bajo custodia (Garde a vue, Miller, 81), con Lino Ventura y Michel Serrault. El tipo de film noir que ya nadie hace en Francia y que a nadie le interesa volver a hacer.
Jacques Audiard rompe precisamente con ese cine y con la manera rutinaria de contar historias policiacas. A su manera, su cine refleja un parentesco mayor con el llamado neothriller estadunidense (tipo Pequeña Odessa o Sospechosos comunes) que con el chovinismo pendenciero del film noir francés en su etapa terminal. Y esto es perceptible desde el recurso al montaje paralelo para construir el relato en planos temporales distintos, deliberadamente confusos. El espectador no sabe a ciencia cierta en qué momento inicia Simón su búsqueda de Johnny y Marx, pues lo que sucederá dos años después de lo que en el momento vemos, parece ser reminiscencia de una búsqueda anterior, tal vez infructuosa. Y esta confusión confiere una dimensión más universal e indefinida al apetito de revancha de Simón, o a su reclamo amoroso. Igualmente, en las relaciones afectivas (Marx-Johnny; Simón-Mickey; Johnny-Simón) la complejidad es una nueva apuesta por lo indefinido. Hay violencia en el trato y fascinación del hombre mayor por el más joven, y sobre todo, el amor y la orfandad afectiva de Johnny, aprendiz de todo. Mathieu Kassovitz, director (y actor) de El odio, y también protagonista de la segunda cinta de Jacques Audiard, Un héroe muy discreto (96), ofrece una caracterización a la altura del trabajo de Yanne y Trintignant.
El territorio que recorren los tres personajes masculinos es el de la desolación urbana, metáfora apenas disimulada de una frustración amorosa manifiesta, obsesiva.
La ruptura con la tradición del film noir francés es tajante. Los arquetipos de masculinidad se construyen de manera distinta, ya no son tributarios del género, sino que remiten a nociones de fragilidad y erotismo soterrado apenas exploradas en el tipo de película que los estadunidenses llaman buddy film, cine de la camaradería viril. Lo que se sugiere aquí es una dialéctica del poder y del sometimiento, algo no muy distante del conflicto generacional en Mi camino de sueños (My own private Idaho) de Gus Van Sant.
En su primer largometraje, Jacques Audiard demuestra una pericia notable en el manejo de los actores. Trintignant traslada a la cinta la misantropía, el pobrediablismo y la vulnerabilidad afectiva que desplegó en Mi>Rojo de Kieslowski, y Jean Yanne, el actor de Godard y de Pialat, ofrece su mejor interpretación desde No envejeceremos juntos,(72). En 1993, año de rodaje de esta cinta, Kassovitz es una gran revelación juvenil; en tres años se ha convertido, con El odio, en un realizador de primer orden, como el propio Audiard. Dos saludables parricidas del cine francés. Mira a los hombres caer forma parte del ciclo ``Nuevo cine francés'' que esta semana se presenta en la sala José Revueltas del Centro Cultural Universitario