La renuncia de monseñor Guillermo Schulenburg ha sido esperada, previsible y hasta festejada. El factor detonante, del derrumbe, fue el reportaje de mayo de 30 Giorni, revista italiana del movimiento católico neoconservador Comunione et Liberazione; en dicha nota se pone en evidencia las dudas del abad en torno de la existencia histórica de Juan Diego. Duro golpe a la religiosidad popular mexicana, que no comprende cómo se puede separar a Juan Diego del fenómeno guadalupano. Pero todo esto resulta irrelevante, ya que la caída de Guillermo Schulenburg fue fruto de un proceso complejo de reacomodo, de relevo generacional y de lucha por el poder intraeclesiástico.
El antiguo abad pertenecía a la vieja generación de jerarcas católicos, que desde la simulación gozaban de privilegios y encarnaban dualidades. Schulenburg era, por un lado, el guardián del santuario popular más importante de México donde acudía el pueblo creyente más tradicional, premoderno y taciturno; y al mismo tiempo mantenía relaciones privilegiadas con las élites modernizantes, donde se sentía más identificado, resaltando el consorcio televisivo más importante del país.
El antiguo abad, mantenía una vida de privilegio con los recursos del pueblo más humilde. Por ello, Schulenburg fue abandonado por sus hermanos obispos, y notoriamente por monseñor Prigione, quienes no pudieron frenar el caudal de reportajes locales que evidenciaban las incongruencias de una jerarquía necia en criticar el rumbo económico de un gobierno que castiga a los más pobres, y al mismo tiempo la paradoja de que algunos de sus miembros, como el abad, viven con lujo ostentoso.
La renuncia favorece a Norberto Rivera, quien se fortalece. Sostuvo una lucha sorda, subterránea y desgastante con un abad que se resistió a cumplir su ciclo. Norberto Rivera contó con aliados poderosos en los medios de comunicación, con el propio Vaticano, y principalmente con el cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval, quien había solicitado recientemente una auditar a la Basílica.
La salida de monseñor Schulenburg, lejos de provocar nuevas divisiones, fortalecerá el posicionamiento definitivo de nuevos liderazgos religiosos más firmes. La tarea de Norberto recién se inicia, y seguro la burocracia de la mitra así como las castas sacerdotales pondrán ``a remojo sus barbas''. Si el arzobispo venció al poderoso abad, podrá desarrollar nuevos reajustes de fondo como la reorganización de la arquidiócesis y mayor libertad para seguir desarrollando su estilo de relacionamiento frente al gobierno y los problemas nacionales.
La renuncia de Schulenburg marca el inicio de una nueva etapa de la Iglesia católica y como toda transición está marcada por la ruptura y la especulación. La Basílica se restructurará y sin duda se tomará mayor atención a los peregrinos tratando de mantener, en este mundo de crisis e incredulidades, el mito religioso guadalupano como portador de la esencia de la identidad y nacionalidad mexicanas.