La Jornada Semanal, 25 de agosto de 1996


Entrevista con Jorge G. Castañed

El Che: biografía de una década

Fabrizio Mejía Madrid

Jorge G. Castañeda es colaborador de Proceso, Newsweek y El País, entre muchas otras publicaciones. Su libro La utopía desarmada tuvo enorme éxito de crítica. Profesor de la Universidad de Princeton, Castañeda es uno de los principales interlocutores entre la cultura mexicana y la norteamericana. En esta entrevista, el politólogo e historiador de las ideas se refiere al libro sobre el Che que tiene en el horno.



En el transcurso de 1997, verán la luz tres películas y siete libros sobre la vida del Che Guevara, entre ellos, una biografía que tú mismo preparas. A qué atribuyes esta avidez por echarle otro vistazo a una figura tan conocida? O, más específicamente, crees que, frente a la orfandad de utopías, necesitamos reeditar los valores éticos de la izquierda de esos tiempos?

En primer lugar, hay que distinguir las intenciones que existen por parte de varios escritores y cineastas de hacer libros o películas sobre el Che y lo que realmente sucederá. Que yo sepa, hay tres libros que serán publicados en el transcurso del año entrante: el de Paco Ignacio Taibo II, el de John Lee Anderson y el mío. Sobre los otros, el de un cubano, el de otro norteamericano y el de un francés, tengo mis dudas. Pero creo que este renovado interés no puede desvincularse de la intención de aprovechar el 30 aniversario de la muerte del Che como un momento particularmente atractivo para abordar a uno de los personajes centrales de la historia de la segunda mitad del siglo XX. Por otro lado, no hay que dejar de lado la explicación demográfica. Es decir, los hijos de los que tenían 25 años en 1967, andan también por ahí de los 25 años, y son el segmento generacional que puede tener un interés real por la figura del Che, porque están en esa edad, porque sus padres tenían ese interés, porque han visto las fotos del cuarto de estudiantes de sus padres donde está el póster del Che, bajo cuya mirada fueron concebidos, por así decirlo. Luego creo que sí hay una especie de orfandad, si no de valores, sí de utopías y de figuras heroicas en la política de hoy, en el posmodernismo juvenil, que hace que el Che no sólo sea una figura atractiva para los autores. Para Paco Taibo la figura del Che ha sido atractiva desde hace 25 años. Lo nuevo es que ahora hay alguien que le pague por hacer una biografía de él. En mi caso, el interés es más reciente. Pero lo interesante no es que a nosotros nos preocupe el tema sino que las editoriales estén convencidas de que hay un público para esos libros: los viejos que ya se saben la historia, pero que quieren volverla a leer como una vieja película rehecha con más información y distancia y, por otro lado, los jóvenes que no la conocen.

En esta marea de biografías, qué es lo distintivo de tu libro?

A lo que yo le doy más énfasis es a los años sesenta. Para mí, lo interesante del Che es que es el símbolo de esa década. Otro hombre en esa época no hubiera alcanzado las dimensiones míticas que alcanzó él. Pero él mismo en otra época, tampoco. El mito del Che, su construcción épica, se da por el encuentro de un hombre con una década que hoy reviste un enorme interés: desde la reedición exitosa de los discos de los Beatles hasta una serie de conmemoraciones de distintos momentos épicos de los años sesenta en varios países.

Lo que yo hago, a partir de su infancia en Argentina, es tratar de detectar los rasgos que le van a permitir encontrarse en simbiosis con lo que serán los rasgos característicos de la juventud de los años sesenta. Me preguntó por qué este tipo embona tan bien con esa generación y qué es lo que había en él que le permitió a millones de jóvenes identificarse con él.

Es cierto que el libro de Taibo y el tuyo se concibieron al mismo tiempo?

Lo que Paco y yo compramos juntos es una parte considerable de los archivos desclasificados del gobierno de los Estados Unidos de 1963 a 1967, que contienen expedientes de la CIA, del Departamento de Estado, de la Defensa y el Consejo de Seguridad Nacional. Lo desclasificado son tres mil o cuatro mil páginas. Coqueteamos un par de semanas con la idea de hacer la biografía entre los dos. Pero desistimos por razones de fondo: tenemos enfoques distintos que se complementarán muy bien en dos libros separados pero que dudo que habrían podido coexistir en uno solo.

