La Jornada Semanal, 25 de agosto de 1996
"Todos vuelven", advirtió alguna vez Rubén Blades. El cadencioso panameño cantaba sobre mojados y tránsfugas del subdesarrollo sin empleos, hartos de soledad y envíos de money orders, vencidos tarde o temprano por nostalgias y querencias. Pero también podría haber hablado de jurásicos rock stars que siguen refulgiendo, pues su vida y obra están bien pertrechadas en el corazoncito de abuelos, padres y nietos rockanroleros.
Todos vuelven. O casi todos. Vuelven los Stones porque Jagger, Richards y compañía son una arrolladora Sociedad Anónima; vuelven los "fabulosos cuatro" aunque sea con ventas de garage que mercadean como "Antologías", resucitando y remasterizando la irrecuperable voz de John Lennon. Por qué, entonces, no habría de volver The Who, que está que se va y se va, y no se ha ido?
Pues volvió The Who, o lo que quedó del brioso cuarteto tras el eclipse de Keith Moon (shine on you, crazy Moonie!). Volvió porque ya no le costaba trabajo; porque ya había hecho una gira "de despedida" en 1982; porque ya se había vuelto a reunir en 1989 para celebrar sus 25 años de carrera; porque ese mismo año había interpretado Tommy en vivo, en Los Ángeles y en Nueva York. Volvió, a fin de cuentas, porque otra vez la ocasión lo ameritaba: interpretar Quadrophenia, que es la quintaesencia del universo juense y pit-taunshenesco ("Probablemente sea el mejor disco que haya hecho The Who", reconoció Pete Townshend hace unas semanas).
Preludio de plástico
Qué se celebra en estas instantáneas? Los 23 años de Quadrophenia, su flamante remasterización (abracadabra de la mercadotecnia disquera de fin de siglo), su presentación el 29 de junio pasado ante 150 mil personas en el londinense Hyde Park a beneficio del Prince's Trust, y durante seis noches consecutivas, del 17 al 22 de julio, en el Madison Square Garden. Para las tres primeras noches en el coso neoyorquino, los afortunados poseedores de plásticos American Express tuvieron "advance ticket access" (vulgo: se agandallaron, vía telefónica, todos los boletos el mismo día que salieron a la venta). El cronista exagera y muestra el cobre de su rencor social: hoy se agotan boletos para un concierto de rock por la misma vía y con la misma rapidez con la que se desploma un mercado financiero emergente. Parafraseando a Bob Dylan: Los tiempos están cambiando y la membresía tiene sus privilegios.
El que esté libre de idolatrías, que lance su t-shirt consentida
Sábado 20 de julio. Madison Square Garden. 19:30 p.m. Cuarta noche de Quadrophenia en la Gran Manzana. El consuelo de no tener American Express al menos podrá compensarse con la posibilidad de escuchar a un The Who más encanchado. Afuera de la arena, los revendedores hacen su julio y su agosto. Adentro, el merchandising es rey. "Lleeeeve su llaaaverito con la figuuura de Roger Daltreeey", guasea el cronista en su imaginación. En la realidad, nutridos contingentes de baby boomers escogen t-shirts, gorras, programas y afiches; una vez pagados, los vendedores los colocan en bolsas de plástico con asas. Es el shopping rockanrolero, la zambullida en el bazar de los souvenirs; es la t-shirt que hoy sirve para pasar lista de asistencia y mañana será grito de presunción en múltiples tocadas: "Yo estuve ahí y escuché a The Who tocar Quadrophenia com-ple-ti-to."
La naturaleza de la onda
Ni duda cabe que Nueva York 1996 no es Monterey 1967, ni Woodstock 1969. Ni siquiera Hyde Park 1996 . En el Madison Square Garden de una América finisecular, temerosa de virus y colesterol, glotona de Prozac y melatonina, está prohibido fumar. Incluso tabaco. Incluso en los pasillos y en los sanitarios. Cerveza y soft drinks son los estimulantes más socorridos, aunque también hay champaña, que solícitos vendedores llevan hasta tu asiento mientras hacen malabares para mantener el equilibrio y no dejar caer su charola encima de ti. El cronista, treintañero con su guardadito de esperanzas y cinismo, se cree ingenioso: "Espero morir antes de llegar a viejo, sorbiendo vino espumoso con mi generación y la de arriba." También compara abdómenes, calvicies y canas con otros concurrentes. Para muchos, hoy es noche de reventón programado (es decir, de baby sitters y llamadas para confirmar que los niños los de uno, los de Townshend ya se verá están bien). El rock ha muerto. Larga vida al rock. Y a nosotros.
Yo soy el mar (o el verdadero yo)
20:07 p.m. La telonera tiene un nombre que reta la pronunciación del más políglota y cosmopolita: Me'Shell Ndegéocello. Su funk polirrítmico de letras bíblicas cumple dignamente la encomienda de calentar al público. Dueña de buen vozarrón, también le pega con ganas al bajo. Pero esperar a The Who no es cualquier cosa; recuérdese, por ejemplo, lo que supuso esperar a Pink Floyd en México. Una espera beckettiana, godotesca. Que sea para menos: una espera larga, sí, pero recompensada con creces.
20:45 p.m. La esmerada Me'Shell termina su set compacto, energético, sudoroso y nadie le pide más; no porque no se antoje, sino porque es The Who quien aguarda tras bambalinas. Y entonces todo ocurre como en plano-secuencia scorsesiano: las luces se desvanecen, los aullidos y chiflidos se apoderan del recinto, y las olas de Brighton rompen una y otra vez contra el auditorio: "I am the sea." El escenario se va poblando de siluetas reconocibles. Retumba la voz de Roger Daltrey: "Can you seee the reeeal meee, can you?, can you???!!!! " El bajo de John Entwistle estalla. La luz se hace. La ceremonia ha comenzado.
