Una vez más se cumple el ritual que manda el artículo 69 de la Constitución: informar sobre el estado que guarda la administración pública del país. Este informe sigue anclado en las formas del viejo presidencialismo mexicano y, al mismo tiempo, forma parte de los nuevos horizontes que se empiezan a vislumbrar en la penumbra del fin de siglo mexicano. En los últimos años, sobre todo a partir de 1988, se ha empezado a romper la rutina que hacía del informe presidencial el acto más relevante del gobierno y, centralmente, del presidente de la República.
Durante años se aprovechó esta ceremonia para hacer anuncios espectaculares, desde aumentos de salario hasta nacionalización de la banca y algunos golpes de timón. Dentro del estilo personal de cada presidente los seis informes despliegan una estrategia de información y de imagen clave para sus respectivos gobiernos. En esta ocasión, el presidente Zedillo modificó dos aspectos: el tiempo y el enfoque. Ya desde 1995 el informe se redujo sustancialmente, no sólo por la crisis que obliga a ser más discreto, sino porque esas ceremonias de más de tres horas de presidencialismo son poco digeribles para el país de fin de siglo. En los contenidos también se movió de una presentación casi monográfica, que quizá obedecía a la consigna de ``mientras más hable mejor está el gobierno y el país'', se ha pasado a un texto más corto con una estructura temática y una selección de problemas relevantes para el país.
El Segundo Informe de Zedillo se refirió básicamente a tres temas: economía, seguridad y justicia, y política. Otra situación que ha cambiado, y en este Segundo Informe se expresa con claridad, es el factor sorpresa. A pesar de que los informes daban cuenta de lo realizado durante el año en cuestión, casi siempre había un margen de incertidumbre, una expectativa de que se anunciara algo importante, algo digno de la discrecional y omnipresente voluntad del poder presidencial. En esta ocasión no hubo anuncios espectaculares, por el contrario, se dijo lo que ya casi todo el país sabe: hubo referencias específicas y globales a la política económica, marcos de referencia conocidos sobre la política social y se mencionaron los avances en materia de reforma electoral. Se afinó la visión y la postura sobre el reciente problema de guerrilla surgida en algunas regiones del país. Prácticamente se reafirmaron los mismos rumbos del zedillismo.
A pesar de que este gobierno ha tomado decisiones contradictorias en algunos casos políticos, como en Chiapas, se puede decir que al paso de los meses se ha ido asentando en sus propuestas: la política económica para enfrentar la crisis ha sido prácticamente invariable desde diciembre de 1994, y la reforma electoral por consenso. El Segundo Informe del presidente Zedillo fue el de la anti sorpresa, quizá por ello para algunos ``no se dijo nada''.
El primer tema es un recorrido por la visión gubernamental de la crisis; es la confirmación de que la ruta es ``la correcta''. Los últimos datos de la macroeconomía anuncian una ligera recuperación, lo cual permite al Presidente tener un piso de confianza; las cifras de comparación entre 1995 y 1996 muestran disminución de la inflación y un crecimiento modesto. Se puede discutir la viabilidad del modelo económico y sus factores negativos, como el de que no resuelve el problema de por lo menos la mitad de los mexicanos marginados del desarrollo; también se pueden anotar los inconvenientes de nuestra acelerada y defectuosa apertura de fronteras; se puede estar en desacuerdo con la ruta seguida, pero lo cierto es que tendremos que acostumbrarnos a que esta política económica se seguirá instrumentando porque no sólo está amarrada en la convicción de nuestros economistas gobernantes, sino en el complejo tejido de alianzas y compromisos financieros internacionales.
La inseguridad pública y los complicados laberintos de la impartición de justicia fueron la otra temática tratada. En este mundo de inercias y escombros todavía no hay nada claro; los datos existentes mencionados no logran contrarrestar el malestar de la sociedad por las diversas facetas de la inseguridad, ni disminuyen la gravedad del problema. Por último, se llegó a la política. El niño de la medalla en este terreno fue la reforma electoral recientemente aprobada con el consenso de los partidos políticos. A pesar de que faltan los detalles de la ley secundaria y de su aplicación para los comicios de 1997, el rumbo general está marcado como un avance importante.
El país que nos deja este Segundo Informe de Gobierno está más o menos perfilado en las tres temáticas abordadas: un tratamiento de la crisis económica que seguirá sobre el mismo rumbo, y que muy probablemente llevará en lo que falta del actual sexenio a ver resultados en los bolsillos. Nos quedamos con las promesas sobre seguridad y justicia, y en espera de ver algún resultado pero sin ninguna certeza de que así sucederá. La parte que más puede comprobarse en el corto plazo es la de las elecciones del año entrante; ahí se podrá ver con mayor claridad si las cosas marchan en el tono de la reforma, o sea de terminar con comicios de partido casi único.
En síntesis: después del Segundo Informe seguimos más o menos donde estábamos, con más incertidumbre y preocupación que con optimismo y certeza, tal vez no pueda ser de otro modo...