Ya que has revisado los archivos desclasificados, nos podrás decir si es cierto que el gobierno norteamericano estaba muy errado en su visión y perspectiva de lo que era el Che Guevara como fenómeno político y cultural.

Estaban errados en el sentido del espionaje. Por ejemplo, todo indica que no supieron de su presencia en el Congo hasta quizá cinco meses después de que había llegado. Y cuando alegan que ya lo sabían, es discutible si realmente lo sabían o expost facto están diciendo lo que sabían. En lo que se refiere a la llegada del Che a Bolivia, tampoco supieron ni cuándo ni cómo llegó. El Che llega en noviembre a Bolivia y los primeros elementos que tienen los americanos son de marzo, con los primeros combates y la deserción de algunos bolivianos. En ese sentido, erraron. No estoy seguro de que hayan errado en su apreciación de la situación interna en Cuba. Depende de a qué americanos se refiera uno. Hay biografías americanas, hechas hace treinta años a partir de algunas de estas fuentes, donde se exageran ferozmente las divergencias entre el Che y Fidel, y entre aquél y los soviéticos. En verdad, estas divergencias no eran necesariamente causales de su partida de Cuba. Hasta ahí, esos americanos están errados. No he revisado la totalidad de los documentos que hemos obtenido, pero mi impresión es que había divisiones dentro del gobierno americano. Entrevisté largamente al responsable de Cuba en la sección de inteligencia del Departamento de Estado en 1965, Adrián Basora, que tiene un análisis en un documento de principios de 1965 donde concluye que el régimen cubano ya se había consolidado. En ese documento, Basora explicaba que si el Che se iba o no, eso no afectaría la cohesión del nuevo régimen. Yo le llevé el documento y le dije: "usted escribió esto hace treinta años, cuénteme", y él me explicó que su opinión había fue minoritaria, y que la visión dentro del gobierno de los Estados Unidos era que todavía era posible derrocar al nuevo gobierno, sin un esfuerzo mayor del que realizaron, de Playa Girón a 1965. Realmente, lo que ves en estos documentos es que hay posiciones encontradas, distintas corrientes que funcionan con distintos puntos de vista. Creo que no se trata tanto de un error de ellos, sino de exageraciones generadas por algunos que trataban de sacar partido de las diferencias internas en Cuba.

Los productos culturales de la "Che-manía" aparecerán en el contexto del surgimiento de líderes que encabezan utopías, tras la caída del muro de Berlín. El subcomandante Marcos se ha convertido en un fenómeno cultural de tal magnitud que algunos, sin duda alguna, cederán a la tentación de compararlo con el Che. Cómo deslindar personajes y mitos?

El Che tiene una serie de elementos muy llamativos que contribuyen a hacer de él la figura que fue. Por ejemplo, el más obvio es la renuncia al poder, que constituye una cierta manera de heroísmo: forma parte de ese tipo de epopeyas en las que la renuncia al poder, a la riqueza, a la fama y a la gloria representa una actitud de sacrificio. Eso no tiene nada que ver con lo que está sucediendo ahora. Hay un elemento de abnegación en el Che: la aceptación de una serie de dificultades y privaciones que los demás mortales no son capaces de asumir. Y ese elemento hizo de él un político de talento discutible. El Che gana una gran batalla, que es la de la Sierra Maestra, y pierde toda las demás: en Cuba, en el Congo y Bolivia. La que gana no sabemos si es por él o por Fidel, pero de todas formas el Che no es un gran político. Las mismas virtudes y atributos que hacen de él un personaje extremadamente atractivo para una generación, hicieron de él un político discutible. Una cosa que me decía Alfredo Guevara, quien fue embajador de Cuba en la UNESCO y que conoció muy bien al Che, es que era un hombre que le exigía a los demás sólo lo que se exigía a sí mismo, salvo que los demás no tenían ningún interés ni ningunas ganas de exigirse eso a sí mismos. Es decir, los demás no estaban dispuestos a caminar dieciocho horas al día en la selva sin comer durante seis meses. El Che convocaba enormes lealtades de parte de la gente cercana y pudo arrastrar a algunos a realizar hazañas semejantes a las de él. Pero eran lealtades individuales que se le sumaban. Ahí hay un problema entre los atributos que lo vuelven un mito y los que le permitían funcionar o no en la Tierra. Una cosa es el cielo y otra la Tierra. Y los rasgos más complejos del Che no me parece que tengan que ver con personajes de la época actual.

