Nietzsche murió --loco-- al morir el sigo XIX: 1900. En un delirio genial y trágico escribió en La voluntad del poder esta historia del porvenir: ``Lo que relato es la historia de los próximos dos siglos. Describo lo que vendrá, lo que ya no puede ser de otra manera: el advenimiento del nihilismo. Esta historia puede ser relatada ya ahora, pues aquí está en acción la necesidad. El futuro nos habla desde ya en cien signos... Desde hace algún tiempo toda nuestra cultura europea ha estado avanzando hacia una catástrofe, con una tensión torturada que crece de década a década: incesantemente, violentamente, de frente, como un río que desea alcanzar el fin, que ya no se desvía, que teme desviarse''.
No hay sólo un nihilismo. Uno es el de una pequeña pero desenfrenada fuerza política rusa del siglo pasado que padecía una visión del poder monomaniaca y esquizofrénica. Su alienación desesperada sólo podía ser anarquismo. En el fondo de todo anarquismo se hallan las distorsiones y las insuficiencias de la estructuración política del Estado, la corrupción del poder, la serpiente de la opresión de mil cabezas que ahoga la vida de grupos sociales que acaban por no creer en ninguna forma de Estado.
El nihilismo alemán rechaza todo el orden existente, toda política, la moral tradicional, la familia y todo cuanto haya sido producto del pensamiento anterior. Dice Leontini: ``Nada existe y si algún ser existiera sería incognoscible para el hombre..., y si fuera cognoscible su conocimiento sería incomunicable''. Stirner repetía que la razón se ocupa de Dios sólo para rechazarlo, y que la moralidad, el bien o lo que sea, sólo son ilusiones.
Para Nietzsche, el nihilismo en el que la humanidad desembocaría sería resultado del racionalismo y del cálculo --cuyo papel habría sido siempre el de destruir la ``espontaneidad irreflexiva''--. La fuerza del nihilismo, creía, se alimenta de la ciencia moderna. Es el final del racionalismo, la voluntad consciente de destruir el pasado y controlar el futuro; es la modernidad en su forma extrema.
En los sesenta --mucho antes de que Nietzsche lo hubiera esperado-- aparecieron las primeras expresiones de un discurso posmoderno: ciertas formas de percepción estética sobre la cultura occidental --entendida en su sentido restringido--, exhibían vetas nihilistas cuyo signo fundamental era el de poner una gran duda sobre la capacidad de la razón humana. Vuélvase la vista en derredor: la sociedad desarrollada era (es) para los individuos un infierno; el tercer mundo naufragaba (naufraga) en la indigencia más agobiante y su desarrollo --cuestión remota--, sólo podía consistir en dar con las puertas de entrada al infierno de los otros. La guerra de unos contra otros --aquí o allá--, no cesa. La guerra de todos contra Gaia (el viejo nombre griego de la Tierra), la lleva a su final periclitar, con todos a bordo, incuestionable demostración de la insulsez de la ciencia.
El extendido hedonismo en los países desarrollados y en las élites de todo el mundo; la barahúnda de su continua bacanal que se escucha y ve en todo el planeta; la moral despedazada y vuelta millones de trozos por la vía de su traslado al ámbito de lo subjetivo (cada quien su moral); el escepticismo frente al conocimiento y su obligada derivación, el antintelectualismo; el resurgimiento de fundamentalismos diversos; la nueva gran ensalada occidental de chacras mas tao mas I ching mas tantra mas om, son partes de un inmenso jeroglífico que, para tantos, aparece como decadencia o como búsqueda religiosa de una reconciliación y fusión con la existencia natural.
Aún no advertimos en todo ello las posibilidades de un nuevo renacimiento. El fruto mayor del Renacimiento en el medievo fue el humanismo: la certidumbre de que las cosas de los hombres, de los hombres son, y no dictados de la divinidad; la autonomización del pensamiento, la creación de una nueva cultura cuya base fundamental de sustentación --la tecnoeconomía (Bell)--, comenzó a construirse con los balbuceos de la Revolución Industrial. Pero esa base, que obligaba y condicionaba mil formas del contenido y la organización de la vida moderna se halla en trance de muerte desde hace casi dos décadas; todo hoy, por tanto, está en ese estado fluido connatural a las grandes etapas de transformación histórica.
Quizá debamos entender --la ingenuidad puede ser fatal--, el significado de que la matrícula de educación superior hoy crezca en los países desarrollados como pocas veces en el pasado; que esos países estén invirtiendo en la generación de conocimiento un monto mayor al que invierten en bienes de capital y que el tercer mundo (sin la ex URSS), concentrando al 75 por ciento de la población del planeta, ejerce el 1.6 por ciento del gasto planetario en investigación y desarrollo.