Más de dos años de suspensión de acciones militares entre el EZLN y el gobierno de la República no se logran sin que haya, en ambos contendientes, fuerzas significativas favorables a la paz. A ellas se oponen obstáculos innegables. Destacan, entre otros, los siguientes: 1. El problema de la paz ya no se reduce a las relaciones entre el EZLN y el gobierno; comprende a otras organizaciones como el EPR. 2. No se reduce a Chiapas; comprende a Guerrero y a varios estados del centro-sur del país. 3. Las acciones militares afectan sobre todo a los pueblos indios incluidos los de Chiapas, en particular los de la zona zapatista. 4. La violencia no militar afecta particularmente a los dirigentes de los pueblos del sur y centro de la República y hace víctimas entre quienes representan a indios, campesinos y pobladores urbanos. 5. La solución militar de problemas políticos y sociales tiende a aumentar tanto por el crecimiento de grupos paramilitares y de policías privadas, como por la militarización de la policía, la movilización de tropas y comandos en las regiones de conflictos sociales. 6. La sustitución de la lógica de la transición democrática por la lógica de ``seguridad nacional'' influye en gobierno y sociedad civil con razonamientos y argumentaciones que determinan culpabilidades, acusaciones y hostigamientos por ``razones de seguridad'' contra líderes que actúan dentro de los marcos legales. 7. Al mismo tiempo, la lógica de la seguridad de la sociedad civil, de los pueblos, barrios, caminos, y la lógica de la seguridad individual tienden a disminuir y a consolidar sensaciones de hostigamiento e intimidación de fuerzas oficiales y no oficiales, con experiencias de incremento en actividades delictuosas de los más distintos tipos; todo eso contribuye a un clima generalizado de psicología de la violencia.
De las respuestas a los fenómenos anteriores hay dos que, viniendo de los pueblos, pueden encontrar puntos de acuerdo con el gobierno para la consolidación de un proceso nacional de paz con transición a la democracia, es decir: a un nuevo tipo de política que permita participar en el nombramiento de representantes a puestos de elección popular y en la toma de algunas decisiones mínimas de justicia social e individual. Las fuerzas inconformes de los pueblos, que anuncian esta posibilidad de una nueva paz y una real democracia, se manifiestan precisamente en el EZLN y en movimientos como el de Tepoztlán, Morelos. Forjar el nuevo acuerdo político-social con ellas implica romper las tradiciones de resolver problemas de acuerdo con el Sistema de partido de Estado. Implica también romper las formas de resolver problemas al estilo del Estado populista y del Estado neoliberal, éste que hereda muchas de las políticas populistas de cooptación social e individual y las ajusta a los más escasos recursos de un Estado debilitado en sus funciones sociales.
Aceptar cambios mínimos para un proceso real de paz y transición a la democracia no sólo resulta difícil para las fuerzas dominantes sino para las revolucionarias. Para las fuerzas dominantes es difícil abandonar toda una tradición autoritaria de gobierno de caciques, caudillos, patrones, jefes. Esa tradición está fuertemente arraigada en sus conciencias y prácticas. Lejos de abandonarla tienden a fortalecerla con la crisis, y sólo parecen ponerle un freno cuando piensan en términos de la otra gran tradición de la cultura mexicana, de la negociación con transa. Pero ésta también está en crisis. Crear una nueva cultura de la negociación con autonomías relativas de instituciones, partidos, sindicatos, es algo que les resulta ilusorio, ingenuo y desagradable a muchos populistas neoliberales. Por su parte, entre las fuerzas radicales y revolucionarias, la idea de consolidar o construir un Estado y un mundo alternativo en vez de conquistarlo, apenas empieza a esbozarse, mientras enfrenta viejas formas de determinismo histórico y de dialéctrica estructural-funcionalista por las que se considera que el capitalismo sólo tiende a ``intensificar las contradicciones'' y que de su crisis final, considerada como milagro, derivará al gran cambio social, político e ideológico que resuelva o permita resolver todos los problemas, con los ``pueblos'' y los ``trabajadores'' ya en el poder.
Los planteamientos anteriores y las formas en que jalan a cada contendiente hacia posiciones de ``enroque'' en sus respectivas tradiciones ideológicas, hacen aparecer como nuevamente ilusorios y hasta necios los planteamientos de una dialéctica, que no sea ni minimalista ni maximalista. Reconocer a la dialéctica con diálogo como la forma que hoy presenta el movimiento histórico mundial, supone proponerse algunas experiencias de transformación de la realidad que construyan o aumenten los espacios de la lucha política y desestructuren o disminuyan los de la lucha violenta, militar y paramilitar, represiva y defensiva. Para alcanzar acuerdos de transformación de la realidad con una cierta ``seguridad'' entre las partes contendientes, se requiere dar los primeros pasos a partir de las regiones del país donde se está haciendo más profundamente la nueva historia, como La Lacandona y Tepoztlán.
Pienso ahora en términos de la próxima reunión de San Andrés para el Diálogo de la Paz y la Conciliación. Si queremos que tenga éxito la mesa, necesitamos dar el paso mínimo de nuestra vocación abstracta por la democracia a una vocación concreta. De los magníficos acuerdos sobre las autonomías que se lograron en reuniones anteriores, necesitamos pasar a una Ley Orgánica de las autonomías que se combine con una Ley Orgánica de los municipios de los pueblos indios y no indios. Con el propósito de que esas leyes sirvan para iniciar nuevas prácticas de participación democrática y autónoma en el gobierno municipal o en municipios y regiones de las etnias de México, plantearíamos un proyecto estratégico de transformación, de construcción de un sistema político nacional realmente democrático, con capacidad de lucha legal y pacífica por la democracia y la justicia, en que dialéctica y diálogo, lucha y negociación tuvieran bases institucionales crecientes.
No superar el temor a un proyecto concreto, por cualquiera de las partes, significaría la autoderrota de quienes en ellas quieren genuinamente la paz. Quedarnos en vagos acuerdos o declarar prepotentes rupturas, son signos de una necia soberbia.
Construir utopías es más realista que creer en ellas; o que no creer.
El proceso a la Paz salió de la Catedral de San Cristóbal al pueblo de San Andrés. Debe salir del pueblo de San Andrés a todos los pueblos de México. Tal vez sea posible. Vale la pena intentarlo.