Letra S, 8 de agosto de 1996
Bajo el lema ``Un mundo, una esperanza'', más de 15 mil científicos,
médicos, activistas, funcionarios, investigadores sociales y personas
que viven con VIH/sida de 125 países se reunieron en Vancouver del 7
al 12 de julio. Con una participación sin precedentes y con un costo
de 15 millones de dólares, el evento fue patrocinado por las grandes
corporaciones farmacéuticas, los fabricantes de condones Durex,
y otras compañías. Más de mil voluntarios se encargaron de la
logística de encuentro en el que se presentaron 5,626 trabajos,
divididos en cuatro grandes temas: ciencia básica, ciencia clínica,
epidemiología y salud pública, y ciencia social-investigación,
política y acción.
En Vancouver se presentaron los estudios más avanzados sobre el padecimiento, se intercambiaron experiencias comunitarias y se discutió cómo enfrentar las tendencias en ascenso de la pandemia. ``Cuando nos reunimos hace dos años en Yokohama --afirmó el doctor Michael O'Shaughnessy, uno de los organizadores--, la tasa global de infecciones era alrededor de 6 mil casos por día. Hoy sabemos que esa tasa se ha incrementado 25 por ciento, con 7,500 nuevas infecciones al día.''
En los umbrales de la esperanza
La esperada cura contra el sida podría estar a la vuelta de la esquina, según pronósticos optimistas de estudios clínicos presentados en la Conferencia por varios médicos. El doctor David Ho, del Centro de Investigación sobre Sida ``Aaron Diamond'' de Nueva York, sostuvo que si se ataca al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) lo más temprano y de la manera más agresiva posible, sería factible su eliminación completa del organismo al cabo de cierto periodo (de año y medio a tres años, según sus predicciones).
En clínicas y laboratorios especializados se busca atacar al virus por todos los flancos posibles. Su objetivo es bloquear o ``inhibir'' la reproducción del virus, desde el momento en que invade la célula hasta la fase de formación de nuevos virus que, ya fuera, buscarán invadir <\h>otras células.
Los primeros medicamentos elaborados con ese fin (AZT, ddI, ddC, 3TC), que congregaron grandes ilusiones, han resultado, además de altamente tóxicos, insuficientes, por la enorme capacidad de mutación y resistencia del VIH. En los últimos siete meses se han aprobado nuevos medicamentos prometedores de mayor eficacia. Estos fármacos, llamados también ``inhibidores de proteasa'' (enzima fundamental en la formación de nuevos virus), son, presumiblemente, más potentes y menos tóxicos, y en combinación con los primeros forman un poderoso ``coctel'', capaz de reducir la carga viral en la sangre a niveles indetectables. Esta es la novedad que hoy convoca a la esperanza. El resultado favorable de las quimioterapias que combinan uno de los ``inhibidores de proteasa'' (Indinavir, Saquinavir y Ritonavir) con dos fármacos del primer grupo, ha suscitado grandes expectativas y se habla por primera vez de la posibilidad de erradicar este germen patógeno: ``Ahora la pregunta está planteada --afirma el doctor Julio Montaner, uno de los organizadores de la Conferencia--. Seis meses o un año atrás, ni siquiera la hubiéramos podido formular.''
En efecto, en doce meses se ha avanzado mucho en el conocimiento del ciclo vital del VIH. Tan sólo hace un año lo usual era creer que una vez que el virus ingresaba en el organismo, permanecía inactivo hasta que por alguna causa desconocida se activaba, causando estragos en el sistema inmunológico. Los estudios del doctor David Ho, entre otros, comprueban algo distinto: el VIH comienza su actividad destructora desde el momento de la infección, y cada día se producen diez mil millones de partículas virales en el organismo de una persona infectada. Con las nuevas técnicas a la mano, ya es posible medir la cantidad de esas partículas o ``carga viral'' en la sangre, y así seguir o ``monitorear'' el comportamiento del virus. Este es otro de los logros que han suscitado el entusiasmo de médicos y científicos. La existencia de pruebas o tests capaces de medir el número de copias virales en una muestra sanguínea, es de la mayor utilidad para conocer la progresión de la enfermedad. La prueba de la carga viral permite un mayor control del avance de la infección y una mejor evaluación del efecto de los medicamentos, además de ser una guía más confiable en la determinación de los tipos de tratamiento.
