ASTROLABIO Mauricio Ortiz
Andando que es gerundio

La escalera de caracol es un buen comienzo. ``El cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante desde la posición básica de la bipedestación...'' Al paso normal se agrega un pequeño giro a la derecha siguiendo el borde del escalón triangular y sobre el eje del tubo central, algo así como el tronco de la escala, mudo piano verde que se fue por la boca del torbellino. Cinco pisos abajo la ciudad inédita se abre a los pies.

Caminar las calles, ya se sabe, tiene su chiste. Por principio de cuentas, obviedad que suele darse por sentada, se precisa del sistema motriz completo. Las dos piernas o al menos una completa y otra de palo, sus conexiones nerviosas intactas con la médula espinal y el complicado circuito neuronal que al forzar la marcha comienza a actuar en automático. Cada paso igual al anterior igual al venidero, cada uno siguiendo prudentemente el centro de gravedad de la persona entera, que ejercitó aun otro mecanismo para echar a andar: la sencilla voluntad de hacerlo. Basta que falte una mínima rondana, un minúsculo entrevejo para comprender de golpe la fragilidad de la locomoción y su ignorada magia.

Una herramienta que se antoja indispensable, los zapatos, no todo el mundo tiene la suerte de calzarlos; la ausencia del neolite es entonces superada a fuerza de humillación y callos. En el extremo opuesto zapatos que son como guantes y preciosas zapatillas de mujer, ninguno de los dos pensados para caminar largos trechos propiamente.

Al tenis por su parte, zapato muy difundido y democrático incluyendo suelas de aire, le va bien el asfalto y muchas son las leguas que cubre cada día. Una gran variedad de zapatos, todos en esencia iguales, permanente repiqueteo al que del mismo modo que a los infalibles martillazos debe estar acostumbrada en su lecho cienegoso la diosa tutelar de los chilangos.

Si el metro anuncia que los viajes de un día en todas sus líneas y contando todos los convoyes da varias vueltas al planeta, cuántas no darán los pasos de todas las personas juntas. Las distancias son a veces muy largas y la simple conexión puede tomar muchas cuadras.

Añádanse a las cifras asfálticas los pasos caminados en el campo, los caminos reales, las incontables veredas que surcan el país de un extremo al otro: a dónde se llega con tanto paso dado. Un par de minutos luz al menos en dirección al firmamento y teóricamente muy lejos en fuerza productiva.

Pero no sólo la marcha al trabajo o el mercado o la escuela y de regreso a casa. Son también los pasos al excusado, los pasos de león enjaulado huyendo de una muela o alimentando un pensamiento, los pasos decisivos y los dos pasitos para atrás del carácter nacional.

Hay quien suele lanzarse a la calle a rumiar desconciertos y amarguras a sabiendas de que con sólo hacerlo desaparecerán a las pocas cuadras. El movimiento se demuestra andando.

Grandísima variedad de maneras de andar la ciudad o el mundo, todas en esencia iguales. Desde luego gastan distinto los zapatos una puta, una ama de casa y una secretaria ejecutiva, pero a la hora de dar el paso las tres hacen exactamente lo mismo. ``El peso se deposita en la bola del pie mientras el muslo opuesto se levanta y la pierna y brazo contrario se columpian hacia el frente (fig. 6B). Varios músculos, ayudados por...'' Winetou, por ejemplo, el legendario héroe apache de Karl May, recorría incansablemente el bosque en alas de una sofisticada técnica de marcha. Calzando mocasín, por kilómetros y kilómetros depositaba el peso del cuerpo sobre todo en una pierna, utilizando la opuesta casi nada más como un remo para impulsarse adelante. Llegado el momento, cambiaba de lado y así la nueva pierna, descansada, podía correr otros buenos kilómetros mientras la primera se recuperaba en su reducido trabajo y así no se precisaba interrumpir el viaje.

Cardozianamente, me sigue maravillando más que el hombre simplemente camine, que su inminente llegada a Marte.