Miguel León-Portilla
Diana, Diana... con palmera

Evocando la muy popular letra de la composición musical de fiesta y triunfo, pienso en esa otra Diana a la que su creador, el maestro Juan de Olaguíbel, dio el nombre de ``La Flechadora''. Colocada en el Paseo de la Reforma, cerca de la entrada del bosque de Chapultepec el 23 de octubre de 1943, marcan ella y la palmera que se yergue en la glorieta del mismo Paseo, donde empieza la calle de Niza, dos puntos de referencia en el corazón de nuestra gran ciudad.

Desde niño he contemplado la hermosa palmera y luego desde la temprana juventud la bella Diana flechadora, una de las esculturas mejor logradas, atracción de la mirada de cuantos transitan cerca de ella. Nuestra metrópoli, y todas las del mundo, tienen puntos de referencia que reafirman su identidad. En París sobresalen Notre Dame, la plaza de la Concordia, el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel...; en Madrid las fuentes de las Cibeles y de Neptuno, la Puerta del Sol y la de Alcalá...

En nuestra macrocefálica y atribulada ciudad han sido muchos los puntos de referencia que irreflexivamente se han modificado o hecho desaparecer. ``Pasaremos por San Juan de Letrán'', decíamos antes de que, con el ``Eje central'' se suprimiera ese y otros nombres como el de Niño Perdido y Santa María la Redonda. Se continuó así la lamentable tendencia de borrar lo que identifica y da raigambre a una ciudad. Décadas antes, la picota había derribado ya iglesias como la de Santa Brígida y el Colegio de San Juan de Letrán y otros muchos edificios dignos de conservarse. Se habían cambiado también los nombres de abolengo histórico de muchas calles del centro. Tal fue el caso de Plateros, Capuchinas, del Reloj y Cordobanes, varios sustituidos por los de repúblicas hermanas que pudieron darse a nuevas calles de esta metrópoli en continuo crecimiento.

La ciudad que ve alterados su toponimia y monumentos, incluyendo lugares de esparcimiento y convivio, como restaurantes y teatros, pierde mucho de sí misma. Recordaré lo que ocurrió en París cuando se pretendió derribar el restaurante La Coupole. La voz popular se hizo oír y esa meca gastronómica se salvó. No significa esto que las ciudades sean realidades inmutables. Como todo lo que es o alberga la vida, en ellas ocurren de continuo transformaciones incontables. Sólo que hay cambios necesarios o atinados y otros desafortunados.

Cambiar de sitio a la Diana y arrancar a la añosa palmera sería muestra reprochable de esta última categoría. ¿Para qué borrar dos expresiones, muy bellas ambas, de referencia en nuestra ciudad? ¿Dónde está declarado que el Paseo de la Reforma debe ser galería de los héroes o la ``mexicanidad''? Si así fuera, no hubiera estado en una de sus glorietas la escultura ecuestre de Carlos IV que, como se lee en la placa, que está en su base, la conserva México no por lo que representa sino por ser obra de arte. Y, ¿por qué, cuando se cambió de lugar al ``Caballito'', el maestro Sebastián lo sustituyó con un caballote en vez de la figura de un héroe?

``Diana, diana...'', esperamos poder entonar cuando se disipen las pretenciones de esos pocos que quieren dar muerte a la palmera y desterrar del bosque a La Flechadora. Gastar recursos, que tanta falta hacen para atender los incontables requerimientos de la ciudad, con el propósito de privarnos de dos hermosas realidades, puntos de referencia, ¿qué calificativo merece? Casi da vergüenza que ahora que nuestro país vive momentos difíciles teniendo que afrontar problemas muy serios, se planteen cuestiones como éstas de remover una escultura y hacer desaparecer a una palmera.

Esperemos que el atinado discernimiento de las autoridades capitalinas, no oculte a la hermosa Diana y arranque a la señorial palmera. Mucho es ya lo que hemos perdido. Es necesario conservar lo que da identidad a esta ciudad que, como dice un canto en náhuatl, irradió en otro tiempo ``rayos de luz cual plumajes de quetzal''.