El último entrevistado es Armando Ramírez Espinosa, 30 años, ex chavo banda, personalidad extrovertida, poeta, actor, editor, arete en el lóbulo de la oreja izquierda. Junto a él escucha atentamente un joven fornido que practica la lucha libre, cabeza rapada, tatuajes en brazos y hombros.
Aquí en Tuxtla Gutiérrez tuvo lugar el último Encuentro nacional de la Conamup antes de disolverse. Ya entonces el trabajo con los colonos perdía sentido frente a la problemática de los jóvenes. Nos intimidaba, por no entenderla, la presencia de los chavos banda vestidos de cuero negro bajo los rayos del sol chiapaneco. Empezamos con lo que sabíamos hacer: talleres de teatro. Con Félix Maldonado recién salido de la cárcel y sin posibilidades de empleo, impulsamos entre los jóvenes un oficio que también conocemos bien: la carpintería. Con apoyo del INEA instalamos un taller en Las Granjas Kilómetro 4 de naturaleza psicopedagógica. Era el momento en que las bandas de jóvenes protagonizaban la descomposición de la colonia e iniciaban ese proceso en toda la ciudad. Impartíamos teatro y serigrafía, editábamos trípticos de divulgación cultural y hasta un periódico llegamos a tener. Muy conveniente era que lo hiciéramos institucionalmente, de modo que nos acercamos a la Sedesol. Pronto, sin embargo, se asustaron ante el hecho de que en lugar de controlar a los jóvenes, o encaminarlos, se estaban creando espacios de autogestión cuyo prestigio comenzaba a ser internacional.
Nos distanciamos de la izquierda no por diferencias de fondo sino por la carencia de alternativas que la caracteriza. Llegaron entonces los chavos de Rochester (Centro de Rehabilitación) y el proyecto nos empezó a rebasar. Los chavos comenzaron a vivir entre ellos y a formar sus propias familias. Ocurrió, por otra parte, que en nuestro afán de construir un proyecto cultural con imágenes analógicas donde la violencia es el sujeto crítico, proyectamos películas que más tarde los chavos protagonizaban en la vida real sin reparar en el mensaje social. Comprendimos que es un error pedirles que se calmen. Del grupo fundador sólo quedan dos, los demás, que eran muchos, murieron a balazos. Otros fueron escindiéndose entre sí hasta crear una maraña de grupos sin estructura ni cabezas visibles. Hoy rolan las drogas y las chavitas: el placer es perseguido como fin, al punto incluso de amputarse los dedos sólo por el placer de experimentar dolor. No hay mañana. Eso que aterroriza a cualquiera, a ellos les tiene sin cuidado.
Desde 1994, con el arribo del EZLN a la escena nacional e internacional, se suspendieron las propuestas urbanas locales. Quedamos fuera. Las ONG que actúan en Tuxtla Gutiérrez son casi todas del gobierno. Los que antes fueron niños de la calle no quisieron saber ya más del trabajo con instituciones y crearon su propio consejo. Esta circunstancia propició el surgimiento de grupos como Los Lombardistas, que reciben apoyo institucional pero mantienen su independencia y se conducen con sus propios códigos. Grupos como éstos a menudo son empleados como fuerza de choque. En cada vivienda popular viven uno o dos chavos banda. De ese tamaño es el fenómeno social que representan.
Nuestro proyecto se agotó por razones de número, pero también porque mientras discutíamos, en otro sitio los chavos se mataban entre sí. Los amamanta la calle y frente a eso no hay proyecto que resista. Carecen de conciencia política pero no la necesitan. Su reproducción social, a diferencia de los colonos, no depende de los procesos territoriales, ni de la lucha de clases que reivindicaban éstos en el cambio social de largo plazo. Por eso les vale madre la cuestión urbana. El hecho, sin embargo, es que son protagonistas de la nueva sociedad urbana de Chiapas que no alcanzamos a comprender. Para eso no necesitan identidad ni rostro ni proyecto histórico. Aborrecen por igual a todas las clases sociales.
En el pasado los proyectos urbano populares surgieron de una problemática cuantitativa muy ideologizada, pero ahora que enfrentamos la descomposición social no sabemos a qué atenernos. Las cooperativas de vivienda, salud, educación, abasto, ecología, etcétera, alcanzan sus límites antes de confrontarse con la realidad.
Lo mismo ocurre con los proyectos productivos como tortillerías, huertas familiares, etcétera. Pasan por alto que los chavos son producto de la ciudad y no campesinos que recién ingresan a ella. Se acabó el mito, la utopía de la redención social. La economía que priva es la del placer y la descomposición. Como en la guerra. ¿Qué tipo de ciudad producen estas conductas? ¿Cuáles las perspectivas del trabajo popular independiente?
De esto, si quieres, hablamos en otra oportunidad.