Quadrophenia
Quadrophenia o la angustia adolescente. Quadrophenia o la incomprensión circundante. Quadrophenia o el abismo generacional rockanrolero. Si la obra de Townshend ("el Edmund Wilson del rock", lo llamó The New Yorker) sigue resonando en los años noventa, no es por su aparente nostalgia de las legendarias madrizas entre mods y rockers en la Gran Bretaña de los sesenta. Trascendiendo su aparente localismo, Quadrophenia eligió como personaje principal a Jimmy, un mod londinense, y desde él habló sobre la angustia y el dolor inherentes al crecimiento; sobre la multiplicidad de pulsiones y estados de ánimo que vive un adolescente; sobre el forcejeo por ser, pertenecer y ser aceptado; sobre el estira y afloja entre el fan y sus ídolos; sobre el amor como aspirina cotidiana y como redención cósmica.
Townshend sintetizó alguna vez el argumento: "Es una serie de impresiones. De recuerdos. Ves a un chavo en un peñasco en medio del mar y todo esto explica cómo llegó ahí." Más tarde, racionalizó: "Lo que en realidad he tratado de hacer es ilustrar que el rock se mantiene, no porque sea la música de la juventud, sino porque es la música de los frustrados y los insatisfechos."
Ziggy Stardust esquina con The Wall
Desde antes de la tocada en Hyde Park, Townshend auguró a la prensa británica "una mezcla de Ziggy Stardust and The Spiders from Mars con The Wall". En el Madison, el espectáculo multimedia confirma el parentesco. Luces, rayos láser, pantallas gigantes, nuevo material fílmico para apoyar el concepto de la obra. Phil Daniels, el Jimmy de la versión cinematográfica de Franc Roddam, es ahora un Jimmy-narrador de florido acento cockney. El veterano Gary Glitter interpreta a The Godfather, y el ex punk Billy Idol a The Ace Face.
Por si fuera poco, en la nutrida banda de quince integrantes destaca el pedigrí de Zak Starkey, hijo de un tal Ringo Starr, y de Simon Townshend, heredero de Pete. No sólo eso: John "Rabitt" Bundrick, el tecladista que mostró a The Who las amplias posibilidades del sintetizador, también hace de las suyas sobre el escenario. Qué bonita familia.
Ya tuve suficiente (te cae?)
Cuenta la leyenda que el perfeccionismo de Daltrey, Entwistle y Townshend nunca quedó satisfecho con la interpretación en vivo de Quadrophenia. Las cintas grabadas siempre fueron una limitante frente a la salvaje espontaneidad del grupo. Hoy, aquí y ahora, la obra resplandece con una magnífica banda de apoyo. The kids are allright. los dedos del también dibujante Entwistle no han perdido velocidad ni precisión a la hora de tocar el bajo; la voz de Daltrey ha madurado e incluso alcanza nuevos registros, amén de que su presencia escénica es jubilosa y sensual; Townshend ha cambiado la guitarra eléctrica por la acústica ("Estoy trabajando mucho más acústicamente, no porque crea demasiado en el mundo del unplugged, sino porque pienso que soy un mejor guitarrista acústico que eléctrico", confesó hace poco). Alguien añora sus brincos, sus rasgueos de furioso molino de viento, sus liras descuartizadas, sus amplificadores vapuleados? Sí, este cronista también, pero hay que verlo tocar su Gibson acústica durante "I'm the one" y "I've had enough", para ver cómo pasión y sentimiento matan acrobacia y pirotecnia.
Final con opinión autorizada
Después de más de 90 minutos de sudor y lágrimas, Quadrophenia termina. Es apoteósico un adjetivo manoseado para calificar su final? Se esfuman las luces y el reclamo "Ju-Ju-Ju-Ju" no se hace esperar. Da inicio el ritual de los encendedores. Tienen que regresar. Tienen que regresar. Ya regresaron. "Si no tocáramos algo más argumenta Townshend, tendríamos que devolverles su dinero." Y se arrancan con "Behind blue eyes", que el público demuestra saberse de memoria. No contentos con tal daga al corazón, Daltrey y Townshend se embarcan en una reedición acústica de la magnánima "Won't get fooled again". El asalto es impecable, pues apenas la terminan ya están poniendo a bailar al respetable al ritmo de "Magic bus", para finalizar, ahora sí, con una inesperada "I don't even know myself".
Desempolvar Quadrophenia? What for?, se preguntaron muchos. Es que han adelgazado las cuentas bancarias de Daltrey, Entwistle y Townshend? Es que éste se ha engolosinado con el éxito de Tommy en Broadway y ya piensa reconvertir escénicamente Quadrophenia? El crítico Dave Marsh encaró a los suspicaces en la publicación británica Mojo: "Si lo mejor de Quadrophenia revive aunque sea por unos cuantos momentos escribió, entonces valdrá la pena cada gota de sudor [de Townshend]. Y si no, qué tenemos que perder nosotros? De cualquier modo vivimos en los noventa todo el tiempo. Nuestras esperanzas se han estrellado. Brindo por el hombre que trata de hacer vino con ellas, aunque termine sabiendo a vinagre."
Revivió lo mejor? Por largos momentos. Sabía a vinagre? Ni madres. Ya es hora de que digamos salud.