Estos avances clínicos y científicos, además de otros que abren caminos a futuras investigaciones, discutidos en plenarias y simposios de la Conferencia, crearon un ambiente propicio para la especulación sobre el hallazgo en un futuro nada lejano del remedio definitivo contra el sida. Así lo expresó Ferdinando Dianzani del Instituto de Virología de Roma: ``Todos los elementos para una cura están ahora disponibles, o al menos a la vista.''
¿Cuál esperanza?
No todo fue entusiasmo en Vancouver. En contraste con las voces optimistas de los partidarios de la hipótesis de la erradicación del virus, las voces de cautela también se manifestaron. En varias oportunidades, pacientes sometidos al régimen de las quimioterapias inhibidoras expresaron su temor ante ``lo prematuro'' de las declaraciones de triunfo. ``Ustedes sostienen que los efectos adversos desaparecen en unas semanas, pero en la realidad no sucede así'', reclamó un paciente a los defensores de las nuevas terapias combinadas en una de las sesiones de la Conferencia.
Algunas personas han debido suspender los tratamientos porque no toleran los efectos colaterales. El doctor Robert Gallo comparó estas nuevas terapias químicas contra el sida con las quimioterapias contra el cáncer. ``Los principios son similares, pero también lo son los problemas'', argumentó. Al igual que muchos cánceres, el virus que causa el sida podría desarrollar resistencias a las quimioterapias, y los efectos tóxicos de los medicamentos podrían causar enfermedades secundarias de gravedad. ``No sabemos realmente los efectos clínicos de estos tratamientos'', advirtió Maggie Atkinson, del grupo AIDS Action Now! de Toronto. Los reportes clínicos sobre los inhibidores de proteasa son tan recientes que aún quedan muchas interrogantes por responder. ``Sólo el tiempo y los estudios cuidadosos según los parámetros de los laboratorios --advierte Luc Montagnier-- nos dirá si las nuevas terapias podrían restaurar parcial o completamente el sistema inmunológico.''
Las advertencias también apuntaron hacia otro tipo de efectos colaterales. Hablar prematuramente de la posible ``erradicación del virus que causa el sida'' traería consecuencias negativas para la lucha contra ese mal, advirtieron activistas de diversas organizaciones. Los recursos y los esfuerzos destinados para la educación y prevención por gobiernos, agencias e instituciones privadas, podrían menguar si se insiste en pregonar la proximidad de la cura del sida. ``Esto no debe dejar a la gente con la impresión de que pueden abandonar las prácticas seguras diseñadas para prevenir la transmisión del VIH'', advirtió Martin Delaney, del Project Inform de San Francisco.
Las paradojas de la esperanza
Las voces críticas fueron insistentes y se escucharon desde la ceremonia de inauguración de la XI Conferencia Internacional sobre Sida. Eric Sawyer, activista de Act Up de Nueva York, tronó contra las compañías farmacéuticas fabricantes de los inhibidores de proteasa: ``Están más preocupados en incrementar sus ganancias que en salvar vidas'', acusó. Y fue más allá: ``Las compañías farmacéuticas están matando a la gente con sus elevados precios (...) La gente con sida necesita acceso a los tratamientos, no falsas esperanzas''. La ira no es gratuita, la lógica del mercado libre coloca el proceso en una situación paradójica: ¿Cómo pueden los nuevos medicamentos significar una esperanza para la mayoría de los millones de afectados por el VIH, si el elevado precio los vuelve inalcanzables? Se calcula que el costo del tratamiento con uno de estos nuevos fármacos es de 10 mil dólares al año por paciente. ¿Cómo conciliar el cálculo de los beneficios terapéuticos de los inhibidores de proteasa con el de las utilidades de las grandes farmacéuticas? (``¡Codicia igual a muerte. Acceso para todos!'' fue el grito belicoso del grupo radical Act Up). Lo irresoluble del planteamiento traslada el problema a otro ámbito. ``Tenemos la obligación moral no sólo de descubrir terapias que vuelvan manejable esta enfermedad, sino también formas de hacer el tratamiento accesible para todos'', afirmó el doctor Robert Gallo. ``Acceso para todos'' fue una consigna del evento. Y a ella se sumaron las voces de médicos, investigadores y personas que viven con VIH/sida. ``Si la promesa de los recientes desarrollos (científicos) se realiza, los gobiernos, las organizaciones no gubernamentales y los fabricantes farmacéuticos enfrentarán el imperativo moral de volver accesible el costo efectivo de las terapias'', declaró el doctor Scott Hammer de la Harvard Medical School.
