Jorge Legorreta
Mercado ambulante y espacio público/I

Algún notable viajero del siglo XIX calificó a la ciudad de México como un gran tianguis. En realidad lo sigue siendo, pues hoy su Centro Histórico -la ciudad de entonces- concentra todavía la tercera parte del pequeño y mediano comercio. Erradicar su función histórica comercial es un anhelo modernizante que ha llevado siglos.

De la ocupación del espacio público para el comercio dan cuenta innumerables testimonios gráficos. La Plaza Mayor ocupada por cientos de comerciantes en junio de 1761, días antes de la jura del Rey Carlos III, fue violentamente desalojada pero vuelta a ocupar por el comercio; lustros después se construyó el mercado del Volador con la intención de volver a ordenar el comercio informal de esa plaza. La litografía de Casimiro Castro de 1856 muestra otra concurrida plaza, la de Roldán hasta con canoas provenientes de Xochimilco, hoy Roldán y sus calles aledañas siguen ocupadas por el comercio. Otro intento histórico en el siglo XX fue La Merced, orgulloso mercado que logró desalojar temporal- mente céntricas calles, mismas que fueron ocupadas años después por otros comerciantes. Lo más reciente es la edificación de 20 plazas comerciales y su correlativo bando de policía dictado en 1992 por la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, prohibiendo el comercio ambulante en el perímetro ``A'' del Centro Histórico. Otro fracaso más.

La disputa por los espacios públicos para el comercio ha sido pues una larga, penosa y conflictiva lucha histórica no concluida. Hoy adquiere nuevos rasgos que conviene precisar. El comercio ambulante ha sido conformado y alimentado por los intereses partidistas del propio gobierno capitalino. No lo sostiene la corrupción, ésta sólo lo hace funcionar.

La ancestral lealtad electoral entre comerciantes ambulantes y el gobierno no va a modificarse, sería tanto como conducir a un suicidio político del PRI; sólo va a cambiar de nombres y lugar. Nuevas exigencias por modernizar una parte del centro de la ciudad sin comerciantes y compradores pobres, obliga hoy a romper los implícitos pactos políticos con los viejos dirigentes. El bando de policía fue un instrumento diseñado para desplazar el comercio ambulante a otros lugares, pero no para desaparecerlo; éste sigue creciendo más allá de los estrechos límites del perímetro ``A''.

La condonación de la deuda por 25 millones de pesos, aparentemente contradictoria, es parte de los nuevos pactos políticos y electorales con otros sectores de comerciantes ambulantes que han decidido volver a las plazas y renunciar (temporalmente) a ocupar las calles. Durante las próximas elecciones tendremos algunas calles del centro sin comerciantes. Pero después volverán, eso mientras no se encuentren soluciones de fondo.

Otro asunto es la concepción elitista que priva en las acciones y ataques contra el comercio ambulante por parte de algunos sectores sociales, respecto a la ocupación de los espacios públicos. Banquetas y calles peatonales han sido concesionadas a consorcios extranjeros y elegantes restaurantes para estratos medios y altos, mientras los comerciantes ambulantes son violentamente desalojados porque se dice, estorban el transitar de los peatones. La calle peatonal de Palma fue, en aras de suprimir el mercado ambulante, abierta para ser ocupada por automóviles. Las banquetas del Zócalo son ocupadas por trasnacionales y recientemente se concesionó la calle peatonal de Gante a dos restaurantes. Efectivamente como lo ha manifestado el regente, las banquetas no son nuestras, pero ¿porqué los elegantes comensales de Gante no estorban y sí los comerciantes ambulantes? Podría explicarnos señor delegado en la Cuauhtémoc, la diferencia?

Esperemos que la respuesta no se traduzca intempestivamente en cerrarlos, pues como otros tantos ciudadanos, hemos disfrutado de ellos y sobre todo porque forman parte de los esfuerzos por revitalizar el Centro Histórico. Simplemente reclamamos el mismo derecho de ocupación para las necesidades de otros sectores sociales.

Si hemos de ocupar la calle como espacio público, que sea para todos; lo que se requiere entonces es dictar las políticas y las normatividades para hacerlo en forma ordenada y adecuada. De lo contrario estaríamos comprobando, como dice Galeano, que en la ciudad moderna los pobres no tienen cabida.