EL TONTO DEL PUEBLO Jaime Avilés
El hipódromo de Troya
La intervención policiaca y judicial del Hipódromo de las Américas, ejecutada ayer al mediodía, lanza un repentino chorro de luz sobre los turbulentos acontecimientos de esta semana: la guerra relámpago del Ejército Popular Revolucionario, la caída del peso y de la Bolsa y la nueva devaluación del gabinete político en vísperas del segundo informe de Ernesto Zedillo.
Todo habría comenzado hace un mes, cuando la Secretaría de Hacienda y Nacional Financiera movieron una importante suma de dinero, a través de un grupo de empresarios privados, para elevar las acciones del consorcio papelero Ponderosa. Con esta operación, el índice de precios y cotizaciones (IPC) de la Bolsa Mexicana de Valores subió, de la noche a la mañana, 10 por ciento. El propósito, desde luego, era atraer a los incautos. Y éstos respondieron de inmediato comprando papeles de las empresas más fuertes del mercado.
Gracias a esta estratagema, la semana pasada el IPC logró un récord histórico de 15 por ciento. Este dato y la supuesta recuperación del Producto Interno Bruto en 7.2 por ciento iban a ser las noticias estelares del informe. Pero entonces comenzó la caída que muy pronto puede convertirse en debacle.
De acuerdo con analistas financieros consultados por el tonto del pueblo, la Bolsa Mexicana de Valores tiene, y perdón por la redundancia, un valor estimado en 110 millones de dólares, la mitad de los cuales está en manos de Carlos Salinas de Gortari. A finales de la semana pasada, a través de una casa de bolsa de Nueva York --cuyo nombre se le borró de la servilleta al imbécil del tonto del pueblo, porque se puso a llorar de alegría después de hablar por teléfono--, Salinas de Gortari comenzó a vender importantes volúmenes de acciones para conseguir exactamente lo contrario de lo que buscaba Zedillo: hacer caer el IPC.
El trabajo de zapa del ex presidente continuó a lo largo de esta semana y el jueves se anotó un gran éxito, al provocar el derrumbe del IPC en 2.23 por ciento: un hecho que los propagandistas de la Bolsa ``interpretaron'' como ``reacción'' a la ofensiva que el EPR inició la noche del miércoles.
Para fortuna de la administración de Zedillo, ayer viernes la Bolsa de Nueva York cortó sus operaciones a las 12 del día y no las reanudará sino hasta el martes en la mañana, cuando en Estados Unidos finalice el largo week-end de la versión gringa del Día del Trabajo. Debido a esto, Salinas de Gortari tuvo poco tiempo para seguir vendiendo, lo que permitió que, al cerrar Nueva York, el ``gobierno'' de México pudiese intervenir para maquillar las cifras del IPC y arreglarle un poco la cara al peso.
Siempre según los analistas financieros, en el mercado de Chicago --donde se determina la verdadera paridad del peso--, nuestra moneda cerró ayer a 7.63 por dólar. Pero de nuevo, gracias a la providencial interrupción de labores a las 12 del día en Chicago, el ``gobierno'' mexicano lo bajó a 7.58 aprovechando la autonomía que le brindaron las horas restantes. Pero esto significa que el martes, cuando los gringos vuelvan a sus actividades, el peso abrirá a 7.63, aunque esta cotización puede modificarse, para bien o para mal, en cuestión de segundos...
Si Salinas de Gortari vendiese de golpe todas las acciones que atesora, la Bolsa Mexicana de Valores quebraría en el acto, porque no cuenta con los recursos suficientes para enfrentar tamaño desafío. Pero aún si vendiera apenas la décima parte, el impacto sería mortal no sólo para la administración de Zedillo sino también para la del propio Clinton. Hasta ahora, en cada uno de los enfrentamientos Salinas-Zedillo, Clinton ha intervenido en favor de Zedillo. En esta ocasión, sin embargo, Salinas cuenta con un nuevo aliado: el Partido Republicano. Y Clinton está en campaña electoral y las facciones que se disputan el poder en Estados Unidos no son indiferentes al caos que se barrunta en México.
Agobiado por su monumental deuda externa, el gobierno de Estados Unidos necesita hacer un severo reajuste de su economía interna y para ello tiene una sola opción: declarar la moratoria o desinflar la Bolsa de Nueva York, a fin de obtener liquidez para cumplir con sus acreedores. Sin embargo, para tomar una decisión de esta naturaleza en un momento tan delicado, Clinton requiere de un pretexto político para justificar un programa de medidas ``amargas pero necesarias''.
