Javier Flores
El futuro político de José Sarukhán

En unos meses concluirán las funciones del doctor José Sarukhán como rector de la UNAM. Es válido preguntarse acerca de su futuro político, especialmente si recordamos que después del periodo del doctor González Casanova se inaugura una época en la que casi todos los ex-rectores han ocupado algún cargo en el gobierno federal. Guillermo Soberón, por ejemplo, fue secretario de salud y Jorge Carpizo dejó la torre de rectoría para fundar primero la Comisión Nacional de Derechos Humanos, luego fue procurador general de la República, después secretario de gobernación y finalmente embajador de México en París.

Esta simbiosis entre la conducción de la mayor universidad del país y el cumplimiento posterior de responsabilidades gubernamentales obedece a distintas causas. Una de ellas es que la figura de rector concentra una elevada autoridad académica y moral. Se trata de mexicanos talentosos que el gobierno, cada vez más carente de esos atributos, trata de incorporar como parte de sus activos. El doctor Soberón hizo valer su incuestionable autoridad en el área de su competencia, cumpliendo sobradamente con las responsabilidades de la dependencia a su cargo. No sólo eso, también puede suponerse que desarrolló una intensda actividad política dentro del gobierno que le valió ser postulado por el PRI como uno de los aspirantes a ocupar la candidatura a la presidencia de la República por ese partido. Después, durante el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari, pasó a la congeladora y actualmente, fuera ya de la función pública, encabeza la Fundación Mexicana para la Salud, desde la que contribuye a la mejor comprensión de los problemas de salud en México.

Jorge Carpizo por su parte tuvo un desempeño más accidentado, ésto por la complejidad política de los cargos que ocupó en el gobierno. Puso en juego, desde luego, toda su voluntad, aunque en mi opinión fue utilizado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Luego de un desempeño impecable como primer Ombudsman de México, tuvo que abordar como procurador asuntos que formaban parte de la descomposición del régimen. Tuvo que enfrentar el caso del asesinato del Cardenal Posadas, el narcotráfico y, aunque no directamente, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, que quedó a cargo de uno de sus más cercanos colaboradores, Diego Valadéz. Además, Carpizo estuvo encargado de la primera reforma importante del sistema electoral, creó un padrón, lo validó ``científicamente'' y coordinó las elecciones cuidadosamente planeadas por Salinas para llevar a la presidencia a Ernesto Zedillo. Me extiendo en estos antecedentes para ilustrar la complejidad de las funciones que han cumplido algunos ex-rectores.

En el caso de Sarukhán, las áreas de su especialidad permitirían prever tres escenarios: educación, ecología y ciencia y tecnología. En las tres el rector de la UNAM es ampliamente reconocido y respetado. Desde luego su inclusión en el gobierno tendría que estar precedida por algunos cambios que además no tienen por qué ser descartados, pues es evidente que todas estas áreas requieren de un gran impulso al que Sarukkán podría contribuir.

Señalaba al principio que una de las razones de la simbiosis entre los ex-rectores y el gobierno es la necesidad, por la parte gubernamental, de contar con funcionarios de elevada autoridad académica y moral. Hay otras razones. Asistimos, desde hace algunos años, a la gradual transformación del concepto de autonomía. Los rectores tienen una gran cercanía con el gobierno, al grado de que no faltan funcionarios --y universitarios-- que piensen, indebidamente, que la conducción de la UNAM es una especie de cargo gubernamental. La cercanía con el gobierno no es criticable por sí misma, pues facilita una comunicación fluída entre las dos partes que, bien orientada, puede favorecer a la institución educativa. El verdadero problema es cómo interpretan en cada momento las dos partes sus relaciones. Un rector se mueve en el filo de una navaja, por un lado debe defender en todo momento los valores universitarios, por otra parte, está sujeto a las presiones de las políticas gubernamentales --educativas, económicas o de otra índole-- sobre las que se le exije, aunque sea de manera implícita, una especie de obediencia. Esto ha llevado no pocas veces a que la relación sea accidentada, o caracterizada por la docilidad. Desde este ángulo Sarukhán no fué, por supuesto, un Barros Sierra, pero tampoco entregó el futuro de la UNAM. Las políticas del gobierno tuvieron que ser en lo general acatadas pero salvaguardando las libertades académicas y científicas de la Universidad Nacional. En este punto cada universitario tiene sus propias opiniones. No creo cometer ninguna indiscreción --pues se trata de hechos conocidos por todos-- que cuando el cargo de secretario de educación lo ocupaba Ernesto Zedillo, se produjeron algunos desacuerdos entre el actual presidente y la rectoría, que para algunos --aunque para mí no--significa la imposibilidad de que Sarukhán ocupe en el futuro algún cargo en el gobierno.

Desde luego se trata sólo de especulaciones.