El inabarcable estremecimiento que ha provocado en la humanidad a través del tiempo la inesperada presencia en nuestro vasto planeta azul de imprecisos extraterrestres ha sido siempre recogido o recreado por memorables escritores. Ayer por Homero, poeta griego de altos vuelos epopéyicos, autor de La Ilíada y La Odisea, textos fatigados por numerosos dioses y semidioses que ascendían/descendían del lejano Monte Olímpico --¿acaso, metáfora inicial de los seres que ahora calificamos de extraterrestres?--, y por los autores de los iniciales libros que articulan La Biblia que referían aéreos trajines de ángeles, demonios y circulares carros de fuego. Apenas ayer, por el francés Julio Verne (1828-1905) y por el inglés H. G. Wells (1886-1946).
Hoy por imaginativos, tal vez proféticos cineastas como George Méliés, que hacia 1912 revive en la silenciosa pantalla de aquellos días la presencia de un monstruo de las nieves proveniente de otros mundos que yacía sepultado desde tiempo inmemorial entre los hielos de la Antártica (A la conquete du Pole); o como Segundo de Chomon, el catalán discípulo de Lumiére, fundador del primer taller cinematográfico establecido en Barcelona, que hacia 1906 recrea en el celuloide un fantasmagórico mundo de agresivos duendes escapados de lugares imprecisos (La maison hantee); o como el visionario cineasta inglés Charles Urban, cuyas premonitorias vibraciones acerca de la destrucción de Londres causado por el brutal ataque de indefinidas naves enemigas --bombardeo que ocurriría realmente en la cuarta década a cargo de la aviación nazi-- quedaron plasmadas en los fotogramas hacia 1909 en un brevísimo filme titulado The airship destroyer; o como el hollywoodense Christian Nyby, que hacia 1951 otorgó al extraño visitante que cae en el ártico (¿remake de la elemental obrita de Méliés?) tejidos de origen vegetal en The Thing; o como Byron Haskin, el imaginativo cineasta diseñador de efectos especiales capaz de reproducir con meticulosa fidelidad en el año 53 una nave marciana para War of the Worlds, la taquillera cinta producida por la Paramount; o como Fred McLeod Wilcox, el artesano adscrito a la meca del cine que fue uno de los primeros en reproducir en los blancos lienzos de la Tierra las mecánicas peripecias de un robot de oscuro origen que respondía al nombre de Robbie en Forbiden Planet (1956); o como Robert Wise, el editor estrella de Orson Welles, que en homenaje a aquella emisión radiofónica realizada por su maestro el domingo 30 de octubre de 1938, War of the Worlds, que provocó irrevocable pánico nacional, revive de nueva cuenta en las imágenes el alucinante momento en que un platillo volador aterriza en Washington y de su incandescente interior desciende en son de paz Klaatu para advertir a los habitantes de nuestro planeta que están poniendo en peligro la seguridad del universo con sus experimentos atómicos (Ultimátum a la Tierra, año 51).
También como George Lucas, el piloto automovilístico, estudiante de la Cinema School de la Southern California University que en el año doble siete crea Star Wars, saga intergaláctica poblada de extraños seres; o como Steven Spielberg, el cinecreador estadunidense --nació en Cincinnati, Ohio-- de Close encounters of the third king (77), en cuyo contexto Franois Truffaut encarnando a Claude Lacombe descubre la nave madrina repleta de extraterrestres que posteriormente aparecerán ante nuestros ojos como vagas siluetas de confusas formas humanoides que en el año 82 vendrán a precisarse en E.T., el asexuado náufrago del cosmos diseñado por Carlo Rambaldi para protagonizar la parábola cinemática sobre la amistad interracial articulada por el autor de Close encounters... (``We are not alone''); o como Ridley Scott, el anglosajón graduado en London's Royal College of Art, que después de manufacturar un primer filme sensacional, The Duellists, acrecienta nuestro inabarcable estremecimiento ante los seres que pueblan el más allá cuando presenta en Alien (1979), un extraterrestre demoniaco; o como Ronald Emmerich, alemán considerado marciano que en Independence Day (1995) crea extraterrestres horrendos pero poseedores de una superior tecnología; o como el aún innominado director de cine mexicano que estaría bien dispuesto a transvasar en la cinta de plata las travesuras sanguinarias de nuestro extraterrestre Chupacabras.
Y para concluir este incompleto recorrido, una última cuestión: en caso de existir, ¿cuál será la forma de vida en el más allá? ¿Serán formas biológicas similares a las nuestras, máquinas o criaturas sin cuerpo, de energía pura? ¿Serán o no hostiles?..