Letra S, 5 de septiembre de 1996
Las autoridades responsables de Salud no se cansan de repetirlo: El
sida en México presenta un patrón cada vez más heterosexual. En el
órgano oficial del Consejo Nacional para la Prevención y Control del
sida (Conasida) y de la Dirección General de Epidemiología se
concluye: el sida ``pasó de ser una epidemia de hombres homosexuales y
mujeres transfundidas, a ser cada vez más un padecimiento de
transmisión heterosexual'' (SIDA/ETS, febrero-abril de
1996). La epidemia de sida en México sigue afectando principalmente a
los hombres (más del 80 por ciento de los casos), y de ellos a los que
tienen sexo con otros hombres (65 por ciento). Sin embargo, según
datos epidemiológicos oficiales, el crecimiento porcentual de los
casos en este sector de la población masculina se estabilizó, mientras
que el de hombres heterosexuales sigue en ascenso: de 22.5 por ciento
en 1991 a 35.8 en 1996. Esta tendencia ha justificado que los
esfuerzos preventivos se dirijan al conjunto de la población y en
especial a los jóvenes ``sin importar su preferencia sexual'' (Del Río
dixit).
¿Hasta dónde son ciertas estas cifras y la lectura que de ellas se hace? ¿Es real la tendencia ascendente de ``una epidemia heterosexual masculina''? La duda no es producto de la especulación, se desprende de la lectura de otra publicación oficial, Salud Pública en México, del Instituto Nacional de Salud Pública (noviembre-diciembre de 1995). Allí, el doctor José Luis Valdespino, responsable del seguimiento epidemiológico del sida en el sexenio pasado, y su equipo, no sólo califican de ``moderadamente ascendente'' a la transmisión heterosexual del sida, sino que advierten: ``En México se ha documentado el sobrereporte de casos heterosexuales en hombres'' y estiman que ¡un 62 por ciento! de esos casos corresponden en realidad a individuos con prácticas homosexuales o bisexuales. Debido al odio y rechazo (homofobia) de esta orientación sexual, no es de sorprender el bajo registro de estas prácticas. Una encuesta de Conasida entre hombres de 15 a 59 años, estimaba en ¡25 mil! el número de homosexuales en la Ciudad de México. Los hombres fueron entrevistados en sus hogares, la distorsión es obvia. Los mecanismos sutiles de la homofobia alteraron tanto el producto como los factores.
Lo mismo sucede en los reportes epidemiológicos. El doctor Valdespino así lo confirma: ``Los estudios reportados por nuestro grupo indican que las prácticas homosexuales y bisexuales son subreportadas; al corregir esto se puede estimar que de los casos de sida notificados en hombres, 81 por ciento se deben a prácticas homosexuales y sólo 8 por ciento son por transmisión heterosexual.'' ¡Cifra muy alejada del 24.1 por ciento manejada en el último boletín epidemiológico de la Secretaría de Salud (Ssa)! Y muy alejada también de las palabras del secretario Juan Ramón de la Fuente en el editorial de la revista mencionada, quien afirma que ``la transmisión heterosexual es la que más se ha incrementado''.
La cifra que sí se acrecienta claramente es la de los casos en donde se desconoce la vía de transmisión del VIH, de 4.7 por ciento en 1991, según la revista SIDA/ETS, a 40.9 por ciento en 1996. El desconocimiento de la forma en que se infectaron ¡casi la mitad de las personas con sida! mete mucho ruido en la lectura de las cifras. ``Una forma incorrecta de analizar el curso de la epidemia --afirman los autores del estudio `Transmisión homosexual del VIH/sida en México', incluido en el número de la revista Salud Pública mencionado arriba--, es eliminar del análisis los casos en que se desconoce la categoría de transmisión.'' Los autores, entre ellos el doctor Carlos del Río, entonces director del Conasida, prosiguen: ``Este procedimiento da la impresión errónea de que la proporción de casos de hombres y bisexuales se mantiene estable a partir de 1988.'' La falsa impresión se refuerza con la idea equivocada de una ``comunidad'' gay informada y consciente del peligro. una prueba de esta suposición aventurada: la mayoría de las organizaciones contra el sida son lidereadas por gays.
