Para los fines de este artículo, basta decir que Jack Kevorkian es médico, reside en Estados Unidos y es el promotor más célebre del suicidio asistido. Es, además, el único que publica sus actos. Su nombre se volvió cotidianidad en junio de 1990, fecha en que colaboró por primera vez con una enferma para precipitar su muerte. Al resumen del currículum vitae de JK he de agregar que en el país vecino fue el primero en pasar de la teoría a la práctica, que no ha sido posible, a pesar de diversos intentos, condenarlo y, acorde a sus ideas, considera que la medicina se humaniza cuando precipita la muerte de aquellos enfermos terminales sin esperanza, que han expresado previamente sus deseos de ``morir con dignidad''. A su semblanza agrego que su valiente iniciativa es una invitación obligada a la opinión pública para reconsiderar los límites entre la vida y la muerte.
En días recientes, las agencias noticiosas difundieron que JK había asistido a dos personas más para que, en forma volitiva, encontrasen la muerte. Ahora suman 36 los enfermos que han decidido que la alternativa propuesta por el patólogo, el suicidio asistido, es no la mejor, sino la única vía para aliviar sus males. Crudamente, desenfundada la espada del juicio rápido y estúpido, debe decirse que quienes solicitan la ayuda de Kevorkian lo hacen convencidos de que la muerte, es decir, la terapéutica ofrecida por el galeno de marras, es la mejor, única y última solución. A los críticos ligeros, y a quienes piensan en la santidad de la vida como dogma, adelanto estas líneas: no es más fácil optar por la muerte voluntaria que vivir y luchar contra la cotidianidad de algunas enfermedades terminales. No es tampoco ni más ni menos sabio, pensar que el deceso solucionará las interminables cicatrices impuestas por el dolor, la denigración y la ausencia de esperanza. Es la eutanasia activa tan sólo otra forma de comprender la existencia propia, de resarcirle al individuo su autonomía. Añado que el solo hecho de contemplar la idea del fin voluntario como cura, como noción de ``buen fin'' es la decisión más compleja que un ser humano puede confrontar. De ahí que las aproximaciones al problema de la eutanasia y las propuestas de Kevorkian deben individualizarse y mirarse a través de los prismas del enfermo; de los conceptos y definiciones que uno hace de su propia vida y no de las ideas universales o comunitarias de la existencia. ¿A quién le pertenece su propia vida?
La vigencia de JK no es fortuita ni gratuita. Lo que aún no logro definir es si la sociedad estadunidense ``lo inventó'', lo cultivó y ahora lo cosecha, o bien si el galeno fue quien vendió sus ideas a fuerza de la insistencia. Existe también la posibilidad de la intersección: una comunidad representada en este caso por algunos enfermos terminales carentes de respuestas satisfactorias y un galeno que ofrecía otros caminos. Prevalezca cualquiera de las ideas anteriores, lo cierto es que hay individuos que reclaman y buscan respuestas que ni la moral contemporánea ni la medicina o las religiones pueden ofrecer. Esa es otra forma de entender las ideas de JK.
Hay otra serie de reflexiones paralelas y no calculadas en relación al ``fenómeno Kervokian'' que no deben omitirse. A partir de su incursión en las arenas de los mass media, se ha escrito infinidad de páginas acerca de él. Quizá más de las que se han ocupado de las muertes de los niños de la calle. Tal suposición es imposible de medir. Lo que en cambio sí tiene mesura, es la voracidad de las voces reaccionarias --``religiosas y moralistas''-- que condenan al médico, en contraposición a los apenas audibles susurros de las mismas fauces cuando hay que pronunciarse en favor de los deshabitados por sus deidades. Este fenómeno imprime otros tonos, ya viejos, ya conocidos, a las tierras removidas por JK: la doble moral como ropaje habitual de esas corrientes.
¿Quién es Jack Kevorkian? Como en tantos otros currículos, el del aludido no tiene punto final. Las incisiones producidas por sus actos en la conciencia de la sociedad no sólo no han sanado, sino que sangran y preguntan: ¿cómo contextualizar la autonomía del ser humano?, ¿hasta dónde la sociedad decide? Al leer los apéndices sobre JK y resumir las opiniones en favor y en contra, se entiende también que en las comunidades modernas, paralelo al avance tecnológico y científico, existe un retroceso en la comprensión cabal del binomio vida-muerte. Kevorkian es un buen pretexto para que en México se discuta este fenómeno y el de la eutanasia, desde la escuela temprana y en foros apropiados.