En este sentido, un factor ``ajeno'' --por ejemplo, un nuevo crack de la Bolsa Mexicana-- le vendría de perlas para explicar la caída de la Bolsa de Nueva York. Pero las consecuencias colaterales de una estrategia tan audaz --por ejemplo, una hecatombe política al otro lado del Bravo--, serían fatídicas para su reelección.
Para poner en práctica el ``factor ajeno'', con la certeza de poder controlar una sucesión presidencial inesperada en la frontera sur de ``su'' imperio, Clinton necesita llegar al primero de diciembre con el doctor Zedillo en Los Pinos, cuando la legislación mexicana le ofrezca un margen menor de riesgo. Pero si la economía y la política mexicanas entran en una pendiente antes de lo previsto por Clinton, los grandes ganadores de esta carambola de mil bandas serán Bob Dole, el Partido Republicano y su peón maquiavélico en este caso, Carlos Salinas.
Por todo lo anterior, la clausura temporal del Hipódromo de las Américas inunda de luz la esperpéntica circunstancia que vivimos. La empresa que administra el óvalo de Sotelo, y éste es el dato clave, pertenece tanto al señor Justo Fernández como a la familia Salinas de Gortari. En represalia por el trabajo de zapa de Carlos Salinas en contra de la Bolsa, la administración de Zedillo ha adoptado una medida de muy poca monta, aunque pudiera pensarse lo contrario toda vez que se trata de una firma bajo cuyo patrocinio todos los días se realizan muchísimas montas.
¿Qué significa la presunta incautación de un negocio menor para un hombre que posee la mitad del valor de la economía mexicana? Desde luego, nada. Y por otra parte, en el seno de un país donde nadie le dispensa la mínima credibilidad al ``gobierno'', el operativo tiende a estimular la imaginación popular porque sugiere que, dada la proximidad del hipódromo con el Campo Militar Número Uno, sus instalaciones fueron cerradas indefinidamente para impedir que desde ellas pudiese llevarse a cabo un ataque subversivo. Como si en el óvalo de Sotelo, en lugar de uno, hubiese miles de caballos de Troya.
Cuando los zapatistas partieron a la guerra en enero de 1994, se encontraron con una sociedad civil que se volcó a las calles para detenerlos. Entonces los zapatistas dijeron: ``Derrótenos políticamente''. Y la sociedad civil los derrotó mediante una movilización continua, acompañándolos en las buenas y en las malas. La mala moraleja de este cuento es, una vez que los zapatistas se metieron en el callejón sin salida del diálogo, el régimen, con una torpeza que raya en el escándalo, se sentó a la mesa de San Andrés y se dijo: ``Ahora nosotros los vamos a derrotar políticamente, no sólo a ustedes sino también a la sociedad civil''.
Y en ese trance estamos ahora. El sentido profundo del diálogo en Chiapas era iniciar un auténtico proceso de transición a la democracia: abrir las compuertas para el cambio pacífico en un país que estaba a punto de reventar. Así lo entendió la sociedad mexicana, así lo entendió el mundo, escepto la administración de Zedillo y la estúpida soberbia de Estados Unidos. Hoy, cuando nuevos grupos de mexicanos se levantan en armas desde la legítima desesperación de un pueblo condenado a la miseria, la sociedad civil, exhausta de su odisea zapatista, parece dispuesta a sentarse a ver si el EPR consigue impresionar a los petulantes que no han hecho sino dedicarse a derrotar a la política.
Zedillo ha repetido sin descanso que su política general es la única posible, porque de lo contrario podría irnos peor. ¡Mentira! El proyecto neoliberal ha llegado a su término. En la paz, nada puede ser peor ya, mientras el dolor y la desdicha se multiplican por todos los confines de México. ¿Tiene razón el EPR? ¿Es verdad que nada cambiará en México por la vía civil y pacífica? A través de su máximo representante y desde la máxima tribuna del Congreso de la Unión, el régimen está obligado a responder mañana mismo a estas preguntas con el anuncio inaugural de la transición democrática. Porque si no lo hace, damas y caballeros, dice el tonto del pueblo, sálvese el que pueda (y quiera).