Se ha llegado a crear una realidad epidemiológica del sida sólo existente en las estadísticas oficiales. Los autores del artículo mencionado, encabezados por el doctor José Antonio Izazola, concluyen lo siguiente: ``La epidemia homosexual del VIH/sida continúa aumentando en forma sostenida (...) La disminución en la proporción de casos atribuible a transmisión homosexual debería ser considerada como artificial, debido a que la principal categoría que la está desplazando se reporta como desconocida.'' ¡Para `legitimar' esta epidemia frente a los ojos de la población, se le ha cubierto su cara homosexual! Es verdad que la estigmatización del sida como ``enfermedad de homosexuales'' hizo mucho daño y fue necesario contrarrestar esa tendencia, pero en el otro extremo, esa `legitimación' sirve para justificar la inacción gubernamental frente a este grupo de la población, subrayando el miedo y el desprecio institucional hacia el `inframundo' del sexo entre hombres. A este tipo de homofobia el profesor Jonathan Mann la llama `instrumental': ``es a menudo un recubrimiento de formas más profundas y complejas de desprecio al homosexual''. ¿O cómo llamarle a la ausencia de acciones y campañas en estos grupos de la población? ¿Por qué si se tenían identificados los lugares de encuentro sexual entre hombres en riesgo no se actuó de la manera rápida y eficaz como se hizo, por ejemplo, con la transmisión sanguínea? Como dicen Izazola y colaboradores: ``Es técnicamente incorrecto y éticamente inaceptable afirmar que la epidemia homosexual del VIH/sida está disminuyendo. Este argumento podría usarse para justificar la disminución de actividades preventivas en población homosexual, ocultando actitudes homofóbicas subyacentes.'' Está bien que autoridades de Salud firmen esta aseveración, pero ¿dónde está la congruencia en los hechos? Si en el mismo trabajo los autores registran el porcentaje extremadamente bajo del uso del condón en la población homosexual masculina (5 por ciento). ¿No es esta cifra tan raquítica la prueba inocultable del rotundo fracaso de la política preventiva del Estado? En este desastre, ¿qué tanto se puede atribuir a la impericia y qué otro tanto a la homofobia instrumental? ¿A quién responsabilizar de lo que en otros países se considera una grave falta: la no asistencia a personas en peligro?
Con los condones en la mano
El sida no sólo afecta a individuos aislados que persisten en prácticas sexuales riesgosas, sino a grupos muy específicos que, por razones de discriminación y rechazo, son muy vulnerables al riesgo de infección. Es el caso de los adolescentes y jóvenes gay de colonias populares de la Ciudad de México y del interior del país que acuden a La Alameda, al metro Hidalgo, a la Plaza José Martí y al parque frente al Centro Médico para convivir, ``echar desmadre'' y procurarse un ingreso. ``Allí --narra Antonio-- nos reuníamos 150 o 200 chavos de entre 16 y 20 años.'' En su mayoría desempleados ``muchos de ellos --continúa Antonio-- habían sido corridos de sus casas, sobre todo los de provincia, vivían en la calle, en hoteles de paso o en pequeños cuartos. Otros llevaban una doble vida: aquí eran gays, allá eran machitos, `chacalitos'. Aunque también había estudiantes, hijos de familia, y algunos eran comerciantes ambulantes o hijos de esos comerciantes. Pero la mayoría no tenía ingreso fijo, cuando caía dinero era por algún cliente.''
Como todo grupo obligado a vivir en las márgenes de la aceptación social, el del metro Hidalgo, como se les conocía, estableció sus propios códigos de admisión y funcionamiento, en donde el sexo era lo central. ``Teníamos una vida sexual muy activa --recuerda Antonio--. A veces de cuatro a cinco relaciones sexuales por día y con diferentes personas. Era como una obsesión. El relacionarse sexualmente todos contra todos era la costumbre, todo mundo lo hacía. Recuerdo a un chavito gay de 16 años que llegó por vez primera al grupo. Esa misma tarde lo hizo con cuatro, pero después estaba arrepentido y deprimido. Al interrogarlo me comentó que lo hizo porque todos los demás lo hacían y no hacerlo hubiera significado ser rechazado. El tenía terror de no ser aceptado en el grupo, porque ni en su casa ni en su barrio era bien visto. Además tenías que partirte la madre con uno que otro güey. Tenías que vértelas con mucha gente, quedar bien con mucha gente de múltiples maneras y eso incluía el sexo''.
