León Bendesky
Los dos mensajes

La posición oficial con respecto a la situación económica del país es rígida y, además, es defendida con gran celo ante todo asomo no sólo de oposición sino hasta de sospecha. La semana pasada, Ernesto Zedillo tuvo una doble oportunidad de volver a plantear la visión oficial del desenvolvimiento de la economía. En el segundo Informe mantuvo la tesis de que la política económica en curso es la única posible y que por lo tanto se mantendrá su aplicación. En Cochabamba afirmó su convicción con respecto a las virtudes de un sistema de libre mercado, y señaló que únicamente perseverando en las reformas se garantizará el resurgimiento de la economía mexicana.

La defensa de la gestión económica hecha en el Informe fue débil, ya que no existen argumentos convincentes acerca de las virtudes del programa de ajuste que se está aplicando. La situación real de la economía mexicana no corresponde a la propuesta gubernamental sobre la recuperación y los nuevos equilibrios financieros. Esa situación sigue siendo grave y de una gran fragilidad. El crecimiento observado y tal como se expresa en las estadísticas no es tan espectacular como se pretende; por el contrario, es aún muy pobre y la verdadera recuperación del producto tardará bastante. Esto no es únicamente cuestión del actual programa instrumentado frente a la crisis de 1994, es un asunto que concierne a los últimos 15 años, periodo en el que el balance de la administración de la economía muestra que es un fracaso. Esto debe ser visto así, en bloque, y no referirse, como mañosamente se hace, al periodo anterior.

Las comparecencias de los funcionarios públicos ante el Congreso ofrecieron una mejor perspectiva de la situación. El secretario de Agricultura dijo que la crisis del campo tardará 15 años en resolverse. Sobre qué bases sustenta este argumento nadie lo sabe. A partir de las acciones que se aplican en el sector agropecuario, bien pudiera ser que tarde el doble o el triple de ese tiempo, o que nunca se logre superar el atraso. El secretario del Trabajo reconoció que los salarios reales siguen cayendo y que no puede siquiera sugerir cuándo se revertirá esa situación, al igual que no sabe cómo se crearán los empleos que requiere la población. Y el de Hacienda sigue enredado en las tasas de interés y el tipo de cambio, esperando qué hará Mr. Greenspan desde la Reserva Federal en Washington. Mientras tanto no halla cómo hacer que la política fiscal cumpla una función promotora de la actividad económica y no se siga castigando el consumo como forma privilegiada de lograr una incierta estabilidad. Los claroscuros del mensaje anual ante la nación quedaron así de manifiesto.

El discurso en la reunión del Grupo de Río fue una defensa doctrinaria de las fuerzas del mercado. Fue como debatir la importancia de la interpretación de los sueños en un congreso de psicoanalistas. Ya está demasiado avanzado el actual proceso de liberalización y son cada vez más evidentes los conflictos que genera al interior de cada país y en las relaciones internacionales para enarbolar sus principios como propuesta política. Es necesaria una renovación de esa propuesta política para crear un conjunto de grandes acuerdos nacionales que sirvan como base para enderezar el camino del país. Esta posición contrasta con el pragmatismo que caracteriza la conducción de los asuntos económicos en el mercado. El dilema que se plantea entre mercado y Estado es artificial. El capitalismo no puede prescindir de ninguno de los dos, especialmente un sistema tan ineficiente como el que opera en este país.

Menem volvió del confort político e ideológico de la reunión de Bolivia para encontrarse que en Argentina su propia insistencia en las virtudes de estas mismas políticas enfrenta al duro embate de la Confederación General del Trabajo. La poderosa central obrera abrió ya una clara disputa en el seno del peronismo. El fundamentalismo liberal está ya convirtiéndose en una versión perversa de la austeridad como forma de vida en sociedades cada vez más empobrecidas. Los gobiernos tendrán que enfrentar pronto la responsabilidad --histórica y no sólo coyuntural-- por la forma en que están recomponiendo a la sociedad de manera que cada vez se concentra más una menor generación de riqueza.