El proceso de creación del espacio unificado europeo ha avanzado con velocidades diferentes en las diversas políticas de integración. Quizá una de las más veloces ha sido la que se refiere a educación, ciencia y tecnología, ámbito en el que se ha generado una plétora de proyectos tendientes a impulsar un nuevo tejido educacional y científico, de mayor calidad y con un declarado énfasis por su vinculación al mundo económico y social.
Este impulso ha llegado ya a las regiones extraeuropeas, y en los ámbitos académicos de América Latina es ya conocido el programa ALFA, siglas de ``América Latina Formación Académica''. ALFA tiene la peculiaridad de apoyar la creación de redes temáticas en cada una de las cuales operen por lo menos dos universidades latinoamericanas y tres europeas, de cinco naciones distintas. El objetivo de cada red es investigar en común y transferir conocimientos movilizando a la gente involucrada en la investigación y formación. La entonces Comisión Europea aprobó el lanzamiento del programa para marzo de 1994, y las diversas convocatorias, siete en total, se iniciaron en ese año y terminarán en 1997.
Como política pública que es, ALFA y en general la cooperación internacional, está enmarcada en el clima político y económico por el que atraviesa Europa. Los acuerdos que formalizaron el proyecto de la Unión Europea fueron firmados en 1992, un año parteaguas, ya que en los tiempos previos privaba en la opinión pública un ambiente favorable a la idea de una Europa unida, mientras que posteriormente se ha generalizado el ``europesimismo'', nutrido básicamente por evidentes fracasos en las metas económicas y de bienestar.
En esta nueva etapa, la opinión pública ha comenzado a sospechar de burocratismo y de ausencia de transparencia en los programas europeos. En este contexto, el papel de las universidades en Europa comienza a modificarse, ya que junto con las comunidades regionales y las ONG, son los nuevos agentes activos de la cooperación internacional. Sin ellas, la acción de los gobiernos carecería de sustento. Pero al mismo tiempo que ganan este papel activo, las universidades sufren presiones para que se reduzca la democracia en ellas y se generaliza la aplicación de topes a la matrícula. Por tanto, la cooperación se convierte en un instrumento vital para las instituciones universitarias. Ello explica que aún en la etapa del ``europesimismo'', los programas de vinculación internacional tengan una creciente presencia en la Unión Europea.
Esa misma presencia hace que ALFA comparta un lugar (y compita por recursos) con nuevos programas dirigidos hacia la zona mediterránea (1992), un nuevo programa de movilización estudiantil (1995) el Sócrates, que sustituye, con más controles administrativos, al Erasmus y un programa de cooperación con Asia (1996).
Como es natural, como todo programa que se inicia, ALFA ha mostrado ya debilidades operativas y sesgos indeseados. Entre las primeras ha sido frecuente que las redes formadas se quejen de la lentitud con la cual los recursos son suministrados, lo cual es un factor crítico, especialmente para las universidades de América Latina, cuando se adquieren compromisos internacionales. Entre los segundos está el hecho de que sean entidades de España (sobre todo de este país), Portugal y Francia, las que hagan un mayor uso de ALFA, lo cual se entiende por razones históricas pero no es aceptable bajo la óptica del financiamiento comunitario y de la equidad de los resultados buscados.
En América Latina, México --junto con Brasil, Chile y Argentina-- es de los países con mayor presencia. Si tomamos en cuenta las dificultades relativas de los investigadores mexicanos para mirar hacia Europa y, de manera general, la incipiente vocación de nuestras universidades de moverse en los espacios de la internacionalización --sobre todo en su aspecto novedoso, que son las redes--, resulta positivo el desempeño que nuestras instituciones han mostrado, pues son ya 369 las redes en que se participa. De ellas, la UNAM está representada en 24.1 por ciento, siguiéndole la UAM con 13 por ciento, y en tercer término el IPN con el 7.3 por ciento. En total, 53 instituciones mexicanas son ya integrantes de ALFA, resultado que en tan sólo dos años de operación nos habla ya de uno de los más exitosos procesos de internacionalización de la vida académica en México.
El doctor Asdrúbal Flores, miembro del Comité Científico de ALFA, ha informado que, en continuidad con la filosofía y el modus operandi de ALFA, este año será lanzado el programa denominado URBAL, destinado a promover y reforzar los contactos y la cooperación entre ciudades y regiones de la UE y América Latina, por intermedio de las universidades. Temas que serán objeto de este programa serán, entre otros, la administración urbana, rehabilitación de zonas marginales, patrimonio histórico y medio ambiente urbano. Dada la atención que requiere nuestra agenda urbana, es de esperar una fecunda participación de académicos mexicanos en esta nueva iniciativa europea de cooperación, que en este caso muestra el protagonismo de las regiones y las ciudades: el fenómeno ``micro'' de la globalización.