La Jornada Semanal, 1o. de septiembre de 1996
Es difícil presentar en pocas páginas a un autor
prácticamente desconocido en nuestra lengua. Y lo es más
cuando el caudal multifacético de su obra no se presta a
simplificaciones o a síntesis unitarias. Según me
consta, el único escrito dedicado a Herling en español
es el de Alberto Ruy Sánchez (Vuelta, julio de 1986) y
coincide, probablemente, con la edición francesa de Un
mundo aparte.
Aunque Un mundo aparte de Gustaw Herling haya sido el primer libro que reveló la existencia del Gulag (fue editado en 1951, en inglés, con prólogo de Bertrand Russell), los tiempos no estaban maduros para una acogida desprejuiciada de su mensaje traumático. Que además fuese obra de un polaco y no de un ruso (conociendo la animadversión entre ambos pueblos) generó sospechas pueriles y oportunistas. En plena guerra fría, fuera de su previsible utilización por parte de la cultura anticomunista, la izquierda prefirió cerrar los ojos ante una denuncia que cuestionaba radicalmente los principios y las certezas sustentados en el socialismo real. El libro de Herling no era una crítica más a la "degeneración" del sistema: era la prueba de su carácter totalitario y fascista.
Las vicisitudes político-culturales de Un mundo aparte trascienden la esfera editorial. Su destino resulta emblemático de los derroteros de la cultura de izquierdas en la segunda mitad de nuestro siglo. Baste decir que en Italia las polémicas han vuelto a desatarse en ocasión de su reedición (las anteriores casi no se distribuyeron por las presiones de la intelectualidad comunista). Otro tanto ocurrió en Francia, donde el mundo editorial "progresista" estaba dominado por la célebre máxima de Sartre: "Si tales campos existiesen no se debería escribir ni hablar de ellos, para no quitarles las esperanzas a los trabajadores de Bilancourt."
Dentro del vasto universo de la literatura del lager (o campo de concentración) la obra de Herling es junto con la de Shalámov, Borowski y Primo Levi una de las pocas que trasciende el puro valor testimonial, configurándose como auténtica creación literaria. Con lenguaje seco y despojado de toda retórica moralizadora, Un mundo aparte recrea una galería de personajes y situaciones a través de los cuales penetramos en el infierno del Gulag.
Pero Herling va más allá de la denuncia político-ideológica. Su capacidad de situarse fuera, aun estando dentro del contexto que describe, refleja su deliberado propósito de aprehender dicho universo en cuanto experiencia humana y no como materia prima para una elucubración intelectual. En este sentido, con frecuencia se ha asociado Un mundo aparte a las Memorias de la casa muerta de Dostoievski (afinidad declarada por el propio Herling ya en el título y en uno de los episodios clave del libro) y con la obra de Solzhenitsin, cuya resonancia se debe más a motivos histórico-políticos que literarios.
La originalidad radical de Un mundo aparte está en su renuncia a explicar lo que está más allá de toda explicación, para concentrarse en el retrato fiel de seres y situaciones. Fiel, claro está, desde la condición del autor, poseedor de un extraordinario talento novelístico, capaz de captar y organizar narrativamente un drama coral sin caer en la explícita toma de partido o en la presunta omnisciencia del narrador. Su grandeza y universalidad radican en la recreación de una experiencia humana límite, donde la vivencia personal encarna en una imagen que, al no ser mera transposición metafórica, adquiere un carácter epifánico.
La obra tiene entonces un carácter testimonial en la acepción laica del término, es decir, como palabra que busca rescatar una verdad en la experiencia humana, sin recurrir a racionalizaciones trascendentes. Algo que no excluye una fascinación ante el fenómeno religioso. Sin embargo, Herling no intentauna elaboración del Gulag centrada (como en Dostoievski) en la culpa y en la redención o (como en Solzhenitsin) en el proceso de sufrimiento y purificación. Antes bien, su enfoque es eminentemente empático. De ahí que su poder de conmoción sea tan eficaz como la desnudez con la que el autor se sitúa ante sus personajes.