Hablas de la renuncia al poder, y volviendo a las comparaciones que vendrán, el zapatismo del EZLN se propone liquidar la razón de ser de su propia existencia, o, como tú mismo escribiste en el prólogo a la segunda edición de la Utopía desarmada, "su debilidad militar es su fuerza".

La renuncia al poder la refiero en este caso a un sentido personal. A principios de 1965, cuando empieza su salida de Cuba y toma el camino hacia su muerte, el Che es el segundo hombre de Cuba y ya es un mito, un personaje internacional, con un enorme carisma y una gran popularidad en América Latina. Es un personaje que tiene mucho que perder si se va. Hablo de una renuncia al poder en el sentido casi bíblico, como renuncia a las riquezas terrenales.

Entonces, el mito del Che estaría ligado a la política como religiosidad, al intercambio de puras ceremonias que se le da tan bien a la cultura de izquierda.

El Che muerto sí es uno de los primeros eslabones de un nuevo desempeño donde lo simbólico empieza a adquirir en la política un vigor que quizá no tenía antes: el valor del gesto, de la imagen, del mito en la política, cambia en esos años. No sé si es un asunto de religiosidad. Hay un elemento crístico evidente en el Che, que viene de las fotos famosas de la Valle Grande. Yo pondría el énfasis en el valor simbólico de la política en esos años. Lo que me parece que tiene vigencia son los años sesenta y el Che como un puente y un instrumento para hacer más conocida esa década. Ni la lucha armada, ni el internacionalismo, ni los estímulos morales, ni ninguna de las tesis políticas del Che, me parece, tienen nada que ver con la actualidad política.

Sin embargo, hay quienes piensan que sí...

Está el Ejército Guatemalteco de los Pobres, cuya efigie es el Che. Ellos, que negocian con el gobierno guatemalteco, consideran al Che como su inspiración. En Cuba misma, distintas facciones utilizan al Che: unas para oponerse al régimen, otras para avalar la política de Fidel Castro. Para eso sirven las figuras históricas. Pero la pertinencia de su figura es la época que él llegó a simbolizar.

Por qué hacer una biografía, tú, un analista político?

Los años sesenta, como ha dicho Hobsbawm, fueron la última coyuntura, el último momento en el que realmente parecía que las cosas podrían cambiar, en el sentido de una transformación radical de la sociedad con respecto a una cierta utopía. Los que pensaban que se podía lograr ese cambio en aquella época no estaban fantaseando. Se equivocaron, pero no era una aspiración absurda, tenía cierta lógica: el cambio del estalinismo en Checoslovaquia, la revolución en los países avanzados mediante el mayo francés, el otoño italiano, la posibilidad de una socialdemocracia norteamericana real, por primera vez, a través de los breves meses de la campaña de Bob Kennedy a la Presidencia, la lucha contra la guerra de Vietnam, Woodstock, elementos diversos de la lucha por los derechos civiles de los negros. En América Latina, la lucha armada o el movimiento estudiantil en México se proponían lograr grandes cambios. Todo esto no sucedió. Pero hubiera podido suceder por última vez. Después hay gente que pensó, por ejemplo con la Revolución sandinista en Nicaragua, o con las revoluciones en Angola y Etiopía, que era posible cambiar la vida. Pero ya no era razonable. En los sesenta está la clave de todo lo que ha sucedido después: las verdaderas derrotas se dieron en los sesenta, y las esperanzas de triunfo también. Ésa es la razón por la que a mí me parecen importantes. Por otro lado, la biografía es un tipo de escritura muy distinto a lo que yo he hecho, y eso me atrae: mezclar la investigación con el análisis político. La diferencia entre las biografías y las novelas es que mientras las novelas dicen la verdad, las biografías inventan. Y los sesenta son un momento lo suficientemente lejano como para emprender una investigación histórica de archivo, y están lo suficientemente cerca como para que puedas hablar con muchos de sus testigos y protagonistas.