Entre 1989 y 1990 el sida empezó a hacer estragos dentro del grupo. ``En una ocasión --recuerda Antonio--, un amigo enfermo me comentó tristemente: `Es que nadie me dijo'. Ese fue el problema. Aquí descubrimos la sexualidad, el amor, la amistad pero nadie nos dijo que teníamos que cuidarnos porque estábamos en riesgo. Conasida jamás se acercó a nosotros, nunca hizo ningún trabajo entre nosotros.'' Con las autoridades que si tuvieron, y de sobra, trato, fue con las policiacas. ``Cuando veíamos venir las redadas gritábamos ¡seguridad! y corríamos. Si traías condones tenías que tirarlos. Te podían agarrar con el `activo' o con chochos y no había problema, te dejaban ir, pero si te agarraban con condones era señal de que te prostituías, venías a coger aquí, tenías sida. Tirábamos el condón en la jardinera y nos quedábamos con los chochos en la mano.''
Antonio, uno de los voceros del grupo --que llegó a funcionar como organización y negoció con las autoridades y la Asamblea de representantes el respeto de sus derechos de reunión--, hace el recuento de las pérdidas: ``Murieron más de sesenta, no todos de sida, algunos a causa de las drogas, otros fueron asesinados.'' Antonio sobrevivió a su generación porque fue de los pocos que adquirió conciencia, ahora pertenece a una organización de lucha contra el sida. Pero no deja de lamentar la suerte de las nuevas generaciones: ``Todo está otra vez igual, si vas a esos lugares te vas a encontrar con gente de otra generación pero con las mismas características, y lo peor de todo es que sin información sobre sida y eso es lo triste.''
Una terapia contra el odio
``Cuando me enteré de la enfermedad de mi hermano hace dos años, mi actitud fue de coraje. No tenía conocimientos sobre el sida y pensaba que sólo le daba a los homosexuales, las prostitutas y las lesbianas; que era una enfermedad para ese tipo de personas.'' Quien habla es Silvia, enfermera por más de 27 años. ``Lo que detestaba es lo que siempre tuve en casa. Cuando descubrí que a mi hermano le gustaban las parejas hombres me rebelé mucho.''
Fernando, el hermano, murió a los 38 años. Su historia es la de muchos bisexuales u homosexuales obligados a llevar doble vida: ``Cuando bebía se inclinaba mucho por los hombres. A los 15 años mi mamá lo descubrió con un muchachito en su recámara y entre mi abuela y mi mamá lo corrieron de la casa. El pidió perdón y corrigió su manera de ser, nunca más trajo a alguien a la casa, se casó y tuvo un niño.'' Fernando fue mozo de cocina en fábricas y restaurantes. De su último trabajo, en el Comité Olímpico Mexicano, lo corrieron cuando se enteraron que tenía sida. No fue el único, de allí también corrieron a sus amigos, La Jorja y La Pancha, como a él le gustaba nombrarlos, porque eran homosexuales y, según su jefe, ``distraían a los demás trabajadores, les causaban problemas''.
Ahora que conoce el significado de la palabra homofobia, Silvia tiene mayor conciencia de su padecimiento: ``Antes de lo de mi hermano, yo rechazaba a los homosexuales. Veía a los gays en la calle y me volvía intolerante. No podía aceptar que existieran grupos y lugares gay, y shows travestis.'' El asistir a los `grupos de autoapoyo' para pacientes y familiares le ayudó mucho a superar su homofobia. ``Ya entendí que no puedes cambiar las preferencias sexuales de las personas. Ni golpeándolas, porque he escuchado que muchas veces golpean a los muchachos cuando descubren sus predilecciones, y de todas maneras no cambian, pueden terminar en la calle, pero no cambian. Es hasta ahora que logro entenderlo.''
Después de este aprendizaje, Silvia ofrece sus servicios de enfermera a quien los necesite, al fin, dice ``ya tengo experiencia en cuidar pacientes con sida''.
