La Jornada Semanal, 25 de agosto de 1996


El retorno del Che

Miguel Bonasso

El próximo año se cumple el 30 aniversario de la muerte del Che y ya se preparan numerosas biografías y películas. A propósito de esto escribe Miguel Bonasso, quien dirigió en su natal Buenos Aires el diario Noticias, y en México presidió el Club de Corresponsales Extranjeros y publicó la novela sin ficción Recuerdo de la muerte. Actualmente, Bonasso vive en Londres.



El mito del Che reverdece en los escépticos noventa. Igual que el de Evita Perón. Por múltiples razones que no siempre resulta fácil descubrir. Que a veces provocan la ilusión de reconciliar ética y política, y otras se reducen exclusivamente a la mercadotecnia.

Además de dos documentales cinematográficos ya estrenados y un tercero (largo y ambicioso) que prepara el cineasta argentino Tristán Bauer, hay por lo menos siete biografías del comandante guerrillero próximas a poblar las librerías de Estados Unidos, Europa y América Latina. Eso sin contar el éxito abrumador de los diarios de viaje redactados por el propio Ernesto Guevara cuando todavía no soñaba con ser el Che, un libro que en Italia superó los 400 mil ejemplares vendidos.

En México, dos conocidos autores fatigan sus computadoras en inevitable carrera contra los avances del otro. Uno es el ensayista Jorge Castañeda (autor de La utopía desarmada), y el otro su amigo Paco Ignacio Taibo II, que ha publicado 18 novelas policiacas y de aventuras y varios libros de historia, como Bolcheviquis, que narra los orígenes del movimiento obrero mexicano.

Por ahora picó en punta el francés Jean Cornier, autor de un Che Guevara escrito "en colaboración" con la recientemente fallecida Hilda Guevara hija del Che y su primera mujer, la peruana Hilda Gadea y con el médico Alberto Granados, compañero de andanzas del personaje en sus correrías por América Latina. Impiadoso, PIT II comenta que el primer libro de los siete "carece de información y está plagado de lugares comunes y frases como el Che danza con lobos; una verdadera mierda". En cambio, aguarda con más interés el del norteamericano John Lee Anderson, al que le supone una "visión conservadora" pero del que espera alguna información novedosa.

En la tarea de investigación Taibo empleó valiosos testimonios, como el de la citada Hilda Guevara, Regis Debray o ciertos testigos que nunca habían querido hablar, como Manresa, el secretario del Che o el médico y comandante Óscar Fernández Mell, uno de sus más fieles seguidores. Sin embargo, no se abrieron todas las fuentes ni se le brindaron todos los archivos que esperaba. Aunque Taibo se negó a comentar este tema, se ha podido establecer que tuvo algunos tropiezos con ciertos funcionarios del aparato cultural cubano, que le reprochaban haber destapado en otro libro ya publicado en México (El año que estuvimos en ninguna parte) los diarios, hasta entonces inéditos, del Che en África. Taibo, que en general ha mantenido excelentes relaciones con escritores y dirigentes políticos de Cuba, y que también escribió sobre los méritos militares del Che en la batalla de Santa Clara, puede volver a irritar a los censores más celosos con la exhumación de nuevos escritos del hombre que simboliza la revolución en el último tercio del siglo.

En octubre, cuando Planeta y otras trece editoriales de Estados Unidos y Europa lancen Guevara, también conocido como el Che, se renovará la vieja polémica entre los que piensan que no hay que revelar ciertos secretos "para no hacerle el juego al enemigo" y los que siguen la consigna guevarista de que "la verdad es siempre revolucionaria". Se podrá saber, entonces, si es verdad o no lo que algunos dicen: que Taibo tuvo acceso a los diarios que el Che habría escrito cuando estuvo en el Ministerio de Industria y que nunca fueron publicados. Un tema que el astur-mexicano no quiere comentar.

Sin embargo, más allá de las posibles discusiones con aquellos a quienes Rodolfo Puiggrós solía llamar "inspectores de revoluciones", Taibo deberá conjurar peligros conceptuales y técnicos mucho más decisivos para la suerte de una obra que tiene ya más de mil páginas a corregir y cortar, y una catarata de datos sobre las fuentes bibliográficas, hemerográficas, testimoniales directas, amén de una larga relación de películas y videos, que Taibo debió ver para mejor descifrar a su personaje.

