Jordi Soler
Dead Can Dance y sus caprichos
En algunas disciplinas la zona de los caprichos suele ser interesante, siempre y cuando tengamos la precaución de mantenernos lejos del caprichoso. Con la suficiente distancia puede divertirnos que Michael Jackson, ese cantante tan devoto de los niños, pida en su camerino varios tinacos de agua Evian; o que Carlos Santana se empeñe en dotar a su aposento de backstage del aspecto que debiera tener la habitación de un patriarca centroafricano, con incienso de la India y equipales de Autlán, Jalisco; o que la tripulación de The Mission UK exija varios kilos de lunetas m&m's antes de brincar al escenario.
Hay casos más complicados, como el teepee original que necesitaba Jon Anderson, durante la gira Union de Yes, para ejecutar su calistenia de Tai-chi, o ya en el extremo, la pequeña ciudad que se mandan construir los Rolling Stones detrás de cada escenario donde tocan. También hay caprichos enternecedoramente modestos, como los que se da Eric Burdon: antes y después de salir a escena, su camerino debe contar con una botella de ron, un vaso y una bolsa de kilo y medio de hielo Iglú. Lo cierto es que los caprichos de los músicos son verdaderas ventanas a su intimidad.
Spiritchaser, el nuevo álbum de Dead Can Dance, será un poco víctima de esa manía tan difundida de clasificar las obras. Alguien dijo, alguna vez que Dead Can Dance era una banda dark y a partir de entonces les nació, seguro sin su consentimiento, un culto de fanáticos oscuros que gozó de sus primeros álbumes y que empezó a quejarse con Toward the Within, el penúltimo. Ahora con Spiritchaser, el más reciente, la banda explora en los ritmos africanos y australianos, en un espectro que va desde lo tribal hasta la frontera de la salsa (oir con atención el final del track 4, ``Song of the Dispossesed'', y comprobar perplejos que la voz de Celia Cruz o Rubén Blades quedaría ahí perfectamente). Con este proyecto, Lisa Gerrard y Brendan Perry terminan con ese corsé que nunca construyeron: aquellos que los encerraron en la música dark oirán descorazonados este álbum extraordinario, no soportarán que se hallan salido del nicho en que los metieron.
Aprovechando que los caprichos de los músicos son ventanas hacia su intimidad, husmearemos en el Hospitality Rider o Lista de Caprichos de Dead Can Dance. Empezaremos, qué cosa más natural, con el desayuno, que tiene que estar servido, o mejor, sirviéndose, de 9 a 10 de la mañana, en una proporción que alcance para 10 personas y compuesta por café, té con todo y tetera, leche, variedad de jugos, variedad de pan fresco y bagels (que probablemente serán substituidos por conchas, orejas y ojos de buey), mantequilla, crema y queso, variedad de cereales, botellas de agua, un tostador (para tostar la variedad de pan fresco), fruta fresca y croissants.
El lunch se sirve a las 13 horas, para 12 personas: charola rebosante de carnes frías, ensalada de atún, selección de panes, mostaza, mayonesa y mantequilla, ensalada verde, crema de cacahuate, surtido de refrescos, agua embotellada, té (negro y de hierbas) servido en tetera, café, papas fritas y galletas.
A las 15:30 en punto el camerino de Lisa y Brendan debe estar listo con tres botellas de vino (dos rojos y uno blanco) de buena calidad, 24 latas de cerveza ligera, 12 latas de cerveza de barril Guinnes, una botella de bourbon, surtido de 18 refrescos, 36 botellas de 1.5 litros de agua, nueces sin sal, un refractario con arroz blanco, una cazuela, un bote de queso cottage, platón de fruta con naranjas, manzanas, plátanos y uvas; humus para untar en pan árabe, charola de quesos con pan y galletas Ritz, charola de vegetales con espárragos, aguacate, zanahorias y pimiento rojo; tetera para hervir agua, jugo de manzana y arándano, dos latas de jugo V-8.
Para la cena (a las 18 horas), en vez de lista hay una especificación estricta: ``La banda y demás personal relacionado nunca cenará fuera (en restaurantes), excepto en casos extraordinarios. Los platillos deben tender hacia lo vegetariano y ser suficientes para 20 personas''.
Luego siguen los detalles del after show: en el camino deberá haber dos pizzas grandes, una vegetariana y otra de carnes frías; cuatro bolsa de hielo, dos cartones de cerveza, 24 botellas de agua y una tina con refrescos.
En estas listas de caprichos, que son ventanas hacia la intimidad, hay un elemento que es siempre fiel reflejo del tamaño de la banda. Así como a los árboles se les mide la edad contando el número de círculos que tienen en el tronco, a las bandas de rock se les mide con el número de toallas que requieren. Dead Can Dance, para satisfacer a músicos, técnicos y demás staff, necesita 30. Los Rolling Stones, nada más para el personal de producción, necesitan 600.