Neza y su anexa Chimalhuacán se disfrazaron de nubes negras. Amontonadas y de un gri blanquecino, tinta desleída, jugaban a deshacerse o no y escurrir en los márgenes de la Ciudad, hasta inundarlo y formar nuevos canales xochimilca o lago texcocano. Retorno de los de de antes, con sus patos, flores, verduras y chichicuilotes, las nubes resueltas para afianzarlos soltaron gruesos goterones que reblandecían el salitre del piso y luego se derretían en rápidos y oblicuos hilos de agua lodosa que acababan por destruir endebles casuchas y tugurios.
Los moradores hablaban de que las nubes eran ``La llorona'' que lloraba por tanto dolor y tanta pena. Llanto que terminaba por provocar aún más dolor. Llanto en gotas semicirculares delineadas alrededor de sus ojos, semejantes al que formaban los intensos colores de sus afeites para recrear la pupila. Sólo círculos concéntricos de gotas trazadas por el compás nostálgico de la Llorona que ya no sabe qué ni de qué.
La Llorona después de llover parecía más honda y más dramática. Cuánto llovió la Llorona, tanto que el agua subió casi un metro del ras del suelo. Llovió en tales cantidades que llenó de agua el marginalismo. De sus pechos también brotaba lluvia de ondulación lenta, espesa y brillante. Lluvia que encendía el espíritu de una profunda melancolía en la negra noche. Espíritu que bendecía el agua a pesar de los daños en su territorio, pero llenaba de ganas de vivir pese a todos los pesares.
La lluvia de la Llorona adquiría una apacibilidad que encendía por su suavidad y era promotora de una negra belleza al desencadenarse y llenar de encanto la vibración de su sonido chasquidero. La caida de la lluvia semejaba la caída de sus gentes a los márgenes y su paisaje le prestaba una nota muy singular.
Sin embargo la lluvia en Neza y Chimalhuacán que destroza todo a su paso debido a lo endeble de las casas construidas con ladrillos mal trabados y calles que semejan ollas despostilladas con raíces escapándose de la tierra salitrosa que las mantienen adquiere una belleza extraña cuando los elementos se desencadenan, la naturaleza es turbada y se envuelve en mantas de niebla y lluvia septembrina de fiestas patrias.
Esta lluvia tiene su encanto y les da a los niños y adultos un motivo de solaz, juego y relajo, al regodearse en lo bello del agua que desciende de la Llorona y corretear descalzos entre los charcos y cantar viejas canciones campesinas entre tosidas secas y hondas. Neza brilla de otra manera bajo la luz de la Llorona y siente que no llega aquel rayo campesino y las lágrimas le nublan la mirada para no ver que los tugurios se quedan desiertos...