Quizás a muchos este término no les diga nada, pero se trata de una propuesta elaborada hace dos décadas por James Tobin, premio Nobel de Economía en 1981 por sus aportaciones a la economía financiera.
Ese notable economista se ha destacado desde los años 50 por sus fuertes polémicas con el monetarismo clásico, tanto en el análisis de economía cerrada como abierta al comercio y a los flujos financieros.
En el centro de los planteamientos de Tobin se encuentra el concepto de la tenencia de activos. En ese sentido, considera que el público puede mantener dinero, bonos y capital en forma de acciones, pero en todo caso, concluye que los efectos de la política monetaria sobre el producto y el ingreso reales no pueden analizarse solamente a través de los movimientos de las tasas de interés. La medida última de la expansión o contracción monetaria no es la tasa de interés, sino la tasa de beneficio que los dueños de la riqueza requieren para absorber los activos, bonos y acciones en sus portafolios de inversión.
Este planteamiento adquiere importancia central al analizar lo que ha acontecido desde principios de la década de los 70 en que se han combinado tres hechos, que hasta ahora no han parecido tener buenos resultados para la mayoría de habitantes del planeta: libre movilidad internacional de capitales, libre comercio y flotación de los tipos de cambio.
En ese sentido, los planeamientos de Tobin, un gran defensor de los principios básicos de la teoría de Keynes, se refieren a que es necesario poner un freno a la gran velocidad de la movilidad internacional de capitales, debido a que ello permitirá establecer otras variables monetarias y reales, con lo cual será posible regresar a las prioridades de pleno empleo que durante varias décadas fueron centrales en la definición de las políticas económicas de la gran mayoría de los países.
Esta tesis es contraria a la que sostienen los defensores del neoliberalismo, que como sabemos plantean que el libre movimiento de las variables, por sí mismo, llevará al mejor de los mundos. En efecto, al menos desde 1953 a través de un conocido artículo de Milton Friedman se consideró que era necesario mantener libre movilidad de capitales, tipos de cambio flexibles y libre comercio, en virtud de que ello generaría al menos los siguientes resultados positivos: a) aislar a las economías de los choques (monetarios y comerciales) externos; b) se minimizaría la volatilidad de los tipos de cambio y de las tasas de interés; c) como consecuencia de todo ello, en el largo plazo se lograría una convergencia mundial de tasas reales de interés.
La experiencia ha demostrado que ha sucedido lo contrario, lo cual parece darle la razón al argumento de Tobin, en virtud de que hemos asistido a una enorme turbulencia caracterizada por fuertes movimientos de capitales, que han representado enormes transferencias de riqueza entre países.
Esto se puede ver a la luz de lo que ha ocurrido con las economías subdesarrolladas, las que al carecer históricamente de ahorro suficiente para financiar su crecimiento, por fuerza requieren de la entrada de capitales que desde hace unos 15 años lo han logrado a partir de aplicar reformas económicas bajo el enfoque del Consenso de Washington. Una vez que entran esos capitales, el país receptor trata por todos los medios de mantenerlos a través de minimizar los ajustes cambiarios, para evitar con ello las preocupaciones por riesgos cambiarios de los inversionistas. Ello, en general, ocasiona sobrevaluaciones que desembocan en euforias importadoras y de consumo interno que, a la postre, generan altos déficit comerciales. Para evitar los ajustes cambiarios, esos países entran en un proceso circular de requerir más divisas a través del mecanismo señalado para financiar los desequilibrios de cuenta corriente. A medida que el tiempo corre, el riesgo cambiario aumenta, así como las expectativas devaluatorias. Todo mundo (principalmente los tenedores de diversos activos) sabe que el fin del proceso se aproxima, con lo cual comienzan a surgir ataques especulativos que debilitan aún más el valor de la moneda doméstica, hasta que se precipita la salida de capitales (obviamente añadiendo el correspondiente rendimiento que devengaron esos bonos), con el consecuente agotamiento de las reservas internacionales, lo que finalmente conduce a maxidevaluaciones que siempre tienen un terrible efecto empobrecedor. Este proceso es, en realidad, una verdadera crónica de una muerte anunciada.
La propuesta de Tobin es de reducir la velocidad de circulación internacional de capitales a través de un mecanismo fiscal que impone un gravamen a las transacciones privadas que se realizan en divisas.
De acuerdo con un artículo reciente de David Félix (Investigación Económica, UNAM, Número 217), ``este impuesto uniforme tendría mas peso en las ganancias de los comerciantes dedicados sobre todo a transacciones con divisas que incluyeran viajes redondos cortos: más de 80 por ciento de las transacciones mundiales con divisas actualmente está relacionado con esos viajes... Asimismo, los ingresos de este impuesto podrían ser considerables al reducir los déficit fiscales'' y reducir la fuga de capitales. De acuerdo con Félix, la ``justificación teórica que sustenta el impuesto Tobin es de corte keynesiano'', debido a que considera que la alta velocidad de ajuste de los mercados financieros tiene una alta capacidad de afectación de los demás mercados y distrae los recursos de los gobiernos en sus propósitos de buscar el pleno empleo.
La propuesta requiere de un acuerdo de los países que tienen a los principales centros financieros para ``cobrar el impuesto al mismo tipo en todas las transacciones spot y a futuro... También se requiere que los ingresos del impuesto se entreguen al FMI, al Banco Mundial o a otras organizaciones internacionales, a fin de financiar proyectos Norte/Sur... El potencial fiscal de un impuesto de 0.25 por ciento con el volumen de divisas mundiales de 1992 sería de alrededor de 200 mil millones de dólares anuales. El volumen 45 por ciento más elevado de 1995 incrementaría el ingreso anual del impuesto a cerca de 300 mil millones de dólares''.
En fin, nuevamente nos encontramos en el campo de las propuestas que requieren de apertura intelectual y, más aún, de la confluencia de voluntades en términos de dejar de favorecer a los que siempre lo han sido y voltear la vista a los que cada vez con mayor urgencia requieren no pagar los platos rotos de las decisiones ajenas.