El Ministerio de Agricultura del Reino Unido ``invitó'' a las autoridades británicas a no controlar el origen de más de 2 millones de bovinos exportados al continente europeo, a pesar del peligro de infecciones y de muertes provocado por la enfermedad de las ``vacas locas'' en la Comunidad Europea. Esta, a su vez, decidió prohibir la venta en Europa continental de carne que podría provocar la muerte a los consumidores, pero autorizó su exportación a los países de Europa oriental o del llamado Tercer Mundo. También, se recordará, se vendió en América Latina leche radioactiva, contaminada por la explosión de Chernobyl, que no tenía ya mercados en Europa y, en nuestro país, se destinó al consumo humano el maíz que debía servir sólo como pienso para los puercos. Realmente, el dinero non olet, como decían los romanos y, ante los negocios, no faltan los estadistas que dejen de lado todo escrúpulo y jueguen con la muerte, por supuesto ajena.
La guerra de Chechenia, terrible por el número de víctimas y por los atroces sufrimientos que impone a un pueblo colonizado, es casi un ejemplo de manual sobre cómo se amasan fortunas privadas sobre la miseria y la desgracia pública. El general Alexander Lebed, en su choque contra la nomenklatura reciclada que controla desde siempre el petróleo y los armamentos y ocupa altos cargos en el gobierno ruso, ha denunciado que esos personajes tienen interés en la guerra y se oponen a la paz. Periodistas agregaron por su parte que detrás de los combates se libra una batalla por el petróleo y lucran muchos mandos militares. Es que, para su desgracia, Chechenia es muy rica en hidrocarburos y el control del petróleo que allí se produce o que por allí pasa puede hacer millonarios en un abrir y cerrar de ojos sea a las autoridades de esa república, sea a quienes, en Moscú, exportan clandestinamente carburante. Además, una guerra da poder a los militares y sirve para esconder el contrabando de armas. Basta, en efecto, declarar que en los combates se han consumido o destruido cantidades de armas y municiones
superiores a las reales para poder venderlas clandestinamente en el exterior mediante un tráfico que exige que los combates y los bombardeos sean intensivos y duren el máximo posible.
El poder, evidentemente, corrompe tanto a los ``democráticos'' como a quienes no lo son. Los tecnócratas de todo el mundo, por otra parte, tienden a considerar a los seres humanos comunes una simple variante prescindible y a pensar que es buena cualquier oportunidad de aceitar el funcionamiento de la maquinaria económica, incluso con la muerte de miles de desconocidos. La sociedad, aun en la civilizada Europa, no puede controlar ni a los gobiernos ni las decisiones económicas de los grandes señores de las finanzas. Y desde el punto de vista de la ética, se vive un periodo semejante al de la decadencia romana. Más que nunca se necesita imponer una transparencia total en los actos de los gobernantes y un control social sobre los mismos, una plena libertad de investigación e información por parte de una prensa libre e independiente de todo poder. A primera vista parecería poco, pero ya bastaría para ponerles obstáculos a quienes lucran masivamente con las muertes.