Jean Meyer
¿Después de Yeltsin?

No hay que vender la piel del oso antes de haberlo cazado. Sí, es cierto que el estado de salud del presidente Yeltsin es una incógnita muy grande, de tal manera que bien podrá encontrarse temporal o definitivamente incapacitado, sea al estilo Brezhnev --cuyo fantasma evitaba el problema de la sucesión--, sea en forma tal que no sería posible mantener la ficción de su Presidencia. Pero los médicos son capaces de hacer milagros para mantener a un Presidente enfermo de pie, hasta para prolongar una ilusión.

Es cierto también que además de sus eventuales problemas hepáticos y cardiacos, Yeltsin ha sido toda la vida un hombre ciclotímico, que alterna fases de dinamismo eufórico con profundas depresiones. De los cinco años de su primera Presidencia, pasó la mitad en ``vacaciones'', ``descanso'' o ``convalescencia''. Dado por muerto varias veces, siempre ha resucitado, hasta la fecha, para ganar la pelea; luego se esfuma, se diluye, desaparece después del triunfo. Desde su escondite, cuando todos se desesperan o se alegran de su impotencia, de su inacción, da el golpe fulminante, forja un decreto, mueve una pieza en el tablero.

Su manera de jugar con la amenaza de Zhirinovski, entre 1993 y 1995, luego con el posible regreso de los comunistas al poder y, finalmente, con la candidatura del general Lebed, hasta neutralizarlo entre las dos vueltas electorales, denota una gran capacidad táctica. Su manera de deshacerse al mismo tiempo de una camarilla que lo había acompañado siempre, desde un principio, durante 20 años, comprueba que no hay que subestimar a Boris Yeltsin, o a los hombres de las tinieblas que, según ellos, lo manipulan como a un títere, después de haber manipulado a Gorbachov.

Hasta en sus ausencias Yeltsin es demasiado presente. Desde 1991 no ha dejado de sorprender a tirios y troyanos y sigue siendo impredecible en ese gran país impredecible, en ese ``país de las maravillas'' que no deja de ser Rusia. Tomemos el caso de Chechenia. Tal como se ha manejado el asunto desde siempre, cosa de dos siglos, Chechenia ha sido, para desgracia de los chechenos, una aporía rusa. Por esencia o por definición, aporía es un problema que especulativamente resulta insoluble. Tal como lo plantean los rusos, el problema checheno ha sido y es imposible de resolver, paraliza todo pensar y todo hacer. Por eso escogieron, como los zares, como los soviéticos, la solución de Alejandro: cortar con la espada el nudo gordiano que nadie podía desatar.