Teresa del Conde
La exposición conmemorativa de Arte Joven

Esta nota ofrece continuidad a los comentarios de hace una semana sobre el Primer Salón de Triunfadores que se exhibe en el Museo de la Secretaria de Hacienda (el Palacio del ex Arzobispado). La exposición fue dedicada por la curadora a una de las figuras más relevantes de la nueva pintura mexicana: Enrique Guzmán (1952-1986), egresado de La Esmeralda, que obtuvo reconocimiento inmediato a partir de sus primeras participaciones en la Galería Arte Joven de la calle Marne, dirigida por Francisco de Hoyos.

Por entonces (1974) el joven pintor mereció la atención de Carlos Monsiváis, Juan Acha (quien no pudo convencer a Fernando Gamboa de exhibir al pintor en el Museo de Arte Moderno) y otros críticos. En sentido estricto, Víctor Sandoval fue el primero en percibir su talento sui generis y se diría que inédito. Son muchos los artistas que a partir de él encontraron sus propios discursos iconográficos, fundamentados en el sondeo nostálgico de ciertas imágenes kitsch, en reminiscencias de recuerdos infantiles que suelen ser crueles e irónicas al mismo tiempo.

Guzmán, que mereció premio en 1969 con una obra que no anticipaba aún sus posteriores incursiones, para 1972 había alcanzado el estilo que le conocemos. Ese año, cosa no inusitada (habría de suceder lo mismo posteriormente con dos artistas más), obtuvo dos premios en el mismo concurso aguascalentense (en 1983 destruyó la mejor de las dos piezas entonces premidas, que se exhibía en la Casa de la Cultura). Ahora está representado con una pintura de 1973, Marmota herida, y con otras dos obras de 1976 y 1977.

Visto el conjunto globalmente, entre las obras bidimensionales que destacan por sus solidez y calidad de propuesta está Llanos de casas, vista aérea (1994), de Gabriel Macotela, merecedor de premio en 1977, distinción que en ese mismo año también se adjudicó a Jesús Mayagoitia (representado ahora con tres esculturas de lineamientos geométricos algo más sencillos que los que poseía aquella Mariposa de años anteriores).

Además de ellos, el jurado distinguió a cinco artistas más, cuyas presencias resulta oscurecidas hoy en comparación con la vigencia tanto de Macotela como, en su respectivo campo, de Mayagoitia. Esto hace pensar que el partido tomado en esta curaduría, salvo algunas excepciones que podrían considerarse ``de rescate'', tuvo en cuenta la repercusión actual que varios de los premiados mantienen, aun y cuando sus líneas de trabajo se hayan modificado radicalmente.

En este caso se encuentra, por ejemplo, Jorge Yáspik, quien de años a la fecha realiza esculturas en piedra volcánica con un magistral trabajo de estereotomía e interesantes juegos formales (una pieza de esta tónica obtuvo mención honorífica en la Primera Bienal del Museo de Monterrey). El mismo año de 1980 en que Yáspik mereció premio aguascalentense con tres objetos realizados con vidrio y papel, el oaxaqueño Sergio Hernández se hizo acreedor al premio de pintura con una gran acuarela muy hermosa. Hoy día Hernández está presente con tres óleos, realizados el año pasado, que pertenecen a colección de la Galería de Arte Mexicano.

Igualmente en 1980, otros tres artistas hoy representados: Miguel Angel Alamilla, Leticia Kalb y Flor Minor recibieron premios. Digamos entonces que en ese momento se dieron convergencias de artistas, muy jóvenes, que se proyectaban como futuros protagonistas del campo artístico en diversas disciplinas, si bien es cierto que Flor Minor (premiada también al año siguiente, así como Alamilla lo fue de nuevo en 1982) desapareció después del panorama por algunos años. Los jurados de 1980 fueron Ida Rodríguez, Jorge Alberto Manrique, Jorge Hernández Campos y el arquitecto aguascalentense Mario García Navarro. Manrique y Hernández Campos conocían estos concursos desde sus inicios y su desempeño como jurados (sobre todo en el caso de Manrique) han sido múltiples a lo largo de los años.

Otras notables pinturas exhibidas en el Salón de Triunfadores corresponden a Miguel Castro Leñero (las tres realizadas el año pasado: parcas, extraordinariamente trabajadas) y a Boris Viskin, quien, sin apartarse un ápice de la modalidad que cultiva, en una de sus obras logra con base en signos escuetos aludir a los tres magnicidios irresueltos que forman --sobre todo el segundo-- hito trágico en nuestra historia. Al centro estratégico de la composición aparece un diminuto Monumento a la Revolución. De esa figura en pequeña escala toma su título la técnica mixta (óleo y collage) que registra los hechos sin que el cuadro deje de ser, antes que nada, una muy buena pintura.

Viskin obtuvo premio en 1988 a través de un jurado integrado por cuatro pintores: Irma Palacios (ya entonces veterana en estos salones), Francisco Toledo, Ismael Guardado y Benjamín Manzo, así como por el crítico de arte Xavier Moyssén Lechuga, de quien no se anota la inicial de su segundo apellido en el catálogo, cosa que hace pensar que como en algunas ocasiones anteriores fue su padre, el profesor Xavier Moyssen, quien actuó ese año como jurado.

El catálogo del Salón de Triunfadores, bien editado, proporciona datos sobre premios y jurados de 1966 a la fecha. Fue diseñado por Gabriela y Fernando Rodríguez, y resulta ser una publicación de extrema utilidad que, además de dar a conocer los trabajos de los artistas ahora invitados, complementa y pone al día en forma pertinente el libro catálogo que coordinó Carlos Beltrán en 1990 para el Museo de Arte Contemporáneo de Aguascalientes.