Ugo Pipitone
La pera

Esta intervención parecerá genérica. Por desgracia no tengo elementos para convencer de lo contrario aquellos que así pensarán. Hé aquí el problema: ¿por cuáles razones --recorriendo hacia atrás el tiempo latinoamericano-- cada ciclo de crecimiento económico termina casi siempre en desastres? Es tan tercamente consistente esta, digamos, pauta que resulta obvio el reto intelectual de buscar respuestas que rompan la fatalidad.

Siendo que los economistas no creen en las cosas que escapan de su observación, se limitarán a pensar en términos de ciclos, de desfavorables contextos externos, de políticas equivocadas, etcétera. Y por desgracia tendrán razón. La razón de quien ve el árbol pero no el bosque en que se encuentra. Los politólogos pensarán en el agotamiento del consenso, en crisis de legitimidad. etcétera. Y ellos también tendrán razón. Los comunistas que, a veces, siguen siéndolo sin saberlo pensarán en abortadas crisis revolucionarias, financiarización excesiva de la economía y cosas por el estilo. Y ellos también tendrán razón.

Así que uno se pregunta ¿cómo le hace todo mundo a tener razón sin tenerla? Nos vemos forzados a una explicación que no lo es. Por lo menos no lo es como explicación, como clave única. Cada país latinoamericano tiene sus razones específicas de derrota. Hay impotencias específicas, digamos nacionales. Retos que no han podido ser enfrentados con eficacia a lo largo de casi dos siglos de vida independiente. Hagamos un listado somero. Algunos países --no diré cuáles para que el ejercicio sea un poco más interesante para el lector-- parecerían no poder resolver el problema de una paternidad ausente. Dos de ellos acaban (uno hace pocos días y el otro hace meses) de modificar sus constituciones políticas para garantizar la reelección de sus actuales presidentes --evidentemente deseosos de convertirse en padres de la patria. Y así sus propios logros iniciales están destinados a crear nuevas rigideces y tensiones que preludian a una casi cierta inestabilidad futura.

Otros, desde hace décadas (¿o siglos?) parecen incapaces de resolver sus problemas agrícolas, los que ahora, no obstante los éxitos macroeconómicos, alimentan movimientos de ocupación de tierras, levantamientos campesinos o indígenas, etcétera. Con lo cual la inestabilidad de origen rural se difunde en el cuerpo social impidiendo que la ``recuperación'' establezca las bases de desempeños económicos más sólidos en el futuro.

Otros más parecerían no poder entender (o, tal vez, entiendan sin poder actuar en consecuencia) que sus gigantescas desigualdades ya se han convertido en un obstáculo permanente a la maduración de estructuras productivas integradas y capaces de autorenovación.

Por desgracia no hay una clave única en el camino del desarrollo. Algunos países deberán enfrentar el problema de la corrupción e ineficacia de sus instituciones, otros deberán disciplinar a sus ejércitos con la permanente propensión a erigirse en árbitro supremo, otros más deberán evitar que sus propios presidentes se conviertan en príncipes hereditarios, o algo por el estilo. Y ninguna decisón será fácil. Implicará actos de valor, de confianza en el futuro, y, naturalmente, la asunción de riesgos. En la historia latinoamericana aparecen de vez en cuando algunos (muy pocos) verdaderos hombres de Estado --capaces de entender dónde está el problema real e intentar removerlo. Los otros son siempre no mucho más que administradores inconscientes, cuando no son beneficiarios (o hasta cómplices) de las trabas que atenazan el potencial de desarrollo de sus propios países.

Varios signos indican que la economía latinoamericana está acercándose a un nuevo ciclo de posible crecimiento. ¿Qué significa esto? Que varios países se acercan nuevamente al punto en que salir del atraso se vuelve históricamente posible. Y se plantea el reto de asumir la oportunidad, de predisponer las condiciones necesarias. ¿Pero cómo hacerlo sin remover los obstáculos arraigados que en el pasado (lejano y reciente) han trabado un camino siempre anunciado y nunca recorrido?

No será fácil para nadie. ¿Pero es posible suponer que sin verdaderos actos de valentía y de decisión la pera caerá al suelo sin la mediación de alguna nuestra intervención? Sospecho, pero naturalmente es esta una opinión personal, que no.