Paso a paso, el presidente Bill Clinton ha logrado poner las políticas del gobierno mexicano en sincronía con el calendario electoral de Estados Unidos. El objetivo común es evitar que se desate una controversia en torno a la estabilidad (financiera y política) de México días antes de las elecciones de noviembre. Con este fin se ha extendido la colaboración bilateral a prácticamente todos los ámbitos de la agenda, pues ni a la Casa Blanca ni a Los Pinos les conviene que ``el rescate mexicano'' llegue a convertirse en un asunto de campaña.
Los republicanos insistirán en los próximos días en resaltar ciertos asuntos delicados de la relación; en especial, la migración de trabajadores mexicanos, el tráfico de drogas, y el paquete de asistencia financiera. En cada uno de ellos tienen argumentos con que presionar a Clinton y hacerlo perder puntos en las encuestas. Para proteger su ventaja, el Presidente ha ido desactivando los posibles temas conflictivos uno a uno: ha endurecido su política antimigratoria, reforzado la campaña antinarcóticos, y cobrado los préstamos extraordinarios que le hizo a México.
Para lograr estos objetivos tácticos, el presidente Clinton ha contado con la amplia colaboración del gobierno mexicano, que ha subordinado su política exterior a las elecciones en Estados Unidos. Así, por ejemplo, antes de que se celebraran las convenciones de los partidos Republicano y Demócrata, la Secretaría de Hacienda realizó dos pagos multimillonarios con los que cubrió prácticamente la totalidad de créditos del Tesoro estadunidense. Y si bien al hacer estas transacciones México se benefició de un ambiente favorable en los mercados internacionales, el gobierno volvió a garantizar la emisión de deuda con petróleo.
El gobierno nunca explicó a qué tipo de estrategia correspondió la decisión de adelantar pagos o cubrir la totalidad de los créditos, prefiriendo volver a endeudarse con bancos comerciales privados que con la Casa Blanca. Para el presidente Clinton, en cambio, el beneficio inmediato es evidente, pues ahora puede vanagloriarse de haber ``salvado a México'' y, en el proceso de hacerlo, haber llevado a cabo ``un buen negocio'' también. Su secretario del Tesoro, Robert Rubin, ex socio de Goldman Sachs, una de las instituciones financieras de Wall Street con mayores negocios con el gobierno mexicano, se refiere ya a este doble éxito.
Según los demócratas, las relaciones entre los dos países nunca han sido mejores, y se proponen demostrarle a Robert Dole y los republicanos que ``el tema de México es un caso clásico de interpretación errónea''. Para ello, el gobierno estadunidense ha puesto mayor atención en los asuntos mexicanos hasta convertirlos en una cuestión interna. El trabajo conjunto de las dependencias encargadas de las áreas sensibles de la relación, como la Secretaría de la Defensa y la Procuraduría General de la República, se ha estrechado en los últimos meses, y la agencia Anti-Narcóticos de Estados Unidos (DEA) y el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) supervisan directamente las acciones de los mexicanos.
Ningún asunto es menor en periodo de elecciones, y Bill Clinton no está dispuesto a dejar un nudo sin desenredar. Por eso --con el voto del estado de Florida en mente-- la Casa Blanca envió a Stuart Eizenstat a entrevistarse con Gurría y el secretario de Comercio, Herminio Blanco, y así buscar minar la resistencia de México a la aplicación de la Ley Helms-Burton. Hasta ahora la actitud mexicana parece bastante firme, pero las diferencias que prevalecen al interior del gobierno con respecto a qué acciones conviene tomar en contra de la ley abren un espacio suficiente para las presiones estadunidenses.
Por su parte, el canciller José Angel Gurría insiste en que no hay relación entre el rescate financiero y los demás temas de la agenda bilateral. Sin embargo, Clinton está convencido de que el compromiso del gobierno mexicano con él se selló el día en que México recibió el paquete de asistencia internacional. En el Partido Demócrata explican esto de la siguiente manera: ``si uno observa la relación Estados Unidos-México se puede dar cuenta de que el rescate cambió el carácter de nuestra relación y creó un nivel de cooperación entre nosotros y México''.
Para el presidente Clinton es suficiente, sin embargo, que antes de noviembre no surjan nuevos escándalos o señales de inestabilidad provenientes de México que pudieran resentirse en Wall Street o en la frontera. En sus planes electorales ``no news is good news''; esto es, le resultaría mejor que México no apareciera en las noticias, y que si inevitablemente lo hace se debiera a una nueva concesión en materia financiera, petrolera o de negocios. Para ello, Clinton confía en la buena disposición que el gobierno mexicano ha mostrado hasta ahora con los intereses de Estados Unidos.