Pero el problema va más allá del costo de los nuevos medicamentos, lo cuestionable, se dijo, es el rumbo de las investigaciones. El director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas sobre sida (UNAIDS), Peter Piot, lo formuló de esta manera: ``Debemos poner de cabeza el programa global de investigación sobre sida. Ignorar las necesidades del 90 por ciento de los afectados es no sólo poco ético, sino irracional''. Ese elevado porcentaje de infecciones pertenece a los países en desarrollo, donde la pandemia crece aceleradamente. Y allí, como afirmó Luc Montagnier, ``la capacidad de ofrecer nuestros <\h>avances terapéuticos representa todo un reto''. La desigualdad en este caso adquiere tintes dramáticos. ``Hoy parecen ensancharse las profundas diferencias que dividen a las naciones del mundo en categorías de pobres y ricos, centro y periferia, Norte y Sur, con respecto al sida'', <\h>afirmó Richard Parker, de la Asociación Interdisciplinaria sobre Sida de Brasil, en una de las plenarias de la Conferencia. La aspiración del lema de la Conferencia de Vancouver, ``Un mundo, una esperanza'', aún queda muy lejos. ``¿Cuál mundo, cuál esperanza?'' se preguntaron muchos de los participantes.
Los activistas de Act Up y de otras organizaciones, en sus actos de protesta contra las farmacéuticas cambiaron el lema ``One world, one hope'' por ``Third world, no hope'' (``Tercer mundo, sin esperanza''). Kevin de Cock, quien leyó uno de los reportes finales en la ceremonia de clausura de la Conferencia, afirmó: ``Estamos hablando de un mundo, y en realidad estamos a un mundo de distancia''. La tendencia de la pandemia del sida sigue los trazos de la desigualdad, el subdesarrollo y la pobreza. Mientras en los países industrializados se tiende a la estabilización e incluso a la disminución de los casos (en Estados Unidos, por ejemplo, según Peter Piot, se registran ahora 40 mil nuevos casos al año frente a los 100 mil de hace apenas unos años), en países del Africa sudsahariana (con más de 14 millones de infectados que equivalen al 63 por ciento del total de casos mundiales) y del sur de Asia (en donde viven casi 5 millones de afectados, 23 por ciento del total), la tendencia es la opuesta. Para el doctor William Paul, director de la Oficina de Investigación sobre sida de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, hay dos mundo en la lucha contra el sida: ``En las naciones más ricas del planeta observamos la perspectiva de una terapia cada vez más exitosa contra el VIH y sus enfermedades oportunistas. En el mundo en desarrollo nos enfrentamos a una epidemia devastadora y en continua expansión. A esta dualidad inaceptable sólo se le puede hacer frente implantando medidas de prevención en verdad efectivas y renovando el esfuerzo por conseguir la vacuna.'' En la sesión en la que participó junto con Gallo y Montagnier, Paul señaló: ``No podemos soslayar el esfuerzo para producir una vacuna altamente efectiva y al alcance de todas las poblaciones en riesgo en todo el mundo.''
