Tras las palabras presidenciales parece que se conservan intactas las ideas del presidente Zedillo: no habrá variaciones en la estrategia económica, si acaso, se profundizan las convicciones: se seguirá por la línea de la libre flotación cambiaria, y el sector público de manera declarada no será el motor de la recuperación. Buenas o malas noticias, según quien las mire.
La oferta de la justicia tampoco ofrece rectificaciones o anuncios espectaculares; se seguira trabajando en la misma línea. El diseño institucional al que se aspira no se modifica tampoco tras el Informe, más bien se acentúa el carácter acotado de la presidencia, e incluso de manera no tan velada se pide al Legislativo más agilidad para dictaminar las iniciativas.
En el tema de la democracia, donde se tienen cuentas más alegres que rendir, se hizo una descripción generosa con los actores que hicieron posible la reforma electoral constitucional, y se insistió en el ánimo de buscar mayores consensos.
El mensaje es que la administración continuará trabajando sobre las mismas estrategias, con el mismo diagnóstico y con los mismos objetivos. No parece que vaya a haber virajes, ni hay aprendizajes pendientes, el estilo se profundiza. Con ese dato es que habrá de ocurrir el tránsito, el inicio de una nueva etapa, con ése los eventos políticos por venir y las eventuales contingencias económicas, con ése las elecciones y las próximas iniciativas para dar cuerpo a la Reforma del Estado, con ése los embates de opinión pública y los escándalos.
Los alineamientos o adecuaciones en las estrategias de los actores políticos y sociales habrán de hacerse cargo de las dificultades para alterar las convicciones zedillistas y no será sensato que esperen la llegada de un estilo distinto. Buena o mala noticia, el Segundo Informe corrobora y asienta un perfil presidencial.
Por otra parte, el Informe tuvo dos noticias adicionales: la mala, o tal vez la costumbrista, es el show que protagonizó un diputado perredista. Más allá de medir el ingenio o no de sus arengas, lo que resulta absolutamente fuera de lugar es insistir en el papel de aguafiestas o bufón cuando si de algo ha dado muestras la colectividad de la clase política es de avanzar hacia gestos de civilidad en sus relaciones; justo además cuando su partido ensaya nuevas formas de relación con el Ejecutivo.
La buena noticia fue el aplauso que mereció la condena a la violencia. Refleja una convicción generalizada, y espero que representativa, de que el recurso de las armas es un peligro para todos. La caracterización del EPR como grupo terrorista resuelve una visión de gobierno de la que se desprenden múltiples connotaciones. Ello aleja, a los ojos de las autoridades, al EPR de la guerrilla tradicional y lo coloca en un estatus de grupo violento y desestabilizador, no se le confieren intenciones de reivindicación social auténticas, y se promete --y ése es uno de los compromisos centrales-- que con el pretexto del EPR no se desatará una represión o persecución generalizada sobre otras organizaciones sociales. Así sea.
Las convicciones del presidente Zedillo parecen inalterables, habrá que tomar nota del dato; los consensos contra la violencia parecen sólidos, hagámonos cargo.