AUTOPISTA

El mandadero yuppie

Qué queda de los yuppies mexicanos después de 1993? Recordemos el momento en que estas criaturas de la posmodernidad se untaban mousse en el pelo para llegar con estilo al primer mundo. Como todos sabemos, en enero de 1994 entraron en vigor el TLC y la rebelión zapatista. Unos meses después fue asesinado Luis Donaldo Colosio y el año fatídico terminó con el error de diciembre que pulverizó el peso y las ilusiones de seguir yendo al Price Club.

En 1993 México era un paraíso del consumo idiota. Los supermercados ofrecían papel de baño perfumado, hecho en Estados Unidos; incluso en la tienda de la UNAM la mermelada alemana era más barata que la mexicana. No se necesitaba un doctorado en economía para saber que algo raro sucedía, pero la despreocupada clase media le entraba con fe a los comestibles de ultramar. En las salchichonerías, las amas de casa pudientes tomaban una ficha y activaban el celular en lo que les tocaba su turno de salami italiano.

Los jóvenes profesionistas urbanos, bautizados en Estados Unidos como yuppies y rebautizados en México como yupitecas, se lanzaban a los restoranes de moda como gatos sobre el bofe. En un país de comida condimentada hasta las lágrimas, los insípidos sushis prosperaban como crudos ejemplos de que la globalización es posible. Bajó un merlín de neón, Catita Rodríguez, que siempre le hizo el feo al menudo, masticaba su ensalada de pulpo.

Aunque algunos comentaristas señalaban que la bonanza salinista no era más que oropel y que el TLC acabaría de una vez por todas con la pequeña empresa de la miscelánea La Lupita a las taquerías incapaces de competir con Taco Bell, los yupitecas del momento no querían aguafiestas. Las negociaciones del TLC nos llevarían en fast-track al progreso donde todas las etnias beberían leche low-fat.

Los economistas de cinturón de alpaca, camisa rubricada con iniciales y loción de triple impacto, abrían sus portafolios con chapa de combinación para aportar datos sobre el milagro mexicano. Sin el menor empacho, informaban que México tenía un mercado interno de quince millones de ávidos consumidores de papas ranuradas y dipde salmón, un potencial equivalente al de Suecia, o sea (y en el mundo yuppie siempre hay que decir "o sea") que podíamos aspirar legítimamente a un bienestar escandinavo. El problema es que también tiene suficientes indigentes para competir con Pakistán. Lo que hoy suena obvio (nuestra peculiar Escandinavia asiática), en 1993 era relegado al baúl de los sustos que sólo deben salir en Halloween.

Para no quedarnos en el terreno de las abstracciones, analicemos el caso de un yuppieteca de garantizado pedigrí. Nos referimos a Cuco Reigadas Fitzwater, que desde muy joven sabía que para ser como Lee Iacoca no bastaba con ponerle rines a su minivan. Cuco estudió en uno de los centros de amaestramiento del liberalismo económico y algunos de sus maestros fueron secretarios y subsecretarios. En aquel paraíso anterior al chupacabras, Cuco Reigadas consiguió trabajo en la bolsa de valores y luego en una empresa de inversionistas de Oklahoma. Como la imagen es inseparable del código yuppie, Cuco se esmeró en un corte de pelo tipo castaña al fuego y sin darse cuenta contrajo el acento de quienes hablan como si tuvieran un algodón de azúcar en la boca.

Todo iba muy bien, a pesar de los nacos que de vez en cuando le rayaban el Cutlass con una moneda. Los fines de semana iba a Valle de Bravo, un pueblo típico sin ser ofensivamente mexicano, o sea que no había puerquitos atravesando las calles ni campesinos insolados en la cancha de basquetbol, y él podía andar en moto sin miedo de atropellar gente descalza.

La vida de Cuco Reigadas Fitzwater parecía un episodio de Dallas, sólo que en positivo, hasta que llegó diciembre y luego las posadas y luego la revelación de que no había ni liquidez ni reservas ni más dinero que el de los putrimillonarios que aparecían en la lista de popularidad de la revista Forbes. La empresa de Oklahoma que empleaba a Cuco aprovechó la crisis para comprar torterías en quiebra, transformar a los yupitecas en tamemes motorizados y crear la cadena de antojitos Míster Jalapeño. El negocio opera con una flotilla de motocicletas y las tortas viajan envueltas en hermético kleen-pack. A Cuco siempre le gustó andar en moto, de modo que considera un deporte repartir unas de pierna. El salario no es muy bueno, pero le alcanza para pagar el celular. Cuco no ha abandonado sus sueños yuppies, aunque sabe que por el momento no hay como ser repartidor de Míster Jalapeño, y al acelerar su moto recupera la ilusión del fast-track que nos iba a llevar al primer mundo.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Imagina a Velázquez (I)

1) El grande pintor don Diego Rodríguez de Silva Velázquez Rodríguez Buen Rostro y de Zayas, o simplemente Velázquez, como se le conoce, tiene un esclavo que se llama Juan de Pareja.

