En un texto que escribe la escritora argentina Beatriz Sarlo, reproducido en la Revista de Crítica Cultural (dirigida por Nelly Richard en Santiago de Chile), leemos: ``¿Dónde estamos entonces? En los años finales de un siglo que se pareció muy poco a esta última década: el fin de siglo contradice al siglo XX, lo enmienda y, especialmente, repudia algunos de sus temas más poderosos''. ¿Y cuáles serían los temás más poderosos de este siglo que termina, a los que esta última década que vivimos contradice? ¿La utopía, las libertades ciudadanas, los discursos éticos, el empleo y una mínima seguridad social (jubilación, salud, vacaciones), el ascenso de la clase media, el progreso, el prestigio de la universidad y el papel preponderante de los intelectuales, la poesía, la literatura, el arte, sociedades menos injustas que algún día dejarían de serlo totalmente, es decir, de nuevo la utopía? Beatriz Sarlo asevera: ``Tres crisis definen estos años que nos separan del fin del siglo: la crisis de las ideas de cambio que modifica a la sociedad en todos sus puntos, comprometiendo la acción y el destino de la mayor parte de sus miembros (la crisis de una idea total de cambio); la crisis de las vanguardias y de los valores estéticos de la modernidad y, con ella, la de una continuidad cultural conflictiva; la crisis de la figura clásica del intelectual, que sigue a la restructuración de las relaciones entre niveles culturales a partir de la organización massmediática de la dimensión simbólica''.
Pero lo que aún bautizamos con el nombre de crisis sobrepasa el sentido tradicional de esa palabra, y quizá por ello deba sustituirse por otra mucho más drástica, porque la crisis sugiere algo que aún tiene arreglo. Beatriz piensa en los términos disolución, decadencia, desplazamiento, aunque acabe por elegir el vocablo abandono, que le parece convenir mejor a esta ácida atmósfera del fin de milenio: ``...registra bien el modo en que se ha tomado distancia respecto de tres fuertes núcleos ideológicos y míticos del siglo XX, abandonados no como se refuta una idea o se la cambia, sino según la forma en que se deja de tener una creencia''.
¿De verdad ya no estamos sólo en crisis sino que asistimos a una disolución de la sociedad que apenas comprendemos y en la que aparecemos como mutantes, seres de otro planeta, los del siglo XX, desplazados por esta década vertiginosa que nos conduce a pasos agigantados hacia el milenio, con todo lo que esa palabra tiene a la vez de mágico y de apocalíptico, de cierre y de apertura?
En otro número de la misma revista mencionada se incluye una entrevista a Jacques Derrida durante su reciente visita a Chile. Me interesa transcribir su respuesta a una pregunta que se le hace sobre su libro Espectros de Marx; es significativa y permitiría establecer una especie de diálogo con el texto de Sarlo, acerca de las utopías apocalípticas del fin de siglo, que cancelan todo aquello que hemos creído definitorio de lo humano, y una nueva y posible utopía positiva construida en parte con los restos de la vieja utopía del progreso:
``Sí escribí un libro sobre Marx, un libro afirmativo que saluda a Marx y a los que todavía militan en su nombre..., es precisamente porque resultaba anacrónico hacerlo, o mejor dicho, intempestivo. Creo que la responsabilidad del pensamiento crítico consiste también en calcular una intempestividad: debemos decir lo que se cree que no debe decirse. Hoy el discurso dominante en el mundo entero nos dice que el marxismo ha muerto y que el comunismo quedó enterrado. Precisamente porque nunca fui un militante del marxismo en un periodo en que era muy tentador hacerlo y porque me resistí a su ortodoxia, creo necesario oponer hoy una voz discordante a este actual consenso del capitalismo del libre mercado y de la democracia parlamentaria. Lo hago por supuesto a mi manera, y esa manera consiste en analizar el trabajo del duelo político que habla a través del discurso hegemónicamente antimarxista de hoy que me parece ser un discurso maníaco-triunfante, como diría Freud... Su trabajo es ruidoso para acallar la inquietud, la angustia como síntoma de que no todo va tan bien en lo que se veía como triunfo... El discurso de Marx está lleno de fantasmas, pero es también un discurso que trata de eliminarlos, deshacerse de ellos. Traté de descifrar el texto y también ver los límites filosóficos de Marx como filósofo: hay motivos en él que no sólo no han muerto sino que siguen abiertos al futuro como motivos aún precursores, y hay también motivos que pertenecen a la tradición.