José Steinsleger
Tina, pionera del género

Allá por mediados de los setenta, una crónica publicada en El Día me arrojó a los brazos de Tina Modotti. Recuerdo muy bien el momento, porque la lectura fue interrumpida cuando Juan de la Cabada tocó el timbre del departamento donde vivía, en Río Hudson-28, de la colonia Cuauhtémoc. De antemano sabía que era Juan. No sólo porque antes de tocar ya lo había visto por la ventana mi hija de tres años (``papá, ya llegó mi abuelito que silba amigo tuyo''), sino porque su presencia venía anunciándose con sonidos y chiflidos rarísimos que según él emitían los pájaros y otros bichos de Campeche.

--¡Ah, qué calor, mano! ¿Qué estás leyendo?

Lo que para mí empezaba a ser el descubrimiento de una personalidad fascinante, para Juan de la Cabada era ya historia pasada, conocida y vivida. Habló de Tina Modotti una hora sin parar. Mi hija, que no se le despegaba porque tenerlo cerca le representaba seguro un par de cuentos, escuchó callada y al final le preguntó: ``¿Tina fue tu novia?'' Juan lanzó una carcajada. ``No. Pero era la mujer más linda, más hermosa y más buena que conocí''.

Es curioso. Si algo me tuvo siempre sin cuidado fue la militancia de Tina Modotti en las filas del estalinismo. Es curioso y complejo. Nadie más ajeno que ella a las formas embozadas del autoritarismo ideológico y nadie más hostil a la posibilidad del crimen razonado. Hubiese querido que estas notas se intitulasen así: ``¿Fue Tina Modotti estalinista?'' Quizá a ella hubiese correspondido el apodo de Pasionaria, como los españoles llamaban a Dolores Ibarruri. Creyente de lo absoluto, Tina adhirió a una pasión: la pasión de los creyentes. Dolores en cambio, con la información al día, nunca renegó de lo que para Tina era inconcebible: el crimen razonado.

No sólo los sueños de la razón producen monstruos. También la obsesión desmitificadora, tan propia del desencanto biográfico posmoderno. Soberbia documentalista que magistralmente evitan escritores como Elena Poniatowska o Abel Posse cuando en libros como Tinísima o La pasión según Eva deslindan lo simbólico que unifica de lo diabólico que divide y mitifica.

Tina Modotti o Eva Perón, mujeres del montón que por su audacia o espíritu fueron estigmatizadas de ``fanáticas'' o de ``putas'' no son mitos sino símbolos pioneros de su género. Ni una ni otra incurrieron en el feminismo vulgar y ambas cuestionaron, sin proponérselo, roles y relaciones de poder en la pareja.

La carta de Tina a Xavier Guerrero, en la que le explica por qué había decidido amar a Julio Antonio Mella, nos recuerda a la enviada por la quiteña Manuela Sáenz a su marido manifestándole que su amor a Bolívar y el ideal de la independencia americana representaban un todo superior. Piezas aleccionadoras y precisas de lo que realmente significa la valoración del otro, ambos documentos nos dicen cuán grande es la generosidad de los seres simples ``lindos, buenos, y hermosos'', como de Tina decía Juan de la Cabada.

La sin par Tinísima-Poniatowska es una obra mayor porque Elena-Modotti, siendo ella desde afuera y muy adentro, habló de la otra como era muy adentro.

Conviene leer detenidamente las más de 500 páginas de Tinísima (en particular las últimas cien) para intuir las causas por las que ella, que siempre reaccionaba con odio ante quienes hablaban de los crímenes del estalinismo, bien pudo, de haber vivido para confirmarlos, proyectar un odio similar o acaso imposible de sentir en quien fuera de sí supo vivir para amar bien y mucho. Creo que la angustia de esta cierta incertidumbre es lo que a Tina Modotti le rompió el corazón en una calle cualquiera de México, hace ya muchos años.