"El primer desafío confiesa ya se me presentó hace unos años, en una reunión social, cuando tuve que explicar a un hombre de mi generación y a un adolescente esa historia del Che, aparentemente muy conocida y donde todo estaba por contarse."

Y ahora, trabajando de quince a dieciocho horas diarias para entregar en julio una obra que aparecerá en octubre próximo, el escritor no parece mentir cuando usa la palabra "pánico". Pánico por toda la información dispersa que debe reunir; pánico por la "tensión hagiográfica" y la responsabilidad de tratar a los propios mitos con cariño, sin dejar de ser, a la vez, veraz y justo.

O sea? "Tratar de escribir una historia de entonces, de cuando la revolución en América Latina parecía posible, para los lectores de ahora." Para los que saben, desde esta orilla destemplada del tiempo, que el estímulo moral guevarista se extingue con los años, que las guerrillas latinoamericanas fueron derrotadas y que los contadores públicos pueden decretar (en este trazo del péndulo) el fin de la historia como aventura. Para superar esta trampa, encontró inspiración en Lytton Strachey (el autor de Eminentes héroes victorianos), que logró un fino retrato de su circunstancia partiendo de un indiscutible apotegma: "Los seres humanos son demasiado importantes para ser tratados como simples síntomas del pasado." Este fue el primer "disparador"; el segundo detonador fue aquel número especial de Casa de las Américas dedicado a un Che recién muerto, donde confluyeron textos "a la vez duros y conmovedores" de Rodolfo Walsh, Roque Dalton y el poeta Francisco Urondo quien profetizó cómo los tres seguirían la suerte del modelo al cabo de pocos años: "Es que vamos a perder/ la vida de mala manera...", junto a otras inspiraciones: la enjundia de Desnoes proclamando: "El Che debía cegar si los más opacos quedaban iluminados a su paso", o la lúcida y honesta confesión de Italo Calvino: "Desde lejos y en silencio yo he seguido discutiendo con el Che durante todos estos años."

Discute también el biógrafo a pesar de su fe guevarista? PIT II ha estructurado el libro de manera de poder dialogar pirandellianamente con su personaje, ensamblando al narrador omnisciente con la voz del protagonista y ciertas impertinentes intervenciones del propio autor, que se queja de ese exceso de rigidez del Comandante que le hizo decir a uno de sus compañeros de la Revolución cubana: "A veces hasta al propio Che le resultaba difícil ser como el Che." Una rigidez que podía acercarlo a lo que más temía, que era la injusticia de la que también salía, rápidamente, admitiendo su error. (Como las acusaciones apresuradas de deserción que volcó en su diario de Cuba sobre algunos guerrilleros que combatieron y murieron heroicamente.)

Cómo enhebrar tantas contradicciones y amalgamar tanta riqueza sin abrumar al lector con rodeos y contextualizaciones? La fórmula, curiosamente, no le llega a Taibo desde el novelista que ha dejado encerrado "como un gato paranoico adentro del clóset", sino desde el cronista que no desdeña la petite histoire o las entrevistas y los relatos que fueron dejando los periodistas esos historiadores del instante, según Camus y que los historiadores "de a de veras" suelen desdeñar.

Él podrá narrar, sin pretensiones de asepsia seudocientífica, cómo el Che había llegado a la cima de la Revolución desde una endeble formación política que no le había dado tiempo para vacunarse "contra el sectarismo, contra el marxismo Neanderthal o contra el manualismo", y que por eso, muy seriamente, podía preguntarle a K.S. Karol, cuando lo acusaba de refugiarse en ciertos manuales: "Conoce usted algunos mejores?"

Una carencia de vacunas que no le impediría ejercer su carácter "rompedor" y dedicarse a combatir sin piedad al burocratismo, las jerarquías y la formalidad, sin dejar de ser, en su parábola política de sólo 11 años (de los cuales cinco los pasó en el poder revolucionario), el hombre "que no tenía tiempo de atarse las botas" una imagen real, reiterada en varias fotografías, que para Taibo sintetiza acabadamente el personaje despojado, entregado y adánico, que quiere retratar.

