Miguel Concha
José Carrasco Tapia

En América Latina se han producido transformaciones que hasta hace apenas unos cuantos años habrían parecido imposibles de alcanzar, o que se encontraban tan lejos en el tiempo, que sólo podrían ser disfrutadas por personas de un futuro muy distante. Hoy ya no existe ninguna de aquellas antiguas dictaduras y dinastías militares. Absolutamente todos los gobiernos han salido de eventos electorales, y, en algunos casos, incluso ha sido posible la sucesión presidencial entre civiles. Chile, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, son algunos de estos ejemplos que en los años 70 y 80 fueron noticia por sus conflictos sociales y políticos, y por la guerra sucia llevada a cabo por sus ejércitos y las bandas paramilitares autodenominadas ``democráticas'' y anticomunistas.

Centenares de miles de personas fueron asesinadas en todo el continente, al amparo de la nefasta ideología de la seguridad nacional.

En esa construcción de espacios para la democracia, y de cerrarle los cauces a la irracionalidad y a la violencia, resulta indiscutiblemente fundamental el papel que han jugado los medios de comunicación de corte democrático, veraces, profesionales, libres y valerosos. Medios que se caracterizan por contar con la participación de hombres y mujeres íntegros y patrióticos, cuyo interés principal se cifra en el mejoramiento de todas las condiciones de vida de su pueblo, en alcanzar y mantener la independencia y la soberanía de su país, en la capacidad de autodeterminación de los pueblos, y en el mantenimiento de las más justas relaciones internacionales y la paz mundial.

Los países latinoamericanos fueron noticia por las graves violaciones a los derechos humanos que aquí se cometían, y los periodistas que las dieron a conocer al mundo y sacaron a relucir el subdesarrollo de nuestro subcontinente se convirtieron en los blancos predilectos de los represores, que encabezaban aquéllos nefastos gobiernos. Cuando los hombres y las mujeres de la prensa eran reprimidos, mediante el exilio, el encarcelamiento, la muerte violenta o la desaparición forzosa, sus verdugos intentaban no sólo acallar aquella voz que denunciaba los crímenes de las dictaduras militares, sino, con ello, silenciar por el terror a todas las demás voces.

Así, este domingo 8 de septiembre se cumplen ocho años del secuestro y asesinato del periodista militante José Carrasco Tapia. Como tantos otros, Carrasco Tapia fue uno de los miles de profesionales que recorrieron los campos de concentración que abrió el fascismo desde el fatídico septiembre de 1973. Luego conoció el exilio, y a poco de volver a su tierra se integró a la redacción de la revista independiente Análisis. Por su reconocida trayectoria fue nombrado representante de su gremio en el Consejo Nacional de Periodistas. Apenas dos días antes de su muerte había regresado de Argentina, donde estuvo recabando solidaridad y apoyo para el periodismo libre de Chile. De Carrasco se dice que ``todo su trabajo es reconocido bajo las banderas de la defensa de la libertad de opinión y expresión''.

El crimen continúa sin ser esclarecido por las autoridades chilenas. Fue cometido en 1986 por un grupo de hombres vestidos de civil, fuertemente armados, que después de irrumpir violentamente en la casa del periodista y golpear a sus familiares, raptaron a José Carrasco para conducirlo hasta el muro de un cementerio, en donde le hicieron más de una docena de disparos a la cabeza.

Acerca de quiénes fueron los autores materiales del homicidio, posiblemente ninguno de los testigos pueda dar razón. Pero sobre las motivaciones y en torno a quiénes fueron los directores intelectuales, cualquiera en Chile puede informar: ¡fue Pinochet!, se afirmó desde que la muerte del periodista comenzó a ser conocida. Nadie nunca lo ha dudado, sobre todo desde que, dos años antes del secuestro, el general Guillard, por esa época Intendente de Santiago, había amenazado de muerte a Carrasco. Nadie lo duda tampoco, pues desde el mismo momento de las amenazas, el periodista pidió protección a los órganos de justicia, y se la negaron.

Nadie lo duda porque el entonces ministro secretario general de gobierno, Alfonso Márquez de la Plata Yrarrázabal, en una carta enviada a la Asociación de Corresponsales Extranjeros en México (ACEM), decía que en la Fiscalía Militar existía un juicio sumario en contra de José Carrasco Tapia, a cargo del fiscal Pedro Marisio. Nadie lo duda, porque el mismo Pinochet había dicho pocos días antes que ``a ciertos señores los tenemos en engorde'', aludiendo a que a esas personas las iban a matar. Nadie lo duda, porque a Pinochet se le conoce por haber ordenado la muerte de millares de chilenos. Por toda la evidencia que existe, confiamos en que el actual gobierno de Chile y la Corte Suprema de Justicia aclaren y den a conocer todo lo relativo a la muerte de José Carrasco Tapia y se castigue justamente a los responsables.