Pero Herling no es autor de un solo libro. Entre sus numerosos
ensayos y narraciones se destaca su Diario escrito de noche,
verdadero work in progress que se viene publicando desde hace
25 años. Una suerte de mosaico en el que conviven reflexiones
histórico-políticas, literarias y pictóricas,
encuentros con personajes extraordinarios y notables páginas de
ficción. La breve selección que presentamos no pretende
hacer justicia a la variedad de temas, autores y géneros
abordados en más de mil páginas, o a la manera en que se
retoman a través de los años las mismas
problemáticas, cuya recurrencia resulta inextricable de la
cambiante reflexión sobre las mismas. Un movimiento
centrípeto y centrífugo le confiere al Diario un
carácter de summa al negativo. En efecto, más que
en una gran construcción, hace pensar en un cristal hecho
añicos, cuyas astillas son los únicos restos que el
autor ha salvado del naufragio y con los cuales intenta construir una
imagen de nuestro tiempo. Esta concepción se refleja, entre
otras cosas, en la ausencia de toda exaltación narcisista, tan
característica del género periodístico, y que el
propio autor explica en un pasaje de su Diario:
Mi ideal de diario inalcanzable, es verdad, pero no hay
razón para ocultarlo. En él fluye, ora más veloz
ora más lenta, a veces en primer plano, a veces en el fondo,
"la historia que se ha soltado de la cadena", según
la expresión eficaz con la que Jerzy Stempowski ha definido
nuestros tiempos. Y en la esquinita, abajo a la izquierda, como en
ciertas pinturas renacentistas, el autorretrato, en miniatura y apenas
esbozado, del observador y cronista.
Un cronista cuyo compromiso ético y político constituye, tras la caída de los regímenes del socialismo real y del consiguiente oportunismo de muchos intelectuales, un ejemplo de coherencia y rigor.
Quisiera empezar hablando de un autor del que usted se ha ocupado en repetidas ocasiones: Shalámov. Me refiero a una manera de elaborar literariamente la propia experiencia. Lo mismo respecto a la disposición de la materia narrativa que en lo que hace al lenguaje.
Antes que nada, quisiera decir que considero a Shalámov el más grande escritor del llamado "mundo concentracionario". Y también Solzhenitsin lo consideraba el más grande de todos. Es poco sabido que Solzhenitsin, cuando todavía estaba en Rusia, le propuso a Shalámov ser coautor de Archipiélago Gulag. Shalámov estaba muy enfermo y se encontraba internado en un hospicio para pobres. Temía que, aceptando, las autoridades soviéticas lo habrían expulsado del hospicio, y rechazó la oferta. Pero se conserva una carta a Solzhenitsin en la que dice: "Alexandr Isaevich, escribe usted muy bien sobre sus experiencias en los campos de concentración, pero a veces comete errores. Por ejemplo, he leído en uno de sus cuentos que en el campo se veía todos los días un gato. Pero dónde queda ese campo? En la luna probablemente, porque en los campos donde estuve yo, un gato no habría sobrevivido más de quince minutos, ya que los detenidos lo habrían agarrado para comérselo." Este comentario puede hacer sonreír, pero es típico de la terrible exigencia de precisión de Shalámov. Y sus cuentos, que raras veces superan las tres o cuatro páginas, son de una precisión sumamente cruel. Tras cierta lectura, uno se convence de que dice la verdad, por la exactitud de sus descripciones. Es una forma literaria forjada por él, y consiste en tomar un pequeño episodio y elaborarlo de todas las maneras posibles para mostrar un personaje o un evento en su totalidad. Evita toda digresión para concentrarse en una sola cosa. Y esto es lo que impresiona enormemente.
En Un mundo aparte, en cambio, cuál fue el proceso que lo llevó a la escritura del libro después de casi diez años?
Cuando salí de la URSS, en la primera mitad de 1942, sabía perfectamente que un día iba a tener que describir mi experiencia. Pero ni siquiera lo intenté. Mientras combatía en Medio Oriente, durante la segunda guerra, no hacía más que pensar en eso. Es decir, lo escribía mentalmente. Por eso, cuando en 1951, en Londres tuve las posibilidades materiales para sentarme a escribir, me sucedió una cosa que no ha vuelto a sucederme en toda mi vida. Escribí el libro en un año exacto, con extrema facilidad. No tuve el problema, que tiene normalmente un escritor, de la selección del material. Ya se había llevado a cabo por su cuenta, en mi mente. A menudo me sucede comparar mi caso, naturalmente toute proportion gardée, con el de Tomasi di Lampedusa, quien escribió Il Gattopardo en pocos meses. He visto uno de los cuadernos en los que escribía, y parece el de un escolar. Sin una tachadura. Pero había pensado ese libro durante veinte años. Por eso, cuando se puso a escribir, todo le salía con extrema fluidez.
En Un mundo aparte, la frontera entre vivencia y elaboración literaria, o mejor dicho, entre testimonio y ficción, es muy lábil. Cómo se produjo el pasaje de la novela al Diario escrito de noche? Yo encuentro que tienen muchas afinidades.
