El gesto de Marco Rascón en el ceremonial del segundo Informe del presidente Zedillo tuvo efectos reveladores.
De hecho, un banquete para Moliére. El más espectacular fue el provocado en el ánimo del panista Diego Fernández de Cevallos. Se sintió insultado en nombre del Presidente, de la fracción del PAN, desde luego de la del PRI, de los símbolos y las instituciones republicanas; en suma, ``de todos'', como él mismo declarara en calidad de Cruzado Defensor de la Dignidad Nacional.
La reacción de Fernández, a quien se le subió lo MURO a la cabeza, puso de manifiesto una psicología fascistoide: el horror ante una imagen que dio la impresión de proyectar culpas por actos cometidos bajo la máscara del orden, la legalidad, el Estado de derecho, la moral y las buenas costumbres.
En vez del inocente cerdito Babe, a muchos, junto con Fernández, lo que se les apareció en el recinto de la Cámara de Diputados fue el Señor de las Moscas.
Marco Rascón usó la máscara exacta para desenmascarar a otros. Son los que vieron en ella y en el propio Rascón, no la sátira a un régimen que no ha satisfecho las demandas de las mayorías y en el que ya participa de manera orgánica Acción Nacional, y ni siquiera --el caso Colosio-- las de uno de sus sectores, sino el descubrimiento de su conducta oculta. Con Fernández de Cevallos como cuadro insignia reaccionaron airados, biliáticos, farisaicos.
La histeria es la expresión de la mala conciencia, las tendencias tanatógenas y la intolerancia. Hitler, ante la proyección de El gran dictador, de seguro habría hecho el gran berrinche y llamado cerdo a Charles Chaplin para ordenar, acto seguido, que el filme fuera destruido de la misma manera que sus vesánicos generales eliminaban a millones de seres humanos.
En Marco Rascón no sólo hay un hombre seriamente comprometido con las causas de su pueblo, sino una caudalosa fuente de imaginación y humor. Ahora que se cumple el primer centenario del natalicio de André Breton y Antonin Artaud, su gesto debiera ser considerado como un homenaje tangencial a quienes inauguraron el movimiento cultural más importante del siglo XX con una mirada: la que descubría la cañería social bajo el paisaje de la decencia y el bien común.
El happening surrealista de Marco Rascón, ¿insultó al recinto parlamentario, a los símbolos republicanos, a los representantes de la nación? Por supuesto que no. El recinto parlamentario ha sido objeto de verdadero escarnio por quienes, escudados en su potestad (el caso Salinas de Gortari fresco aún), han engañado deliberadamente al país y lo han conducido, en beneficio de sus parientes, amigos y aliados políticos, al estado desastroso en que hoy se encuentra. Y contra ellos no se han indignado quienes hoy se rasgaron las ropas ante la actitud irónica de un hombre parado en el plano de la moral. Los símbolos republicanos: ¿se organiza ya un acto de desagravio como el que puso en ridículo al poder de Díaz Ordaz en 1968? Los representantes de la nación: son todos respetables y pocos han exentado. A la mayoría, no obstante, hay que hacerle severos reclamos.
Esos reclamos tienen que ver, por citar un solo ejemplo, con la decisión del presidente Zedillo de lanzar toda la fuerza del Estado contra lo que ha calificado de terrorismo (las acciones del EPR). Ninguna sociedad produce malosos de manera espontánea. Puede ser que, en efecto, la inconformidad social haya adquirido, entre otros, un sesgo terrorista. Pero ¿y si se trata de la manifestación de una insurgencia más compleja, de algo que en cuestión de horas pasó de ser una pantomima para convertirse en un peligro que ha determinado al gobierno a invertir nada menos que 20 mil millones de pesos en una acción coordinada de seguridad? En ambos casos se estaría, finalmente, ante el efecto de una sola causa: la aplicación de una política antipopular, confiscatoria y depauperante. ¿Cómo es que nuestros representantes no le exigen al titular del Ejecutivo que emplee toda la fuerza del Estado en combatir las causas de los males y no sus efectos?
Lo inquietante del episodio es, además, esa coalición de fuerzas que concitó Marco Rascón con su máscara y sus carteles. El trabajo sucio del priísta que dirige al Congreso del Trabajo fue el que se proponía realizar, en claro contraste con la alegoría Punta Diamante, el panista Fernández de Cevallos. Propósito y acción sintetizaron la voluntad de muchos otros priístas y panistas. ¿Estamos ante la oreja de una nueva derecha que asomó por la fuerza del humor?