Es un ejercicio de nostalgia?

Hay un poco, aunque yo tenía 14 años cuando muere el Che. Es una época que recuerdo, pero que no fue del todo fundacional para mí. Es más bien un intento de adentrarme en un género distinto, y la vida del Che es extraordinaria porque abarca épocas, coyunturas, temas diversos. El del Che no será un libro político. De veras, no le veo ninguna vigencia política al Che, sino pertinencia cultural a los sesenta: la idea de que la política rebase los límites estrictos de la actividad partidista o sindical para abarcar también a la sexualidad, las relaciones familiares y la ecología. Todo lo que sigue viene de esa década, de esa última oportunidad real de cambiar al mundo.






La Jornada Semanal, 25 de agosto de 1996


Un reclamo al porvenir

Antonio Marimón

Antonio Marimón es autor de la novela El antiguo alimento de los héroes, sobre el exilio y la represión en Argentina. Como periodista, Marimón ha dejado semblanzas excepcionales sobre Diego Armando Maradona. En esta ocasión, le pedimos que se refiriera a uno de los iconos dominantes de su generación: Ernesto Guevara.



A José Aricó, in memoriam

Soy cubano y también soy argentino y [] me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedir nada a nadie, sin exigir nada."1 A más de treinta años de distancia, este fragmento del discurso del Che en las Naciones Unidas vibra palabra por palabra, generosamente, como el residuo hipnótico de una época. Cómo no habría de fascinarnos, pues, en nuestros grises y dorados sesenta, cuando la Revolución cubana brillaba como un faro de la historia capaz de alumbrar nuestros deseos; cuando para miles, o acaso decenas de miles de nosotros, ser jóvenes y anhelar la justicia, aspirar a tener una sociedad más humana, a la que llamábamos socialismo, y pedir lo imposible, todo, estaba al alcance de las posibilidades y en el filo aparente de nuestra acción?

Por encima de las distintas corrientes e interpretaciones de la letra marxista-leninista, ideología transformadora de entonces, la Revolución cubana y el Che fueron una vía ancha de ingreso a la izquierda revolucionaria. Sin embargo, qué cosas no veíamos o tal vez no podíamos ver? Para nosotros el Che, el revolucionario, y más precisamente el guerrillero, era un paradigma nimbado de dones a los que parece poco llamar excepcionales: "elemento consciente de la vanguardia popular", individuo infatigable, ejemplo de autocontrol, ascetismo, austeridad, fortaleza física y sacrificio; también lo considerábamos "verdadero sacerdote" de la transformación, "elegido del pueblo" y "escalón más alto de la especie humana". Todo este encendido conjunto de virtudes, como el trayecto de un tiro de ballesta, se dirige hacia un punto único, la revolución: "No hay vida fuera de ella", escribirá Guevara, "El revolucionario se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción [del socialismo] se haga a escala mundial." Así, a la vida del revolucionario sólo la hoguera, o la multiplicación incesante y sin descanso de la guerra universal anticapitalista un equivalente de la hoguera, la salvaría de la muerte, aun cuando tal posibilidad fuese ilusoria porque es indudable que se trata de una existencia entregada a conciencia a la muerte, por medio del transcendentalismo finalista de su misión histórica.

