No es frecuente que podamos asistir a una exposición, mucho menos si es de fotografías, sin tener que salir de ella aburridos o decepcionados. No se debe a una simple casualidad el hecho de que entre nosotros la palabra exposición tenga dos sentidos tan diversos. Sucede que los artistas apresurados, más que exponer --poner fuera-- su obra al público y a la crítica, la exponen --la ponen en peligro--. Claro está que una vez concluida una serie de cuadros el pintor tiene derecho a exponerla, pero este derecho no siempre es un deber, y yo creo que el pintor, el artista, no ha de serlo para el público sino hasta el momento en que sienta que ese derecho se ha convertido en un deber. En el fondo esta es una cuestión de pudor. Tratándose de exposiciones impúdicas existe un remedio seguro que consiste en cerrar los ojos. Sólo que también existe una categoría de pintores que si nos ven cerrar los ojos intentan que veamos sus cuadros por los oídos, describiéndolos, a la inversa de aquellos poetas que, en una exposición de poemas murales, rogaban al expectador, por medio de un letrero, que leyera las poesías...
Tina Modotti expone una colección de trabajos fotográficos, no todos recientes pero casi todos interesantes, en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional. El lugar es impropio, frío, sonoro; nadie pensó en la conveniencia de que el sitio de la exposición fuera abrigado y enemigo de resonancias, pero estoy seguro de que no habrá persona inteligente que no olvide, durante el tiempo que ocupe en recorrer la exposición, la falta de propiedad del lugar.
Tina Modotti es un fotógrafo de su tiempo, de nuestro tiempo. Ni la más ligera huella de una época que gozaba con la falta de dibujo, con el fácil misterio ¡no hay misterio fácil!, de un claroscuro que, como en el caso de la pintura, no servía sino para evitar un problema sin resolverlo, encontramos en sus fotografías. Ni la más ligera huella del impresionismo, podemos decir usando el vocabulario de la crítica de arte que tanto disgusta a Tina Modotti, pero que tanto merecen sus trabajos.
En cambio, perfiles definidos, contrastes de luz que ponen en juego valores plásticos. Y todo ello ejecutado con una técnica --con una razón de las manos y de los útiles mecánicos-- perfecta o casi perfecta. Además, una sensualidad fina.
Dos tendencias se manifiestan, se apartan y definen ellas mismas, claramente, en su exposición. La una podría encontrar su ejemplo en las fotografías que son, conscientemente, sólo --¡sólo!-- un juego de formas expresivas: arquitecturas, flores, cactos, formas inventadas. La otra tendencia podría ejemplificarse por medio de fotografías que, además de buscar y encontrar a veces valores plásticos, intentan probar, demostrar algo: verdaderas fotografías de tesis que sacrifican a menudo su equilibrio plástico para favorecer su elocuencia. No es esta sección el lugar para decir cuáles son las mejores por el espíritu pero sí cuáles son las mejor realizadas.
Si las segundas --las de tesis-- pretenden ser un medio, un trampolín para que el espectador salte con su ayuda a ideas sociales, generales, las primeras --las más libres-- son de carácter más íntimo, y parece que hablan más y mejor de la personalidad de su autora. Ya sé que alguien me dirá que, en el caso de Tina Modotti, la expresión de ideas socialistas es ``lo más personal''. Pero lo cierto es que si lo personal es aquello que nos hace ser diferentes de los demás, las primeras fotografías de Tina Modotti nos dan mejor la clave de su humanidad, puesto que no sólo nos hablan de la parte doctrinaria de su espíritu, sino también de su sensibilidad y de su sensualidad particulares. Las fotografías de tesis nos parecen excelentes ilustraciones gráficas de una doctrina. Pueden utilizarse --en esta revista se utilizan ya-- como complemento de algo, pero, por sí solas, no tienen la utilidad artística de las fotografías de la primera tendencia, que son útiles para cualquier espíritu precisamente porque son desinteresadas.
Artista, verdadero artista --muchas veces a su pesar--, Tina Modotti logra magníficas expresiones plásticas, frecuentes equilibrios entre la razón, la sensibilidad y la sensualidad. Jugando con los grises da color a sus fotografías, matiza las superficies y hace oír verdaderas escalas visuales. Y, ave rara en su especie, tiene la fortuna de hacer de una fotografía un pequeño mundo de erotismo.