Su primer maestro, Herrera el Viejo, tenía otro esclavo y sabemos que era africano. Su segundo maestro, Francisco Pacheco, con quien permaneció seis años, tenía otro, esta vez turco.

Aunque los esclavos supieran pintar, no tenían derecho a presentar el examen de maestría ni a ejercer la profesión de pintor, porque, bueno, eran esclavos. Algunos derechos tenían, sin embargo, estos desdichados: ya el viejo Código de Hammurabi castigaba, por ejemplo, al amo que mataba por capricho a un esclavo.

Pero el esclavo de Velázquez, moro nacido en Sevilla, pinta en secreto y anhela llegar a tener su taller de maestro. Un día el rey mismo, Felipe IV, llamado por adulación el Grande, descubre las pinturas de Juan de Pareja (cabe pensar que no fuera casualidad) y el esclavo cae de rodillas ante él e implora permiso para pintar. El rey se lo acaba concediendo. La Vocación de San Mateo de Juan de Pareja se conserva en el Prado y basta con verlo, aseguran, para lamentar que, pese a tantos años de taller, el esclavo no haya podido aprender nada del arte sutil de su amo y maestro.

Este feo desenlace frustra el cuento de hadas que tan prometedoramente se iba tramando. Los hechos tienen muchas veces esa injusta indiferencia de huevo frito que con tan admirable realismo pintara Velázquez en su bodegón sevillano.

Para calentar la mano antes de pintar al papa Inocencio X, Velázquez le hace un retrato a Juan de Pareja. Con unos cuantos trazos, ahí está el personaje, acometedor y arrogante. Porque "seguramente pintaba de prisa, como pintaron aprisa Caravaggio y, mucho más tarde, Ingres, que parecen tan exhaustivos".

Imagina a Velázquez.

2) Sabido es que Velázquez fue un gran pintor de "gente de placer", es decir, de bufones, enanos, locos y "niños palaciegos". Ahí están Calabazas y aquél que por burla apodaban con el nombre del vencedor de Lepanto, don Juan de Austria. Y la monumental María Barbola, de Las meninas, que era alemana. Y esos que antes, sin fundamento, llamaban El bobo de Coria o El niño de Vallecas. El realismo velazqueano hace de esos retratos precisos documentos de la vida y la mentalidad cortesanas.

Imagina a Velázquez de pie, pintando uno de esos personajes. Cuál es la relación entre el artista y el bufón que retrata? Aquí, cuidado. En el complejísimo ordenamiento de la corte todas las jerarquías están perfectamente establecidas: Los bufones (y los músicos) están por encima de los pintores. Burocráticamente, Velázquez les debe a los enanos una consideración que ellos no tienen por qué tenerle a él. Son, digamos, sus jefes. Velázquez está más abajo que ellos, al nivel de los barberos, el destilador, los cuidadores de perros. Y un perro puede ser, en cierta medida, también superior al maestro, pues está más cerca del rey, criterio supremo de ordenación palaciega. Recordemos que Velázquez es, no sólo el más grande pintor de bufones que nos ha dado el mundo, sino también de perros. Qué perros. Son, sin duda, más perros que los perros de verdad, perros llenos de carácter e individualidad.

Los tres mejores retratos de enanos fueron pintados en el frente de batalla catalán. Haz un alto e imagina esas guerras con bufones y cortesanos hormigueando en la retaguardia. Uno de los retratados, don Diego de Acedo, el Primo, era, además de bufón, funcionario encargado de la estampilla, y sensible hasta el frenesí al encanto de las damas palaciegas: Se dice que "en 1643 un aposentador de Palacio acuchilló a su esposa por celos de este enano".

3) Imagina a Velázquez. A la muerte del maestro se hallaron en su taller cinco anteojos de larga vista. Para qué podría haberlos usado? Crees que podría ser para estudiar desde lejos a sus modelos? Hacían esto los pintores? Por qué no? Velázquez es, asienta Ortega, maravilloso pintor del espacio. Se sabe que pintó a veces con pinceles atados a cañas largas: "Con astas largas y a la manera valiente del gran Tiziano." Hubiera querido verlo en su taller sumido en la atlética tarea. Crees tú que manejaba el pincel enorme con los dos brazos?

Hay una hipótesis mucho más sencilla. La biblioteca de Velázquez tenía pocos libros de literatura, muchos sobre pintura y arquitectura, y muchos sobre ciencias físicas y naturales, medicina y matemáticas. Así que bien pudo ser astrónomo aficionado. También se halló en la biblioteca, quién lo hubiera dicho, algún "librote" sobre ciencias ocultas y astrología. Imagina a Velázquez.