Para el Che, el socialismo universal exige, sin cortapisas, el sacrificio ético y absoluto de la vida, a la manera de un horizonte sin fin. "En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria." Este párrafo del famosísimo "Mensaje a la Tricontinental", último texto guevariano antes del ingreso a la selva boliviana, escancia hoy una ebriedad difícil de leer. La muerte y la batalla son una especie oscura de ascesis, una celebración, y cada frase se asemeja en realidad al periodo rítmico de un gozoso cántico de guerra. Comprobarlo ha de llevar, responsablemente, a ciertas preguntas: hasta qué punto tal enfoque, reproducción plena de un teologismo sacrificial, de un girar sin límites en derredor del dios Hombre Nuevo, rodeado de iconos, canciones, poemas y glosarios, aureolado de una mitología elaborada con una cauda de celebraciones paralelas, centrifugó una fascinación de varias generaciones por un lenguaje que, en una de sus zonas clave, deseaba con vigor la muerte? Desear el cambio, un nuevo humanismo, la revolución socialista, obligaba necesariamente a desplegar una visión así? La de Guevara es sólo una variante propia, con las marcas de su estilo, de esa teología, y discutir el asunto quizás podría echar más luz sobre nuestra tragedia colectiva.

En términos políticos estrictos las ideas del Che, un calco de la Segunda Declaración de La Habana, ya eran rebatibles desde 1966: sus propuestas para el continente carecen de cualquier complejidad y no se detienen en el más mínimo particularismo. Simplemente, la experiencia cubana y el foco de la guerrilla rural eran elevados a un rango modélico sin pruebas lógicas y por imperio de una voluntad: la del guerrillero heroico. Al respecto, el Diario boliviano tiene un rango doble, de testimonio y de poema trágico. El poema se realiza, sobre todo, por lo que la escritura oculta: la bitácora de un comandante sin ejército, de un revolucionario sin masa receptiva y de un líder abandonado por las potencias socialistas; lo escrito y su contexto silencioso, a la manera de un guión y de su metalenguaje, se entrelazan para crear un itinerario tan verdadero como fantástico, tan doloroso como irreal, en el que la ética, la estética y el destino político guevarianos se queman. Para Guevara, la vida y la acción podían fundirse como una creación lineal de la conciencia, en tanto que la moral, la política y la economía eran una serie continua dominada por la primera. Por eso, por querer colocar el proyecto económico cubano, y el intercambio comercial en el campo socialista, bajo la égida sin fisuras de la moral, se volvió una figura casi excepcionalmente incómoda.2 En tamaño bloque de pensamiento orientado a la revolución como encuentro con un absoluto tanático, o viceversa, si algo no tiene nunca lugar es sin duda el juego: salvo escasos, conmovedores flecos lúdicos en sus mensajes privados, el juego relativo, entrópico e inmotivadosobrará siempre en los escritos del Che. Y basta leer uno de sus artículos más importantes, "El socialismo y el hombre en Cuba", publicado en Marcha, para observar que no sobraba menos la democracia.

Revisitar al personaje tiene un dejo melancólico y trae el eco en la garganta de consignas en verdad inolvidables: "Lucha, lucha armada, viva el Che Guevara!", "Por dos, por tres, por muchos más Vietnam" la última, haciendo irrumpir jubilosamente y uno por uno cada dedo. Pero, por qué se recicla hoy, universalmente, el mito guevariano? El hombre público Ernesto Guevara dibujó sus pasos a la medida de una ética, cuando ésta escasea en la república del poder más que los océanos en el Sahara. Su icono, trabajado en infinitos tonos por la gráfica, cerca de Morrison o Marley, mira a la izquierda y por encima del hombro del espectador, hacia la distancia translúcida del tiempo, hacia un lugar y un desplazamiento del deseo tan fabulosos como inasibles. A tal imagen le caben los usos frívolos del shopping posmoderno, pero creo que también interroga al porvenir. El magma de lo que no se hizo y se retrocedió en los últimos treinta años por lograr una sociedad más justa y humana, aquello que alaban los apologistas de la ultima ratio del mercado, y es una evidente derrota para el hombre en abstracto, y para millones de nosotros, de carne y hueso, reclama al porvenir en la mirada icónica del Che: unos ojos duros escrutándonos con el realismo de un espejo.


1 Todas las citas de este artículo pertenecen al libro: Ernesto Che Guevara, Obra revolucionaria, Era, México, 1969.

2 Los documentos del debate económico cubano en los años 1963-64, hoy técnicamente arqueológicos, entonces de fundamental importancia política, pueden leerse en: Ernesto Che Guevara, Escritos económicos, Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba, Argentina, 1969.