Octavio Rodríguez Araujo
EPR

Quienes desconocen la historia de las luchas sociales y de los movimientos guerrilleros en el mundo, pasan por alto el Abc de una guerrilla: ninguna, rural y/o urbana, puede sobrevivir sin apoyo de sectores significativos de la población. Esto es particularmente cierto en el caso de las guerrillas rurales, y nada tiene que ver con el número de guerrilleros pues, en general, éste ha sido siempre reducido. El potencial de una guerrilla no está en su número de gente armada sino más bien en su disciplina, capacidad de movimiento, entrenamiento, organización y, desde luego, de los apoyos con los que cuente.

El apoyo a los grupos guerrilleros, según Timothy P. Wickham-Crowley (Guerrillas & Revolution in Latin America), es de siete niveles: 1) Discreción ante las autoridades sobre la presencia de guerrilleros, 2) suministro de alimentos y otros bienes y servicios a las guerrillas, 3) aceptación de servirles de guías, vigías y mensajeros, 4) oferta de escondites o resguardos, 5) cooperación organizada con las guerrillas al nivel de ciudades, incluida la elaboración de armas, participación en escuelas y defensa civil, 6) oferta de servicios armados ocasionales (milicianos), y 7) abandono del campo y del trabajo para unirse como combatientes de tiempo completo a una unidad guerrillera.

Todos los movimientos guerrilleros de los años 50 a la fecha en América Latina han sido reducidos en número, pero sus apoyos, en los diferentes niveles mencionados, han sido relevantes (el caso de la guerrilla del Che Guevara en Bolivia ha sido la excepción más importante). Las versiones de contrainsurgencia citadas por el autor mencionado anteriormente establecen que, en promedio, cada combatiente guerrillero rural tiene a diez campesinos que lo apoyan, aunque sea con su hermetismo ante las autoridades (nivel más bajo de los apoyos). Pero se cometería un error grave al creer que a esto se reducen los apoyos a los guerrilleros.

En la prensa y en otros medios de información y análisis se publican por lo general los rechazos a los grupos guerrilleros, pues no parece sano ni seguro para nadie expresar apoyos a estos grupos, y menos cuando un gobierno declara abiertamente que los combatirá con la fuerza del Estado (léase fuerzas represivas). Este y cualquier otro gobierno, de México o de otro país, podrán estar seguros de que los apoyos a los grupos guerrilleros, si existen, serán tan clandestinos como éstos. El caso del EZLN es, por lo menos en sus aspectos más conocidos, diferente, como diferentes son su origen, su organización y su lucha desde la tregua de enero de 1994.

El problema del Ejército Popular Revolucionario muy probablemente no va por aquí, es decir por sus apoyos sociales, que en mi opinión debe tenerlos. Su problema es más bien de estrategia política. En primer lugar su discurso: es un discurso sectario que refleja una cierta intolerancia hacia formas más nuevas de lucha y de alianzas, punto en el cual coincidiría con Monsiváis y Gilly (La Jornada, 31/8/96 y 1/9/96). En segundo término, su supuesta matriz ideológico-organizativa, que no ha logrado aceptación en los medios de izquierda, ni siquiera de la izquierda que hace algunos años todavía se llamaba revolucionaria. En tercer lugar, el momento en que surge a la luz pública no parece el más oportuno, salvo para quienes han pugnado por la militarización de la política en México, lo cual no es asunto desdeñable. Su estrategia militar es la que corresponde básicamente a un grupo guerrillero, y no se le puede pedir a una guerrilla que actúe como si fuera un grupo pacifista o filantrópico.

El combate que explícitamente ha dicho el gobierno que le dará al EPR (que ya inició), necesariamente afectará a la población civil que apoya a los guerrilleros, en cualquiera de los niveles ya apuntados, o que está cerca de éstos o de quienes apoyan aunque sea indirectamente. Dije necesariamente pues se trata de una guerra, y en una guerra, sobre todo entre un grupo clandestino y un ejército regular, son más los que pierden por estar ahí que los que en efecto se enfrentan con armas. Entre los que pueden perder, y esto debería tomarlo muy en cuenta el Ejército Popular Revolucionario, está la misma izquierda que compone o participa en las bases de la sociedad, y no pocos de sus dirigentes. La cacería de brujas que ha iniciado ya el gobierno será muy peligrosa para las fuerzas democráticas y progresistas de México, pues según lo que conocemos por declaraciones y acciones gubernamentales, todo mundo puede ser sospechoso mientras no demuestre lo contrario