Lo urgente y lo viable de esa vacuna fue tema de debate en la Conferencia de Vancouver. Sin la vacuna preventiva, se dijo, será muy difícil controlar la pandemia mundial del sida . En 1994 se abandonaron muchos de los intentos en Estados Unidos, porque el resultado de la balanza entre los riesgos y los beneficios no convenció en el contexto de la epidemia en ese país. Sin embargo, por las proporciones adquiridas de la pandemia del sida en algunos países, las vacunas a desarrollar deberán diseñarse ``teniendo en mente a esas naciones'', como dijo John Moore, del Centro de Investigaciones ``Aaron Diamond'' de E.U. Es decir, es preciso realizar las investigaciones en los países más afectados, bajo condiciones locales y con los tipos de virus allí prevalecientes. Pero aquí surge otra vez el problema de los intereses por encima de las necesidades. Hacer inversiones por un tiempo indefinido en un campo sin posibilidades de desarrollo en el corto plazo, y con un producto dirigido a la población de mínimas (si algunas) capacidades adquisitivas, no es nada lucrativo. ``Hay realmente muy poco interés en la industria (farmacéutica), debido a la falta de beneficios en la venta de vacunas preventivas a los clientes más empobrecidos del mundo'', se lamentó John McNeil, del Instituto de Investigaciones ``Walter Reed de Maryland''. Por eso, propone, el sector público debe involucrarse y encabezar una alianza con la industria y las comunidades afectadas, bajo un entendido: compartir tanto los riesgos como los beneficios. Este acuerdo, según McNeil, es esencial para el desarrollo de vacunas efectivas contra el VIH.
La fuerza del humanismo
Hasta ahora, cerca de 28 millones de personas han contraído el virus, de los cuales 5.8 millones ya fallecieron. A quince años de distancia del primer caso, la epidemia del sida sigue fuera de control. ``Aunque ya nadie puede llamar al sida una enfermedad inevitablemente fatal e incurable <\n>--advirtió Peter Piot, director del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre Sida <\n>(ONUSIDA), en la ceremonia de inauguración de la Conferencia--, la epidemia es aún enorme, inestable y, sobre todo, invisible. Re<\h>presenta todavía un peligro para todos los habitantes de nuestro pequeño y dinámico planeta.'' El periódico oficial de la Conferencia de Vancouver, The Daily Progress, resume así el informe presentado por el ONUSIDA: ``El Programa estima que a diario ocurren 8,500 nuevas infecciones de VIH, casi la mitad de ellas en mujeres, y mil en niños. Más del 90 por ciento de los 21.8 millones de personas VIH positivas en el mundo viven en los países en desarrollo, donde el tratamiento más común contra ese virus es la aspirina.'' En la mayoría de estos países --agrega el doctor James Curran, de los Centros para el Control de las Enfermedades de Atlanta, E.U.-- ``el virus está ganando y nos tiene maniatados''.
A pesar de este sombrío panorama, los éxitos de los programas de prevención en algunos lugares dan paso, moderadamente, al optimismo. En Uganda, por ejemplo, según los estudios presentados, los casos anuales de nuevas infecciones en mujeres de 15 a 24 años se redujeron 35 por ciento. Esta importante disminución se atribuye a los cambios en el comportamiento sexual femenino y al incremento del uso del condón. Si estos cambios se mantienen, los especialistas calculan una reducción del 50 por ciento para el año 2000.
Han sido también muy exitosas las campañas por el uso del condón en Tailandia . Allí el uso de condones aumentó de 14 por ciento en 1984 a 90 por ciento en 1994, y se estima que tales acciones preventivas evitaron dos millones de nuevas infecciones y, para el 2000, esa cifra positiva aumentará a 5 millones.
La efectividad de las acciones que fomentan el uso del preservativo también se demostró en la disminución del porcentaje (30 por ciento) de la práctica del sexo anal desprotegido entre los hombres gay de Estados Unidos.
Estos logros son aún más notables si tomamos en cuenta que, como sugiere el abogado australiano Michael Kirby, el trabajo de prevención es mucho más difícil que las investigaciones terapéuticas, por involucrar el mayor de los retos: el cambio de las sociedades y del comportamiento humano. Y es aquí donde se sitúan los mayores y mejores logros de la lucha contra el sida: el crecimiento del número de quienes dedican su tiempo entero o una parte considerable a combatir esta pandemia. Muchos trabajadores inmigrantes, amas de casa, trabajadoras sexuales, gays o miembros de otras minorías, sin reconocimiento social posible han llegado a ser, con esta crisis, trabajadores sociales, organizadores comunitarios, educadores y con ello le imprimen otro rumbo a sus existencias individuales y le han infundido un nuevo y radical sentido humanista a la vida en el planeta
Agradecemos la contribución de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) en la realización de este trabajo