Parece que hubo un error inicial en la estimación del gobierno sobre la existencia y las intenciones del Ejército Popular Revolucionario. Cuando menos eso se desprende de la reacción oficial después de que algunos de sus miembros aparecieron en el acto de aniversario de Aguas Blancas en Guerrero. Pero no sólo existe ese grupo armado, sino que fue capaz de consumar ataques en diversos frentes. Cuando las negociaciones políticas con el EZLN siguen su curso aunque con grandes dificultades, resurge el EPR y muestra hasta ahora iniciativa y capacidad de acción. Esto pone al país en una situación muy difícil, cuando parecía, según las versiones gubernamentales y de las cúpulas empresariales, que se recobraba la estabilidad y volvía poco a poco la confianza.
Las posturas ante estos hechos tienden rápidamente a polarizarse. Desde la apología de la rebelión, hasta las hipótesis de que alguien manipule a los rebeldes con intenciones aviesas, para desestabilizar al país. Desde los que proponen abrir negociaciones con ése y otros grupos sociales de inconformes, hasta los que de inmediato alzan la voz pidiendo una solución radical y rápida en contra de los alzados con todo el rigor de la fuerza militar. Para unos son guerrilleros que demandan justicia, para otros son gente con intereses mezquinos que no merecen siquiera que la atención se desvíe de los verdaderos negocios de la nación.
Después de todo, los sectores dominantes del país deben preguntarse ¿cómo es posible que vuelvan a surgir grupos que reivindican una revolución, cuando ya está siendo realizada por los administradores del Estado y los grandes hombres de negocios? El EPR parece, entonces, un emisario de viejos tiempos cuyas reivindicaciones y sobre todo la forma de plantearlas están fuera de lugar. La revolución de la derecha es la única que parece hoy posible y legítima, cuando hasta los países antes socialistas tratan de implantar los principios de la estricta lógica neoliberal.
Sin embargo, las demandas sociales existen y no son meras abstracciones o postulados teóricos de los críticos del camino que ha seguido la nación. Esas demandas pueden hasta llegar a presentarse de manera violenta. Y si no se está de parte de la violencia como forma de exigencia social, la misma violencia no se puede negar como una forma de vida en el país. Es verdaderamente violento que centenas de niños por todas partes de la ciudad a todas horas del día y la noche anden con las manos extendidas pidiendo limosna y dando saltos denigrantes a media calle, a cambio de una moneda. Es violenta una sociedad donde se pierden los empleos y se reducen los ingresos ante los vaivenes de los mercados financieros, en donde la salud y la educación públicas son muy deficientes. Es violento que se roben los recursos que deben destinarse a proveer alimentos a la población. Es violento también que miles de mexicanos tengan que cruzar la frontera y se encuentren con la migra.
Ante esta violencia no se puede adoptar la comodidad de negársela a lo demás mientras se les impone como política. De ahí la dificultad para ubicarse con respecto a los hechos recientes.
Es extraño el resurgimiento de la guerrilla en México, después de tanto empeño modernizador. Nuestro pedazo de siglo XX no sabe cómo deshacerse del XIX para poder entrar al XXI. Es cierto que la violencia armada produce temor, sobre todo cuando llega tan cerca de las ciudades grandes y se siente más lo vulnerable que puede ser la situación personal. El país es grande y con regiones remotas, y así, mientras la violencia estaba centrada en la lejanía de Chiapas, o en lo intrincado de la sierra en Guerrero había hasta una cierta condescendencia con ella.
Pero el temor no puede convertirse en un pretexto para negar que el país vive fuertes contradicciones sociales. Ellas tienden cada vez más a expresarse políticamente en descontentos y exigencias de cambio. No existen suficientes espacios para manifestar las discrepancias sobre la forma en que se conducen los asuntos de esta sociedad. Para que esos espacios sean eficaces no sólo se necesita que se puedan articular y expresar las distintas visiones del desenvolvimiento del país, sino que haya los mecanismos de una comunicación efectiva con las diversas esferas del poder. El diálogo y la negociación como ejercicio político requiere de manifestaciones prácticas, visibles y comprensibles. Actuar por temor frente a las demandas de los demás, sin advertir que algo pueden estar diciendo, es como tratar de esconder la desigualdad reinante cerrando los ojos.
México no es un país color de rosa y eso ya lo saben todos; no se puede seguir pretendiendo que es posible administrar igual las cosas y que nada pasa. El gobierno y el resto de la sociedad deben empezar aceptando que están pasando cosas en el país, y actuar con madurez y cordura para enfrentarlas.