Con una gran celeridad se va definiendo el nuevo perfil del Partido de la Revolución Democrática, ahora bajo la conducción de Andrés Manuel López Obrador. La oportuna corrección en el caso Colosio, al negarse a participar en la designación del nuevo fiscal especial, para no convalidar una decisión y una responsabilidad que pertenecen al Presidente de la República y al Procurador general, es una muestra de ese estilo diferente de liderazgo. Con un rápido movimiento generado en las oficinas del presidente del PRD, a pesar de que ya las fracciones parlamentarias perredistas habían aprobado la idea de designar por consenso al nuevo fiscal, López Obrador echó abajo la estrategia gubernamental y se consolidó como dirigente real del PRD.
Ahora ha tocado el turno de las decisiones difíciles al ámbito de la disciplina interna. Durante su gira como candidato a presidir el PRD, López Obrador constató el hecho de que con una frecuencia lastimosa sus siglas son usadas para maniobras y manipulaciones varias.
Una de las prácticas heredadas del salinismo es la cooptación de mandos regionales o de personajes identificados con la izquierda, a los que se acostumbra lucir en actos públicos para mostrar pluralidad y concordia, de tal manera que no es exagerado decir que en la guerra fría de Carlos Salinas contra el PRD fueron más las bajas políticas que los muertos físicos.
Desde luego, en la tradición de mimetismo sexenal, los gobernadores y los presidentes municipales procuraron siempre ganarse a aquellos perredistas ideológicamente endebles, de tal manera que el mapa político nacional muestra diversos casos de perredistas por definición, pero progobiernistas en los hechos.
Por todo ello resulta alentador que López Obrador se decida a correr el riesgo de la limpia interna. La frase aquella de que la política consiste en sumar y no en restar, no deja de ser una forma de describir el estilo priísta de englobar mediatizando, pero de ninguna manera puede ser aplicable a formaciones políticas deseosas de definirse a partir de ideales y compromisos, y no de la mera lucha sorda y pragmática por el poder.
Es obvio que la comisión perredista de garantías y vigilancia debe actuar con prudencia para no caer en los riesgos de las venganzas tribales o de las purgas estalinistas, sobre todo a sabiendas del apasionamiento con el que se avivan las hogueras regionales en nuestro país, pero de entrada es plausible el intento de someter a todos los miembros de ese partido a una disciplina interna que impida que desde el poder público se mueva a personajes identificados como perredistas, pero que en realidad cumplen encargos ajenos a la directiva legítima de ese partido. Más de un caso de provocación o de división interna se ha dado justamente por esa falta de rigor interno.
Desde luego, no es el PRD el único partido que actúa con rigor en su fuero interno. Acción Nacional tiene un largo historial disciplinario, y debe apuntarse con claridad que a los mandos superiores del PAN jamás les ha temblado la mano a la hora de expulsar, amonestar o corregir. Partido con una tradición democrática en su vida interna, el PAN no permite desviaciones ni rebeldías. Sin embargo, cabe mencionar que el asalto al poder en que se encuentra metido, ha llevado al PAN a recoger sin mayor escrúpulo a cuanto personaje se acerca a sus filas, con resultados deplorables en múltiples casos, en los que el partido blanquiazul es usado como mero vehículo para satisfacción de intereses grupales y no de compromisos con la doctrina de ese partido. En el estado de México, en estos momentos se ha desatado una lucha abierta entre panistas antiguos que se sienten desplazados por ex priístas recien llegados a ese partido y ya convertidos en candidatos o directivos.
En abierto contraste está el PRI. Este se mantiene cerrado a la posibilidad de aplicar sus estatutos para sancionar a militantes que le hagan daño. El caso más notable es el del ex presidente Salinas de Gortari, a quien todavía hoy los mandos priístas no quieren molestar ni siquiera con el rigor de una declaración en contra. A pesar de la repulsa social que se ha ganado el ex presidente, los priístas encabezados por quien fue jefe del gabinete presidencial con Salinas de Gortari, Santiago Oñate, juegan a las fórmulas retóricas para mantener a resguardo a su antiguo jefe. Hay en el país múltiples casos similares, en los que gobernadores, secretarios de Estado, legisladores y presidentes municipales han incurrido en fallas y errores sancionables, pero en los que el PRI ha preferido mantener una práctica mafiosa de encubrimiento antes que aplicar principios reales de disciplina interna y sancionar a sus malos elementos.