Para iniciar una revolución hay que tener un país.
En El hombre de Kiev
Plantear la defensa del Estado-nación no necesariamente es proponer el nacionalismo y, mucho menos, la defensa del Estado como es y por lo que representa. No son las bases de la sociedad las que han pervertido la idea de nación, sino los dirigentes, los dueños del capital. Pero ya es tiempo de usar la defensa de la nación con otro significado, con un sentido popular.
La ruptura de la nación es, en la fase actual del capitalismo, una necesidad para éste o, si se prefiere, una consecuencia obligada del modelo de mundialización económica para los países periféricos. En el modelo, por lo que se refiere al llamado neoliberalismo, se propone un Estado reducido, un gobierno fuerte hacia adentro y débil frente a los grupos económicos dominantes y los gobiernos de los países desarrollados (también dominantes) y, desde luego, una sociedad atomizada, individualizada, competitiva y, por lo mismo, con reducidas capacidades para organizarse, exigir y controlar su destino.
Estado reducido quiere decir, en pocas palabras, un Estado que no regula a las fuerzas del mercado, que abandona a su suerte a la población no dominante o, peor aún, que la trata de controlar para beneficio de esas fuerzas del mercado en todo aquello que éstas necesitan: orientación de la educación, salarios, formas de organización (de preferencia su desorganización), y otros elementos que permiten la reproducción de la fuerza de trabajo y el trabajo mismo bajo condiciones fijadas por los intereses de los grandes capitales.
Gobierno fuerte hacia adentro significa un poder suficiente para controlar a la población en los límites convenientes para los intereses que el gobierno representa o a los que sirve. Y gobierno débil hacia el exterior quiere decir exactamente lo que se está diciendo, es decir dócil a los intereses a los que sirve y, por lo tanto, de espalda a la población que en la democracia formal, en el mejor de los casos, lo llevó al poder.
El Estado es una abstracción real, pero el gobierno es algo muy concreto, formado por personas concretas y todo lo que esto implica. El Estado es una derivación del capital y en los países periféricos una derivación de la economía mundial constituida (Salama, en El Estado sobredesarrollado). El Estado en los países desarrollados no sólo es una derivación del capital necesaria para la reproducción de éste, sino que es garantía para la expansión del capital dominante y para su dominación sobre otros Estados (los grandes grupos capitalistas se apoyan en la fuerza de los Estados de sus países sede para defender sus intereses en otros países). El Estado en los países periféricos, en cambio, es el puente por el que pasan los intereses imperialistas para dominar a una nación (para destruirla también). En esta lógica, un gobierno puede ser usado (o determinado) en función de su fuerza hacia el interior de un país, y la fuerza de un gobierno está en función del régimen político imperante.
Entre el Estado y el gobierno, valga el esquema, está el régimen, materialización del Estado y resultado de la correlación de las fuerzas sociales en un país dado. Que un gobierno pueda sostenerse a pesar de sus políticas antipopulares, dependerá del régimen político, es decir del régimen resultado de la correlación de fuerzas existentes. Si los intereses que garantiza el Estado requieren de un régimen dictatorial, se buscará la manera de instaurarlo, y el gobierno que resulte de éste será una dictadura. Y así podrían ponerse más ejemplos. Por lo tanto, sólo la sociedad organizada puede cambiar para su beneficio a un régimen por otro, si tiene suficiente fuerza para hacerlo. Si no lo hace la sociedad, lo harán los grupos económicos dominantes, cada vez menos nacionales y cada vez más multinacionales, siempre en función de sus necesidades e intereses.
De aquí que la única manera de cambiar un régimen por otro sea en cada país, es decir en el ámbito de un Estado-nación. Es impensable que la sociedad de un país pueda cambiar el régimen de otro. Por esto es que decimos que la lucha contra el modelo neoliberalismo-mundialización tiene que ser internacional por su contenido pero nacional por su forma y, por lo mismo, que pasa por la defensa del Estado-nación como único ámbito de lucha concreta y posible.