El título de este artículo podría parecer sensacionalista, pero desafortunadamente encierra una verdad ineludible. El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) acaba de publicar los resultados de la evaluación más reciente de un conjunto de científicos mexicanos. Aunque son muchos los capítulos curriculares que se califican y otros que se ignoran (Ver ``Evaluando al SNI'', La Jornada, 25 de marzo, 1996), la mayoría de los puntos se obtienen de la producción científica en forma de publicaciones. Se considera que la mejor forma de juzgar la actividad y calidad de un investigador es a través de lo que publica en artículos o libros científicos. Si bien la forma de valorar las publicaciones a través de la cantidad y de su impacto, por medio del número de citas, es un método inadecuado, criticado con gran tino por Pérez Tamayo (La Jornada, 5 de agosto, 1996), éste sigue siendo usado en el SNI. Pero lo más grave es que los comités evaluadores insisten en ignorar a las publicaciones científicas en revistas nacionales. Bástenos citar un ejemplo. Un investigador mexicano repatriado de Inglaterra por Conacyt donde obtuvo su doctorado y pasó casi 10 años como investigador y profesor, fue aceptado en el SNI a su regreso. Desde que llegó a este país ha continuado su trabajo de investigación en las mismas líneas y en colaboración con su profesor inglés, pero por una decisión personal y considerando su obligación moral como repatriado, la mayoría de sus trabajos los ha enviado a revistas científicas mexicanas de alta calidad. Esto, que debiera ser considerado como un gran mérito del repatriado, fue su gran error y el motivo de que lo desconociera el sistema. En su carta de recalificación se le indica que la penalización se debe a que ``no ha publicado en revistas de gran impacto'' (léase internacionales). Es sabido que esta es la regla en los comités del SNI. Sólo se considera lo publicado fuera de México, por lo que se deduce que para ellos en nuestro país no existe ninguna revista ni artículo científico que merezca la pena de ponerle atención. Pedante y nefasta actitud de quienes deben promover la ciencia de México. La publicación de revistas científicas periódicas representa una parte fundamental del quehacer científico. Los países industrializados son los que tienen la ciencia más desarrollada y por ello las publicaciones más prestigiadas y ciertamente de mayor impacto, pero esto no quiere decir que todo lo que ahí se publique sea necesariamente de alta calidad. Por el contrario, en las revistas de los países tercermundistas se publican generalmente contribuciones de menor calidad, pero también aparecen algunos artículos de muy buen nivel científico. Por lo tanto, la calidad de un trabajo no depende de dónde se publique, sino de su contenido científico. Extraña que mientras en EU la actitud de ignorar a la ciencia de los países en desarrollo está sufriendo un serio revés con críticos como Horton, que la califica de ``postura etnocéntrica'', en México la élite científica la ha adoptado haciéndoles eco a los ortodoxos editores de Science y New England Journal of Medicine que sostiene que en los países en desarrollo no se produce ciencia de calidad. Es cierto que casi un 85 por ciento de la producción científica se publica en revistas del primer mundo, pero un 15 por ciento proviene de países tecermundistas. México contribuye apenas con el 0.34 por ciento de la producción científica y apenas una decena de nuestras revistas científicas se encuentra en los índices internacionales más prestigiados. Ante este panorama resultará imperativo incrementar la calidad e impacto de nuestras publicaciones, pero la tarea no ha sido fácil. Publicar una revista científica en los países ricos es una empresa relativamente sencilla. Basta con integrar un grupo de científicos prominentes en un área específica de investigación, ya sea de sociedades, institutos o universidades, definir la política editorial y el área que cubrirá la publicación, y solicitar contribuciones de los investigadores interesados en ese campo y los trabajos fluyen con rapidez. La producción, difusión y contratación de anunciantes las realiza alguna de las grandes casas editoriales especializadas en publicaciones científicas que garantizan un rápido éxito económico. En países como México, producir una revista de alta calidad científica puede calificarse como una empresa kafkiana. Para empezar, hay pocos investigadores calificados dispuestos a dedicar un tiempo muy valioso para labores editoriales, las que no le redituarán ni beneficios económicos (no hay sueldos para editores), ni puntos curriculares y sí muchos problemas y enemistades. En nuestro país no existen compañías editoriales experimentadas para producir y promover una revista científica a la altura de las internacionales. Los recursos económicos son casi inexistentes y los anunciantes escasos y limitados. Por último, las contribuciones científicas llegan a cuentagotas precisamente porque nuestros investigadores insignes prefieren mandar todo al extranjero. Así obtienen puntaje curricular, alta citación y lo que de ello se deriva, como la fama y los apoyos económicos. Sin embargo, en nuestro país ha habido esfuerzos notables para generar revistas científicas que ya han alcanzado reconocimiento internacional al estar incluidas en los mejores índices bibliográficos. Bástenos señalar a Investigación Clínica, Salud Pública y Archivos of Medical Research. Esta última se publica totalmente en inglés, lo que representa un reto mayor pues pretende competir al mismo nivel con otras de su género. Su impacto y calidad son tales que ya ha merecido una revisión extensa en la prensa internacional (Scient. Amer. 273:76-83) y una conferencia en la Escuela de Salud Pública en la Universidad de Harvard. Esto se ha logrado gracias a la desinteresada y patriótica labor de un puñado de investigadores mexicanos que aún a contracorriente han decidido producir revistas científicas nacionales de gran calidad y publicar en México. El Conacyt ha creado un sistema de valoración de publicaciones científicas y un padrón de excelencia por medio del cual ofrece apoyo económico para fomentar su mejoría. Pero sorprendentemente, los rectores del SNI, en vez de alentar y fomentar esos esfuerzos, como sería su obligación, descalifican a nuestras revistas y ponderan sólo a las extranjeras. Por ello al científico mexicano que osa publicar en nuestro país le han impuesto la pena de muerte. El dictum ``publica o perece'' lo leen como ``publica fuera o muere como científico''. Consecuentemente se sitúa a nuestras revistas científicas en proceso de extinción, al vetarle a nuestros investigadores que les envíen sus mejores trabajos. El sofisma es claro: si son publicaciones mexicanas deben ser malas, si son malas no tienen impacto en la comunidad científica, por lo tanto deberían desaparecer del inventario de la ciencia ¡Vaya paradoja que el SNI decapite los incipientes logros de publicaciones científicas dignas, en vez de premiarlos!