Después del cierre de la convención del partido del presidente Bill Clinton las encuestas le otorgan una ventaja de 20 puntos sobre su contricante, el senador Bob Dole, candidato de los republicanos, a pesar incluso del picante caso del estratega de campaña y consejero íntimo que contaba a una prostituta ya entrada en años secretos de Estado tan ``terribles'' como el descubrimiento de vida en minerales provenientes de Marte (como se sabe, desde la experiencia de Orson Wells y por las malas y taquilleras películas recientes, los estadunidenses son muy sensibles a la Guerra de los mundos que golpea la imaginación de quienes creen o esperan ser los primeros de la galaxia). Reconfortado por los sondeos, Clinton no teme mucho las acusaciones de excesivo liberalismo (o libertinaje) y de incapacidad para elegir a sus asesores que en las próximas semanas le reiterarán sin duda sus opositores.
De modo que, una vez clausurados los espectáculos semicircenses de las convenciones respectivas, ambos partidos entran ahora de lleno en la fase final, la de las propuestas. Los demócratas, como se vio en estos últimos días, comienzan a golpear la tecla de lo social, ofreciendo que las escuelas tengan acceso a internet, créditos para los estudiantes, alfabetización y facilidades a quienes creen empleos, aunque sin abordar el espinoso problema de la reforma del sistema de bienestar social que afecta a los más pobres, entre los cuales se cuentan las personas de origen latinoamericano.
La convención se alineó con los republicanos en los temas de política exterior (amenzando a Irán, Libia, Cuba, sosteniendo que Estados Unidos debe ejercer, cuando sea necesario, el papel de policía mundial), pero en cambio opuso el caballo de batalla de la defensa de jirones del viejo welfare a la reducción de los impuestos que proponen como eje de su campaña sus adversarios. La lucha contra la inmigración, la droga, el terrorismo y el crimen fueron también temas centrales ante los cuales las propuestas (más cárceles, más policía, más vigilancia en las fronteras) caracterizan por igual a ambos partidos, pero Clinton aprovecha la relativa reducción del desempleo y cierta reanimación económica para hablar de crecimiento y de futuro y resaltar el conservadurismo de sus opositores. Eso es todo.
Es notable que la primera potencia económica y militar del mundo, y la que tiene indudable hegemonía en sus propuestas ``culturales'' mediante los medios de información, ni siquiera discuta la actual fase mundial ni los problemas de los países aliados o vecinos, que sin duda deberá afrontar quien consiga ocupar esa Casa Blanca desde la cual incidirá fuertemente en la línea que deberá seguir todo el planeta, y eso nada menos que cuando en todos los continentes se extiende la protesta contra la ley Helms-Burton. ¿Demuestra esto una cerrazón provinciana o expresa, por el contrario, una arrogancia imperial y la seguridad de que todos, al fin y al cabo, deberán bailar con los sones que toque la orquesta de Washington? ¿El partido del presidente Clinton, que tiene un burro como símbolo, será capaz de escuchar sugerencias o será necesario, en cambio, encontrar fuera del stablishment demócrata-republicano otros oídos estadunidenses menos encumbrados pero más sensibles