La Argentina en la mira

PIT II confirma lo que el ex guerrillero Ciro Bustos me dijo una vez cuando viajó a Chile tras ser liberado de una cárcel boliviana: el Che consideraba a Bolivia como escalón previo, escuela de cuadros y columna madre para preparar la lucha revolucionaria en el país natal: en esa Argentina en la que, curiosamente, había sido más espectador que actor.

"El Che dijo Bustos pensaba que la toma del poder en un país sin salida al mar como Bolivia generaría una suerte de insularización terrestre, más peligrosa aún que la de Cuba. Su idea era crear una columna madre en Bolivia, de la que se desprendieran otras dos: una hacia Perú y otra hacia Argentina, que comandaría él mismo. La idea era operar sobre la zona andina de los tres países encarnando en esa región montañosa el esquema de los dos o tres vietnams." La decisión de actuar perentoriamente en Argentina la tomó cuando los militares asaltaron el poder y designaron Presidente al general Juan Carlos Onganía. Guevara pensó entonces que se daban las condiciones para un foco guerrillero en su país de origen, lo que finalmente resultó cierto después de su muerte cuando emergieron las guerrillas guevaristas del ERP, FAL y FAR (que luego se volcaría al peronismo) y las luchas peronistas del FAP, los Descamisados y los Montoneros.

Pero incluso antes de que se produjera el golpe militar, rememora Taibo, había apoyado decididamente el intento de su amigo Jorge Ricardo Massetti, en Salta, que fue perseguido por la Gendarmería y no apareció nunca más. El Che, revela PIT II en su libro, envió comandos a la Argentina en un vano intento por rescatar al menos el cuerpo de su compatriota y amigo, el periodista que conoció en la Sierra Maestra, que se unió a la revolución cubana y fundó la agencia informativa Prensa Latina, y que prefiguró la suerte que luego correría Guevara con la trágica derrota del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). En aquel momento, muchos conjeturaron que Massetti había adoptado el nombre de guerra de Comandante Segundo porque el Primero era el Che, pero PIT II aclara los tantos: "No es así. Era por Segundo Sombra. Porque el seudónimo del Che en esa circunstancia era Martín Fierro." La guerrilla del EGP se inició durante el gobierno civil de Arturo Illia, más como un embrión que como una realidad operativa. De hecho, no llegó nunca a operar. Fue detectada, infiltrada y destruida por efectivos de la Gendarmería que comandaba el general Julio Alsogaray. Cuando los militares derribaron al débil gobierno civil, el Che consideró que había llegado el momento de pegarle fuego a la pradera argentina. Envió entonces a Tania (Tamara Bunke) a hacer contacto con grupos protoguerrilleros argentinos, una tarea en la que la célebre activista germano-argentina falló, trayendo únicamente al pintor mendocino Ciro Bustos, un sobreviviente del EGP. En su turno, Bustos dejó el campamento del Che con igual cometido, pero fue capturado por los militares bolivianos y los agentes de la CIA, y nunca pudo conectarse con sus viejos compañeros o con los integrantes de los nuevos grupos que se iban formando en la izquierda revolucionaria.

Según PIT II, la elección de Ñancahuazú como teatro de operaciones de la guerrilla guevarista, es otra demostración palmaria de que el objetivo final no era tomar el poder en Bolivia. El Che eligió esa área aislada y difícil, y se mantuvo tercamente en ella, a pesar de los consejos adversos de Regis Debray y Pacho Montes de Oca, que propondrían regiones como el Alto Bani o Chapare, que hubieran resultado más propicias por sus condiciones geográficas y también sociales y políticas, ya que hubieran permitido la conexión con los mineros y los militantes de la Juventud Comunista.

La mira estaba puesta en la Argentina, el territorio de los afectos primarios, que le había ganado su legendario apodo y en el que no había tenido oportunidad de militar. Sólo que ese regreso parabólico a los orígenes no estaba motivado por razones chovinistas o provincianas, sino por la creencia bolivariana de que su país natal podía jugar un papel decisivo en una segunda emancipación de la Patria Grande.






