Sainete a cargo de Rascón, El Jefe y La Tigresa
Elena Gallegos A grandes trancos, descompuesto por la ira, Diego Fernández de Cevallos se dirigió a la tribuna ante la cual, bajo una máscara de cerdo, Marco Rascón hacía mofa del ceremonial. No llegó. Eran los minutos del naufragio. La rabia contenida estalló en insultos: ``¡Fuera, payaso! ¡Hijo de Salinas! ¡Ya saquen a Porky!'', repartía el Bronx.
Cuando el auditorio seguía los pasos en retirada de Diego
--el rechazo de perredistas y priístas y una seca frase de Ricardo García Cervantes lo frenaron--, el líder ferrocarrilero Víctor Flores aprovechó la confusión, encaró a Rascón, le arrancó el disfraz de marrano y le sorrajó:
El diputado perredista Marco Rascón se caracterizó
para mostrar varios carteles durante la lectura del
segundo Informe de Gobierno. Foto: Duilio Rodríguez
``¡No tienes maaadre! ¡Chinga a tu maaadre!''. Desbordados ya los ánimos, no sólo hubo lugar para la majadería sino también para la intolerancia.
Flores recibió las palmas de los priístas. Eufórico, sorprendido él mismo de sus alcances, dio media vuelta y, con el puño en alto, como si fuese trofeo de caza, mostró el remedo de cerdo orejón.
Ya se iba cuando Salvador Martínez Della Roca El Pino, se le echó encima. Lo mismo hizo Irma Serrano, que finalmente recuperó la máscara. Arriba, en la tribuna, el presidente Ernesto Zedillo observaba la escena.
Aquello amenazaba con batalla campal. Héctor Hugo Olivares llamó a la cordura. Pero, enojados como estaban, los diputados se dijeron de todo y es que durante más de 20 minutos, con la máscara de cerdo, Rascón estuvo mostrando carteles con leyendas que, poco a poco, agriaron los rostros.
En el palco de invitados, Diego, Felipe Calderón, líder nacional del PAN; Santiago Oñate, dirigente del PRI, y Cecilia Soto, ex candidata del PT a la Presidencia, comenzaron a impacientarse a medida que los carteles de Rascón subían de tono. Fue Calderón el primero que saltó exigiendo a Olivares que pusiera orden. Lo secundaron Diego y Cecilia Soto. Se les sumó Santiago Oñate.
Pero antes de San Lázaro, las máscaras y los gritos, Ernesto Zedillo estuvo en el Zócalo, donde encabezó la ceremonia militar con que se inauguró la monumental asta (50 metros de altura) e izó la enorme bandera (80 kilos de peso). El Presidente había visto en el televisor las intervenciones de los líderes de las bancadas en el Congreso. Su secretario, Liébano Sáenz, tuvo elogios para el discurso de Pedro Etienne. Después, Zedillo fue a su despacho en Palacio Nacional, donde se colocó la banda. En tanto, llegaron al Salón Azul diputados y senadores que lo acompañarían al recinto. Para Arnoldo Martínez Verdugo (PRD) y Juan de Dios Castro (PAN), el trato presidencial fue especialmente cálido.
Luego, a San Lázaro. En el recinto legislativo lo esperaban ya, además de los miembros del Congreso, gobernadores, dirigentes de partidos políticos --a excepción de Andrés Manuel López Obrador--, intelectuales, el cuerpo diplomático acreditado en el país y altos dignatarios de la Iglesia.
A las 11 en punto de la mañana, Ernesto Zedillo empezó la lectura de su segundo Informe de Gobierno. Transcurrieron los primeros 10 minutos sin sobresalto alguno. Desde su curul, Víctor Manuel Quintana, diputado perredista por Chihuahua, mostró un cartel amarillo con la leyenda ``Justicia para los deudores''. Era todo.
Apareció Marco Rascón. Llevaba un rollo de carteles blancos bajo el brazo y una mochila café. Se paró de cara al auditorio y justo bajo la tribuna desde la que el Presidente rendía cuentas. Sin prisas, extendió en la alfombra verde sus carteles. Luego abrió su mochila y sacó un envoltorio de periódicos del que salieron primero unas enormes orejas. Algunos contuvieron la respiración. Esperaban lo peor cuando apareció la máscara de látex. Se la puso y así, al mismo tiempo que el Presidente leía su texto, el perredista exhibía leyendas. El panista Antonio Tallabs se puso a tomarle fotos.
Los miembros del gabinete, en primera fila, buscaban ocultar su molestia. ``Un millón de votos asegurados: Old Pig'', rezaba uno. ``Entregar al país no es delito, es eficiencia: Petunia'', decía otro. ``No vean videos violentos: Babe'', añadía uno más. Poco a poco, las frases fueron más incendiarias: ``Gracias por continuar mi política y seguir mis instrucciones económicas: Carlos Salinas de Gortari''. ``¡Vayamos por los votos del miedo!''. ``¡Desangrarse por el presupuesto es un mito genial!''. ``Viva el siglo XIX: El clero y los militares''. ``Raúl es inocente, queremos más privatizaciones: Los socios''. ``¡Llevemos hasta el final el golpe militar!''.