Naief Yehya

LA BIOUTOPÍA Y SUS HEREJES

El rompecabezas del ADN

Pocas promesas suenan más atractivas que la de una ciencia que ofrece convertir el planeta en algo semejante al bosque de Hansel y Gretel. La ingeniería genética nos ofrece romper con el orden que impone la naturaleza a través de una tecnología que se encarga de cambiar, transferir y recombinar el ADN. Desactivar, borrar y manipular material genético, equivale a rediseñar la vida desde adentro con la idea de manufacturar una versión más controlada de la naturaleza (la meta última de una especie que al dejar de ser nómada se puso a transformar el medio ambiente, adaptando plantas, animales y la geografía misma a sus necesidades). La investigación en el campo de la biología molecular, la ciencia que soporta esta biotecnología, comenzó desde la décadade los treinta, pero los verdaderos avances arrancan en 1953 con el descubrimiento de la estructura de la doble hélice del ADN, el desciframiento del código genético en 1966 y el desarrollo de las técnicas para manipular genes en 1973. En la actualidad esta tecnología se encuentra en un estado de desarrollo equivalente al que tenía la electrónicaen la década de los cincuenta. Los medios en general presentan a la ingeniería genética como una opción para mejorar la calidad de vida, como una tecnología sana, limpia, ecologista y quizás inevitable. Aparte de curiosidades como la jitopapa, las vacas miniatura y los supercamarones. Esta tecnología ofrece ser entre otras cosas la solución a los graves problemas causados por el abuso de otras tecnologías agrícolas. Por ejemplo, se podrán crear plantas que toleren la desertificación, la acidez y salinidad de los suelos; o bien, animales que resistan a nuevos virus y a insectos más voraces. Independientemente de cualquier fanatismo (ya sea por el progreso tecnológico o por el regreso a la naturaleza), la idea de crear especies y organismos nuevos y mejores resulta inquietante y sin duda lleva inscrita una amenaza frankensteiniana.

La efímera moratoria

La bioutopía se ha enfrentado al activismo de diversos grupos ecologistas, religiosos y científicos, quienes se muestran un tanto reacios a creer que las infinitas bondades de la ingeniería genética no representan un peligro potencial. En 1973, un grupo de biólogos moleculares preocupados por la amenaza que significaban algunas mutaciones genéticas, lograron que la National Academy of Sciences creara una comisión para estudiar los riesgos y cauces a seguir en la investigación de este campo. La comisión determinó que debería imponerse una moratoria voluntaria en toda la investigación de ADN-recombinante (ADN-r) que pudiera mejorar la resistencia a los antibióticos de bacterias y de cualquier recombinación genética que usara ADN de tumores o de virus animales. El llamado a imponer una moratoria más extensa, que abarcara las amenazas potenciales relacionadas a los sistemas ecológicos de los que dependemos, fue ignorado. Tan sólo dos años más tarde tuvo lugar la conferencia de Asilomar, cuyo objetivo era evaluar el potencial de riesgo de la experimentación con ADN-r y desarrollar una guía de seguridad para la investigación. No obstante, como apunta el socioecologista de la Universidad de Griffith, Richard Hindmarsh, en su artículo "Engineering Biotopia" (21-C, 2/96), en esa conferencia tan sólo se discutieron los riesgos asociados con la experimentación en laboratorio y se excluyó la discusión sobre la terapia de genes, las aplicaciones militares del ADN-r, así como todo debate sobre asuntos sociales y éticos. La moratoria fue sustituidaentonces por la autorregulación. Las preocupaciones ambientales y éticas fueron acalladas con promesas de oportunidades económicas y avance de la ciencia. En Asilomar los principales investigadores cerraron filas, y como apunta Hindmarsh: "Una vez más la élite biocientífica se envolvió en una mentalidad de estado de sitio: nosotros contra ellos, ciencia contra anticiencia; propositivos contra críticos; desarrollo contra el fin de la investigación."

Los propietarios de la biotecnología

No obstante, la batalla entre los defensores y los enemigos de esta tecnología aún no ha terminado. La inversión global en este campo es aproximadamente de 18 mil millones de dólares anuales, con dos terceras partes de dinero privado y el resto de varios gobiernos. Alrededor de 2,800 compañías tienen intereses en la biotecnología, entre las que se cuentan viejos conocidos como Coca cola, Ciba Geigy, Bayer, Amatil, Du Pont, Exxon, Hoechst ICI, Monsanto, Rhône Poulenc y Sandoz. Por lo que los imperativos comerciales y las expectativas de los inversionistas cuentan mucho en la orientación, impulso y propaganda de esta tecnología. Hay demasiados intereses de por medio como para dejar que una serie de cuestionamientos éticos se interponga en el desarrollo de una megaindustria global que promete cambiar al mundo en sentido literal.

¤ Naief Yehya ¤ [email protected]