La Jornada Semanal, 25 de agosto de 1996


Ernesto y el burrito*

Paco Ignacio Taibo II

Maestro de la novela policiaca en México, Paco Ignacio Taibo II obtuvo el Premio Planeta por su novela histórica La lejanía del tesoro. El prolífico indagador de crímenes hizo una pausa para escribir una vasta biografía del Che. Ofrecemos una probada de esta empresa.



Una foto en Caraguatay, Misiones, tomada en 1929, mostrará a un Ernesto Guevara de 14 meses de edad, transportando una tacita en la mano (una bombilla de mate?), vestido con un abriguito blanco y cubierto por un horrendo gorrito que recuerda a un salakof colonial, prefigurando el desastre que en materia de indumentaria le acompañará toda la vida, el estilo peculiarmente desarrapado que hará su sello personal.

O bien "Infancia es destino" como decía el psicólogo mexicano Santiago Ramírez en uno de sus momentos más afortunados, y se van grabando en la memoria recién organizada del personaje central las experiencias que forzarán los actos del futuro, o bien infancia es accidente, es prehistoria de un ciudadano que se fabrica en la vida apelando a la voluntad y al libre albedrío.

No estará nada claro.

Massari, un analista serio, a veces demasiado serio, que llega a rígido y trata de meter todo en la cajita del marxismode Pandora, se obsesionará con la idea de que las imágenes de la selva tropical del nordeste argentino, de Misiones, donde circularán los días de la primera infancia de Ernesto Guevara, prefigurarán su destino en las selvas bolivianas. No acaba de convencerme.

Lo que sí me convence, en cambio, quizá como la prueba concluyente, es la foto que muestra a Ernesto y al burrito. Es 1932, el personaje tiene cuatro años, se encuentra en la estancia de unos amigos de sus padres.

La foto está dominada por el burro, de ojos dormilones y semicerrados, inmóvil, sobre él, un Guevara con poncho y sombrero boliviano del que sólo se adivinan los ojos y la media sonrisa, símbolo de placer. Muy erguido, transparentando su amor por los burros, los mulos, los caballos, los animales de cuatro patas que se pueden montar. Ernesto y el burro miran a la cámara. Ambos saben que son el personaje central.

Y si infancia es destino, 25 años más tarde y a mitad de un bombardeo, al frente de los rebeldes cubanos, llamados por sus enemigos "los mau-mau", el comandante de la columna cuatro, un tal Guevara, conocido como el Che, avanzará montado en el burro Balanza, erguido, displicente, ocultando un terrible ataque de asma que lo tiene al borde del ahogo, y mirará a la cámara con esa misma actitud de perplejidad respecto a por qué es sujeto de la historia cuando el burro, quien también contemplará el objetivo, lo amerita más. Y en esa primera foto de Caraguatay, estará el origen de los providenciales mulos que aparecerán durante la invasión al occidente de la Isla cercados por soldados y aviones y desde luego del mulo Armando, al que Zoila Rodríguez en memoria y amor al doctor Guevara atenderá "como si fuera un cristiano", y del camello que estrenó en las Pirámides de Egipto, incluso aquel caballito boliviano al que tanto quiso y que terminó comiéndose. Esa foto de Misiones estará en el profundo germen de la leyenda que aún hoy se cuenta en Cochabamba, Bolivia: "En las noches, el Che Guevara, junto con el Coco Peredo, cabalgan en unas mulas grandes, bien grandes!, con sus máusers en las manos, y llegan a Peñones, Arenales y Lajas, a Los Sitanos, a Loma Larga y Piraymiri, hasta Valle Grande."

O de la nueva versión de una canción mexicana agrarista que dice: "Tres jinetes en el cielo cabalgan con mucho brío, y esos tres jinetes son: Che, Zapata y Jaramillo."

Sea así o al contrario; sea esto tan sólo mala imaginación de novelista, de la que tanto ha abundado en las narraciones que sobre la vida y destino del Che se han hecho, lo que sí parece evidente es que Ernesto Guevara será el último de nuestros tan queridos héroes a caballo (o en mulo, o en burro, tanto da para un hombre que se reía de sí mismo) de la tradición heroica de América Latina.


* Anticipo exclusivo para La Jornada Semanal del libro Guevara, también conocido como el Che.