¡Es el colmo!, comenzaron a extenderse en las bancadas los comentarios. El enojo apenas se le asomó a Emilio Chuayffet en el rostro. El secretario de la Defensa, Enrique Cervantes Aguirre, apretaba las mandíbulas. Siguieron dos carteles más. Uno sólo decía: ``¡Oink, oink, oink!''. El otro: ``4 de julio, día de nuestra independencia''.
Saltaron Calderón, Diego, Oñate y Cecilia: ``¡Ponga orden --se hizo oír Calderón, dirigiéndose a Olivares Ventura--, respeto a la Cámara!''. ``¡Esto es una vergüenza para todos!'', dijo Diego. ``¡Respeto señor, respeto!'', terció Oñate. Hizo un ademán. Se acercó Beatriz Paredes. Luego llegó Ismael Orozco Loreto; cuentan que le dijo Oñate: ``¡Arráncale la máscara!''.
Titubeante, Orozco se encaminó al pasillo central. Diego lo azuzaba: ``¡Ve, quítasela!''. No se animaba. Por eso le vino muy bien cuando Humberto Roque Villanueva lo detuvo con un ``¡tranquilo!''.
La instrucción le regresó a Orozco el color a la cara. Se hizo a un lado. Entonces Diego saltó del palco de invitados al salón y casi corrió hasta la tribuna. Unos metros antes, García Cervantes, el coordinador parlamentario del PAN, lo paró: ``Devuélvete, yo me encargo'', al tiempo que Juan Antonio García Villa, lo tomaba del brazo.
Diego reculó. ``Son chingaderas'', dijo al irse. Pero a esas alturas, encendidos los ánimos, perredistas y priístas le gritaron: ``¡Fuera payaso! ¡Hijo de Salinas! Antonio Tenorio Adame, manoteaba para argumentar que Calderón, Oñate y Diego estaban faltándole al respeto a los legisladores. Nadie lo oyó. Mauro González Luna también se fue contra el ex candidato presidencial: ``¡Vete Diego, estos no son tus terrenos. Tú eres salinista!''.
Desde la bancada del PAN, Manuel Arciniega Portillo le reviró a González Luna: ``¡Tú cállate güey, pinche pelón!''. Flores, el dirigente del Congreso del Trabajo, le arrancó la máscara a Rascón. La Tigresa y El Pino se le fueron encima. Samuel Palma y Ofelia Casillas mediaron.
Aquiles López, secretario particular de Fernando Ortiz Arana y quien todo el informe estuvo sentado junto a la Serrano --contenerla ha sido su encomienda--, no pudo con el encargo.
La mujer espetó a Flores: ``Usted no puede venir aquí a hacer lo que se le antoje. Usted viene con máscara de pendejo''. Intervinieron Artemio Mexhueiro y Luis González Achén, pero la Serrano estaba que hervía. Le quitó la máscara a Flores y teatral, como es, se la llevó a Rascón que ya estaba en su curul como si nada.
Pasado el incidente, legisladores e invitados quedaron como en el pasmo. Por eso ya casi nadie reaccionó cuando el Presidente dijo que aplicaría toda la fuerza del Estado (en clara alusión al EPR) y El Pino preguntó a gritos: ``La fuerza del Estado ¿para qué?''. Los carteles de ``democracia, justicia y paz'', sacados por los perredistas tampoco desataron reacciones. Lo peor había pasado.
Así terminó todo. Por el pasillo central, ya de salida, El Pino quiso decirle algo al Presidente, pero éste lo atajó: ``No voy a hablar con usted después de lo que hizo su compañero''.
Antes de partir a Los Pinos, Ernesto Zedillo dio su opinión sobre los sucesos: ``Son cosas de las cámaras y ahí el Ejecutivo no interviene''. Pero ¿cómo se siente?, le insistieron: ``Bien, en esta responsabilidad uno siempre tiene que sentirse bien''.
Vinieron después los deslindes. Etienne: ``Las expresiones de Rascón no son del PRD, pero no se vale que personas ajenas al Legislativo coarten a un diputado''. Jesús Ortega: ``No se puede combatir la demagogia y la mentira con este tipo de actitudes''. Roberto Campa Cifrián: ``Rascón no es más que un payaso''. Porfirio Muñoz Ledo opinó: ``Acabamos de ver dos pantomimas, una enmascarada (Rascón) y otra barbada (Diego)''. Fernández de Cevallos: ``Fui partícipe de la indignación unánime ante las injurias...''.
--¿Iba o no a agredir a Rascón?
--Todo pudo haber sucedido. Iba a la tribuna a exigir que se pusiera orden. Sentí asco y vergüenza, no por el marrano sino por el Congreso.
Para muchos quedaba en evidencia la intolerancia de Diego. Otros, como el líder de la Coparmex, Carlos Abascal, lo elogiaron por ``su valor'', pero del líder ferrocarrilero nadie se acordó. Fueron los minutos de naufragio en el segundo Informe de Gobierno.