El presidente de Estados Unidos está luchando por su reelección pero da la impresión de perder terreno ante el candidato de los republicanos, por la simple razón de que corre en zig-zag y mirando hacia atrás, para imitar lo que hace su adversario. La convención de los demócratas, donde se modificará oficialmente el espíritu tradicional de la propuesta política del partido de Bill Clinton refrendando así las acciones de la Casa Blanca, desde ya parece presidida no por el símbolo histórico del Burro sino por el del Camaleón.
En efecto, aunque siempre tuvieron un ala conservadora, sobre todo en los estados del profundo sur, los demócratas trataron en el pasado de dirigirse a los trabajadores, a las minorías raciales y nacionales, a los sectores más pobres de la población, y de presentarse con propuestas de mejoras sociales y hasta con promesas de construir una Nueva Sociedad. Por décadas la sombra de Franklin D. Roosevelt cobijó toda clase de políticos demócratas que hablaban en nombre de un ``Pueblo'' mítico que oponían a una igualmente mítica ``Reacción'' (representada por el Partido Republicano). Por supuesto, las similitudes entre ambos partidos eran mucho más numerosas que las diferencias y, en realidad, desde hace decenios Estados Unidos está gobernado por un ``partido transversal'' que une a miembros de las dos agrupaciones tradicionales que comparten el actual pensamiento único que emana de los grandes centros financiero-industriales. Pero, al menos en épocas electorales, se fingía discutir programas como homenaje formal a la necesidad de legitimarse en el plano más noble de las ideas.
En cambio, ahora Clinton se ha adecuado al viento frío y potente del oscurantismo reaganiano que sopla en las instituciones y que congela la sociedad estadunidense. Si al asumir su cargo la veleta de su acción política marcaba muy tímidamente una orientación diferente a la de su antecesor republicano, ya desde hace rato ella está alineada con la del partido que sólo por comodidad algunos llaman de oposición, ya que en realidad dicta la línea política también al gobierno actual y tiene plena hegemonía programática.
La defensa del Estado del Bienestar Social fue enviada al museo de antigüedades, al igual que las tibias preocupaciones sociales de los demócratas. El sueño americano, la integración en éste de las sucesivas olas migratorias, la idea misma de movilidad social, fueron abandonados mientras, desde Reagan en adelante, los salarios reales caían, las clases se congelaban y se profundizaba el abismo entre ellas, el país se cerraba sobre sí mismo al mismo tiempo que, a escala mundial, se arrogaba un papel imperial. Clinton se presenta hoy ante el electorado con la ley Helms-Burton en su bagaje pero también con los cortes a las leyes de protección a los sectores más desvalidos, que han dado el tiro de gracia al famoso Welfare State. Corre así el riesgo de no ceder lo bastante a la derecha y de no aparecer creíble en ese sector, perdiendo al mismo tiempo los sectores populares que antes votaban por más justicia social y más igualdad racial. Trabajando seguramente para el ``partido'' de la desmoralización política podría estar haciéndolo igualmente para el ``partido'' de la abstención, con ventaja para sus adversarios y graves daños para la democracia misma.