En efecto. Después de Un mundo aparte, cada tanto escribía el Diario. Me decidí a publicarlo cuando la revista polaca Kultura, de París, que publicaba el diario de Gombrowicz, pensó en colmar el vacío dejado por su muerte [1969]. Se ha convertido en una empresa muy complicada, pero muy mía. No es un diario típico, en el sentido de que no es el diarioíntimo y tampoco es un diario de trabajo. La peculiaridad de mi Diario es que en el fondo tiene la ambición, no sé hasta qué punto realizada, de dar un cuadro de la época en la que vivo. Por eso hay tantos saltos. Puedo comentar un acontecimiento político, un encuentro con alguna persona interesante, incluir un cuento, describir mi pasión por un pintor.
Por qué no separa los cuentos del Diario?
Porque forman parte del mismo, aunque técnicamente se podrían separar. Ya se ha hecho. Pero mientras escribo, siento la integridad del volumen, que ese determinado cuento ha madurado durante mi trabajo en el Diario. Aunque haya una diferencia de estilo, en mi mente el trabajo se ha convertido en un conjunto. No es que escriba el Diario, lo aparte, y luego escriba un cuento o un ensayo. Una vez dije que el Diario realiza todas mis aspiraciones como escritor. No escribo otra cosa. En época reciente, los editores han sacado cuentos del Diario para publicarlos en un volumen separado. En Polonia salió un libro que contiene ensayos sobre pintores importantes para mí, como Caravaggio, Vermeer, Rivera.
Hemos hablado de las diferentes estrategias de elaboración y organización del material. Ahora quisiera preguntarle algo sobre los contenidos, concretamente sobre la esperanza. Podría confrontar Un mundo aparte con la obra de otro escritor de los lagers: Borowski?
En Polonia, donde Borowski es muy conocido, y con justicia, a menudo se hace esa comparación: Un mundo aparte y la obra de Borowski. Hay una gran diferencia entre Borowski y yo. No sólo en la manera de escribir, ya que es inútil hacer estas comparaciones, sino en la actitud general. Cuando salió de Auschwitz, Borowski era un hombre destruido por lo que había visto. Y se nota, aunque trate de contarlo con cierto cinismo y humor negro. Cuando volvió a Varsovia se convirtió en un comunista feroz y luego se quitó la vida. En mi libro, en cambio, aun con sus descripciones crueles y atroces, se salva una pequeña esperanza. Ésta es la gran diferencia. Escribiendo mi libro pensaba en un escritor que admiro: Dostoievski, especialmente sus Memorias de la casa muerta, donde hay, a pesar de todo, una frase-guía de mi trabajo: "Un hombre no puede vivir sin esperanza."
Y sin embargo, en casi todos los sobrevivientes de los campos reincide, junto con la necesidad de mantener la esperanza, la exigencia de perderla como condición para poder sobrevivir.
Es verdad. Pero Shalámov que, aun siendo hijo de un pope, era un ateo programático, dice: "El Gulag era un gran examen de la moralidad del hombre. El 99 por ciento no superó ese examen. El uno por ciento restante estaba compuesto en su mayoría por creyentes. Tengo que decirlo por un deber de honestidad, yo que soy ateo." Lo que quiere decir Shalámov es que había que aferrarse a algo para sobrevivir, para no convertirse en lo que querían las autoridades soviéticas.
Así como en Borowski no se salva nada y en Shalámov se salva algo casi a su pesar, en usted en cambio
Permítame que lo interrumpa. Shalámov decía que era ateo, pero creía en una cosa: en el alma humana. Y lo dice en un cuento, Las prótesis, en el que, durante un control, a los presos les quitan sus prótesis. Cuando le llega el turno a él, el oficial le pregunta: "Y tú?, veo que no tienes nada, qué nos vas a dar: el alma?" Y él contesta: "No, el alma no se la doy." Entonces, aun no siendo religioso ni creyente, Shalámov creía en esa cosa que ya no se usa en Occidente: el alma.
Leyendo las primeras obras de Solzhenitsin, me impresionaba el hecho de que en Rusia se volviese a usar la palabra alma.
En Un mundo aparte, aunque no habla del alma, además de un sentimiento de compasión hacia todos los personajes, hay una fascinación por la dimensión religiosa, un sentido del misterio de la existencia que a menudo aparece también en el Diario.
Yo creo que una obra narrativa no existe si no crea algo misterioso, metafísico. Un cuento que se limita a describir un personaje o un hecho podrá ser bueno, pero es sólo un cuento. Un escritor tiene que intentar ir más allá. Esta sensación yo ya la tenía en el campo de concentración, donde el ser humano siempre tenía otra dimensión. Es decir, no veía a mis amigos y compañeros presos como uno suele verse en un Gulag: como un amasijo de piel y de huesos. En el hombre yo buscaba siempre algo más. En Un mundo aparte describo mi conversación con un checheno, y también en ese montañés, un analfabeto total, hay otra dimensión. Cuenta cómo lo arrestaron y lo condenaron, defendiendo algo que podría llamarse su alma. No sus ovejas, sino su alma.