Ineficiencia de la represión
Los gobiernos panistas y de derecha son una clara amenaza para el combate contra el sida. No sólo por su homofobia exacerbada (Ver la sección ``La homofobia, la más obvia'' de este suplemento), sino por su empecinamiento en recurrir a la represión y a medidas `correctivas'. Esta es la preocupación de la doctora Gabriela Velázquez, del Comité Estatal para el Control del Sida (Coesida) en Oaxaca.
Dentro de su campo de acción, la doctora trabaja con uno de los grupos de la población gay más marginados: los travestis que ejercen la prostitución. ``Nos ganamos su confianza --explica la doctora-- y de allí empezamos nuestra labor con ellos en su centro de trabajo''. Ahora, ellos acuden al Coesida cuando tienen problemas de tipo legal, cuando los agreden o cuando los golpea la policía. Su miedo es que el gobierno municipal (en manos del PAN) apruebe un bando que penalizará con 36 horas de cárcel a aquellos travestis y gays portadores del VIH o con sida a quienes se sorprenda ejerciendo la prostitución. ``¿Y qué van a ganar?'', pregunta la doctora Velázquez, ``si después de esas 36 horas, una vez libres, van a seguir ejerciendo clandestinamente''. En su rechazo a ese tipo de medidas coercitivas la doctora es enfática: ``No se gana nada cerrando los lugares en donde trabajan o prohibiéndoles que lo hagan, porque de todos modos lo harán de manera clandestina y entonces será difícil ejercer un control.''
La flor del amaranto
Amaranta no sólo es el femenino del nombre de una planta cuya flor es hermafrodita, es también el nombre de un activista contra el sida en Juchitán, que trabaja con un grupo de travestis. Orgulloso portador de un floreado y típico atuendo, Amaranta nos explica su labor: ``Partimos de sus necesidades e inquietudes para después, sutilmente, hablarles de la prevención. Les damos talleres de travestismo, maquillaje, danza y teatro. Es lo que pidieron y es lo que les damos. Y en medio de la clase de teatro, por ejemplo, les sacamos el condón y les explicamos la manera correcta de usarlo.'' A pesar de la fama de la tolerancia juchiteca, la situación de gays y de travestis no es muy diferente a la de otros lugares del país. Acostumbrados a la agresión y al maltrato (hasta de sus propias parejas), el grupo de gays con el que trabaja Amaranta presenta niveles muy bajos de autoestima. ``Con los cursos de teatro --añade--, eso ha mejorado mucho.'' El trabajo realizado por Amaranta y su grupo Güandanabí (en zapoteco), ``Ama la vida'' (en español), es un modelo de prevención, porque no pretende moralizar (actitud que alejaría a quienes se prentende informar), sino brindar la información necesaria a través del apoyo a las actividades o habilidades de la gente. ``El objetivo de nuestra labor --explica Amaranta-- es perfeccionar y profesionalizar el trabajo de ellos.''
En nuestro país, como en otros lugares del mundo, muchos gays que carecían de reconocimiento social han llegado a ser, con esta crisis, trabajadores sociales, organizadores comunitarios, educadores y expertos en el diseño de estrategias preventivas. O como lo expresó el teórico australiano Dennis Altman en la pasada Conferencia Internacional sobre Sida en Vancouver: Los gays ``reinventamos la idea de comunidad, hemos creado organizaciones extraordinarias sin paralelo en la historia, debemos estar orgullosos de nuestras respuestas''.
El precio ha sido muy alto, pero ese reconocimiento social de las preferencias sexuales minoritarias es un proceso en marcha. Jonathan Mann, uno de los grandes expertos en sida, también lo registra: ``Lo que es indudable es que el sida si ha tenido un efecto real: ha dado un ímpetu muy vigoroso, una fuerza muy real a la gente gay y lesbiana en todo el mundo. Los ha vuelto mucho más activos, más centrados y más presentes en las discusiones sociales. Y esto ha sido muy positivo.''
Es difícil saber si la lucha contra el sida ha menguado en algo el odio contra las diferencias sexuales. Lo que sí es un hecho es el consenso en torno a la idea de que el combate al sida pasa necesariamente por el combate a la homofobia. Ese fue uno de los sentidos del lema de la Conferencia de Vancouver que Dennis Altman expresa muy bien: ``Un mundo, una esperanza es un eslogan que para nosotros, una minoría estigmatizada, debe convertirse en una práctica.''