Nadie sabe qué es la identidad. Empecé a buscar en mis diarios qué dijo al respecto el pequeño A. al verse en el espejo una vez, porque fue algo que me había impresionado. Pero rastreando fechas posibles en que pude haberlo registrado, no lo encontré. Entonces decidí olvidarme de ese tema y, en cambio, tratar de averiguar por qué, en mis asociaciones particulares, concebía tres versos, rescatados de un sueño o de la memoria o de un muro en una calle, o de no sabía dónde, como respuesta adecuada al título de ``Enamorados'' que los precedía. Los versos dicen: ``Cuando mis secretos eran de él/ y sus secretos eran míos/ y ninguno de los dos tenía secretos ante el otro''. Recordé que, al registrarlos en mi diario, intenté ponerlos en presente antes de mostrarlos a nadie y, sobre todo, para adecuarlos al título, o para que no me parecieran tan tristes como para hacer del título una ironía. Pero ponerlos en presente no sólo falseaba su sentido verdadero sino que, me parecía, anulaba lo que tuvieran de poéticos. Entre una cosa y otra, ahí los dejé, sin mostrarlos ni decirlos en voz alta, con tal de preservarlos: no sé de qué.
Estaba por cerrar el cuaderno en el que busqué y encontré el poema cuando, presa de un impulso inexplicable, me puse a hojearlo distraídamente. En eso, debajo del domingo 13 de agosto de hace un año, leí: ``Frente a un espejo, mirándose, A. dice en voz alta: `Me copia' ''. No en vano me impresionó; y de ahí que lo registrara. A sus seis años de edad, ¿sabía A. lo que acababa de decir, de implicar? Porque la poesía puede ser válida aunque ni el poeta que la escriba la entienda; pero, semejante juego con la identidad, ¿pasa como ocurrencia, o es índice de una revelación que, al salir de un niño, deslumbra?
Los conocedores admiten que el concepto de identidad es de los más vagos que existen. Nadie sabe lo que es la identidad. Anselm L. Strauss escribe sobre el tema y lo titula: Espejos y máscaras: La búsqueda de la identidad. Espejos y máscaras, ¿título irónico? ¿Implica que el término no se concibe nunca, sino que a lo sumo se refleja, cuando no se oculta? Recorro el índice. Uno de los primeros capítulos trata el asunto del nombre en la identidad. En lugar de leerlo, recuerdo al pequeño O. tiempo atrás, cuando tendría ocho años de edad. Momentos después de enterarse de que papá acababa de morir, entre sollozos preguntó a mamá si él, ahora, además acababa de perder el apellido. El destino es lo que da y lo que quita. La ``identidad'' no es consubstancial a uno.
Otro niño todavía. El pequeño P., en la sala de emergencias de un hospital. Aunque papá y mamá estuvieran a su lado, se sentía tan desprovisto de algo esencial que, mientras el médico le cosía la herida, sin dejar de llorar advirtió en voz alta que él tenía un hermano. ¿Qué quiso implicar? ¿Que su identidad herida se compensaba con la identidad intacta de su hermano? ¿Que si él desaparecía, su hermano continuaría con la ``identidad'' de ambos? Más semejaba su ``identidad'' su hermano que papá y mamá, o que papá o mamá. Un hermano, más espejo de uno mismo que nadie, más imitación. El dolor como exposición absoluta, como desenmascaramiento. Recordemos que Alonso Quijano esperó a tener cincuentaitantos años de edad y a encontrarse en el lecho de muerte para declarar: ``Ya yo no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano''.
¿Qué es la identidad y puede jugarse con ella? Puede simbolizarse, como cuando los miembros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional de México explican el uso que dan al pasamontañas al afirmar: ``Somos los sin rostro''. Es decir, todos. Su identidad es su causa. La mirada de uno es el espejo del otro. Tengo un hermano, dice cada uno. Para romper su unicidad, que es una fuerza, los amenazados desenmascaran.
``No soy el que dicen que soy'', afirma una y otra vez el subcomandante Marcos. ¿No es, porque ya es otro; no es, aunque habría podido seguir siendo quien fue? ¿O no es, porque afirma que no es? Habla con la verdad; es vocero de asuntos enormes que son verdad pura. ¿Vamos a jugar con la verdad? Si fuera quien dicen que es, ¿podríamos seguirle creyendo, cuando él asegura una y otra vez que no es quien dicen que es? A todo esto, ¿importa quién sea? ¿O lo que importa es que habla con la verdad? Otra pregunta: ¿Por qué los que saben creen que Marcos juega justificadamente, y suponen que los que creemos que no juega, porque pensamos que habla con la verdad, es que no sabemos nada?
Los poetas dicen: ``Yo, también, soy América'', dice Langston Hughes; ``Yo soy Rosa, quién eres tú'', dice Gertrude Stein; ``Yo me celebro y me canto'', dice Walt Whitman. ``No soy el que dicen que soy; ya quisiera yo haber tenido un pasado como el de él; mi pasado fue mucho más modesto'', dice Marcos.
Nadie sabe qué es la identidad, pero no tiene secretos. En eso, copia la verdad.