Usted dedicó un ensayo a la problemática de la santidad, laica y religiosa. Lo que no resulta del todo claro para mí al menos es su actitud, por un lado, ante la religiosidad y, por otro, ante la religión institucional.
La religión como institución me interesa muy poco. Me interesa como sentimiento humano. Conozco los problemas de la religión institucional. Puedo criticarla. Puedo hacer observaciones críticas sobre el papado, sobre la religión judía o católica ortodoxa a nivel institucional. Pero lo que me interesa es la necesidad del hombre de ser religioso, independientemente de la concepción religiosa que le haya tocado.
Y en cuanto al cristianismo, específicamente?
Para mí, el cristianismo supera a las demás religiones, no porque sea mejor (nunca hago este tipo de comparaciones) sino porque es la religión del sufrimiento. El martirio de Cristo. No se trata de un dios, como en el Antiguo Testamento, severo. Es un dios que sufre, que es crucificado. Y esto ejerce una gran atracción sobre la imaginación humana. La gente no le da tanta importancia a la Iglesia institucional. Va a la iglesia porque sufre; ve al Cristo crucificado y siente un vínculo entre su propia situación y el dios.
Pero no piensa que históricamente haya habido un proceso según el cual la Iglesia ha creado una religión basada en la conminación al sufrimiento, con la consiguiente represión del placer?
La Iglesia no gusta de tocar este argumento. La Iglesia se basa en el misterio, el milagro y la autoridad. Son los tres pilares de la Iglesia. Esto lo dice el gran inquisidor en la novela de Dostoievski. No habla del sufrimiento. El cristianismo como religión institucional fue codificado por Joseph de Maistre, en cuya obra es el Papa quien reina. Más aún, lo paradójico de su libro es que en casi 500 páginas no se nombra ni una vez a Cristo, sino sólo al dios. Me imagino que De Maistre sentía un cierto asco hacia el Cristo crucificado. Él amaba el poder de la Iglesia, y eso es lo que describe.
Quisiera que comentara una frase.del libro En esas tinieblas las entrevistas de Gitta Sereny a Stangl, el comandante de Treblinka en el que, entre otras cosas, se denuncian las complicidades de la Iglesia católica en el Holocausto. Este hombre ,responsable de la matanza de un millón trescientas mil personas, dice que al final de la guerra "quería empezar una nueva vida".
En lo que hace a la última guerra, considero a esa maldad casi banal, como dice Hannah Arendt describiendo el proceso a Eichmann. Lo mismo podría decirse de hombres como Stangl, o como los que describe Christopher Brown en su libro Gente común. Es la historia de un batallón alemán durante la segunda guerra mundial. Eran artesanos y escribanos de Hamburgo. Pequeña burguesía, en el fondo honesta y bastante sensible. Y sin embargo, en dos años mataron a 80 mil judíos polacos. Hacían su trabajo. Por eso, no sería extraño que después de la guerra hubiesen decidido "empezar una nueva vida" y no pensar más en eso. Pero tocaron el mal. El mal es metafísico, si no, no es un mal. En este sentido yo soy casi un maniqueo. Creo en la existencia del mal que no se puede borrar, porque es una categoría eterna para mí, aunquese puede y se le debe combatir. Yo me siento muy cerca del pensamiento de Albert Camus, especialmente en su novela La peste, en la que describe justamente la santidad laica. Está el personaje del doctor, que no es religioso, pero sabe que el mal existe y que hay que combatirlo.
Y cómo es su confrontación con las generaciones más jóvenes?
Ellos no saben nada.
Es preocupante este hecho?
No sé si es preocupante, es así. No hay nada que hacer. En todos los países del Este y también en vItalia, un joven de veinte años no recuerda nada, porque no puede recordar. Ni le interesa saber. Crecieron en otro clima. Consideran que la historia es de los viejos que recuerdan continuamente lo que vivieron. Son poquísimos los que estudian la historia y quieren saber qué fue el fascismo. La mayoría simplemente quiere vivir. Y por eso contestan: "déjenos vivir; ustedes, bien o mal, vivieron su vida".
Por lo tanto: Historia "non" magistra vitae?
Para algunos sí, pero no para la mayoría. Por eso asisto a lo que sucede en Italia con gran dolor, porque recuerdo los años en los que era muy diferente. Ahora ya nadie habla de eso, todos se han vuelto liberales.