Boris Yeltsin demoró todo lo que pudo y esperó a ser reelegido, pero por último tuvo que reconocer que, como decía a voz en grito la prensa mundial, debía ser operado de urgencia de su enfermedad cardiovascular (se cree que le instalarán un marcapaso en el corazón). Esa operación, bastante difundida en los países industriales más avanzados, no es muy común en Rusia, y las condiciones políticas imperantes en esa nación, así como las del paciente, no autorizan su traslado a un hospital extranjero. De modo que la fragilidad de la salud de Yeltsin pone en cuestión los resultados de la reciente elección presidencial y, con ellos, el difícil equilibrio de poderes en el seno del Kremlin mismo y entre éste y la oposición, que controla el Parlamento.
A una crisis económica y social profunda, debido a la difícil transición de Rusia hacia una acumulación capitalista privada ``de choque'', se une de este modo una aceleración de la crisis política que hace correr el riesgo de reabrir, además de la lucha por la presidencia, la herida mal cerrada de la guerra de Chechenia, en un momento mundial particularmente difícil para la maltrecha gran potencia eslava.
El general Alexander Lebed se ha apresurado a decir que Yeltsin debe designar su reemplazante, aunque la Constitución diga que el interinato debe quedar a cargo del primer ministro (el boss del petróleo Viktor Chernomyrdin, quien tiene una política sobre la guerra por ese combustible en Chechenia opuesta a la del enérgico militar). A eso ha agregado que Chernomyrdin no ama mucho el acuerdo con los chechenos obtenido por el mismo Lebed ni que éste, en caso de elecciones presidenciales anticipadas, volvería a presentar su candidatura (con el subentendido de que lo hará contra sus aliados actuales). El primer ministro se escuda en la Constitución, pero ésta ha sido fabricada a la medida de Yeltsin y es lo suficientemente vaga como para poder ser interpretada de modos opuestos, dado que no establece quién determinará que el presidente está inhabilitado para ejercer su cargo (en el caso de que éste no salga de su operación con todas las condiciones físicas necesarias para ocupar su difícil puesto). Para complicar aún más las cosas, Lebed -candidato in pectore al puesto supremo- ha dicho claramente, ``como ruso y como miembro del Consejo de Seguridad de Rusia'', que el ataque a Irak podría sentar un precedente en el caso de que Estados Unidos no estuviese de acuerdo con el curso de los acontecimientos en Rusia, recordando así que ésta sigue siendo una potencia militar y nuclear y tiene intereses mundiales y regionales desde hace siglos.
El derrumbe ruso en 1989 ha hecho olvidar a muchos que, desde Iván el Terrible, Pedro el Grande y Catalina la Grande, Rusia es y ha sido una gran potencia, aun antes de que existiese Estados Unidos. Por lo tanto, en el momento en que el Cercano Oriente se convierte en un problema interno en la campaña electoral estadunidense, la inestabilidad creciente en Rusia y la aparición en ésta del nacionalismo de los militares trascienden el campo europeo y podrían poner en movimiento todo el complicado sistema de alianzas y oposiciones establecido por Washington, tanto en Europa como en el Cercano Oriente y en Asia misma (incluyendo China y Japón, que piensan en el petróleo y en el mercado del gigante ruso). La política exterior, que Washington expulsó por la puerta al actuar mundialmente mediante diktats determinados por su política nacional, podría colársele nuevamente por la ventana. Tal como están las cosas, de las palpitaciones del corazón de Boris Yeltsin y de lo que palpita en el Kremlin y en Moscú podrían surgir nuevas complicaciones mundiales que no hay que subestimar