Angeles González Gamio
De alma tierna

Eran considerados los indígenas en la época virreinal. Por ello, cuando finalmente se permitió a las hijas de los caciques indios profesar en una orden religiosa, fue una sorpresa descubrir que era ejemplar su enorme capacidad y virtudes. Cien años tardó la Iglesia católica en aceptarlas en su seno como monjas, y requirió de una cédula real que emitió --forzadamente-- el monarca Luis I, según cuentan las crónicas de la época.

También fue necesario un decreto del Papa Benedicto XIII, fechado el 26 de julio de 1727, por el cual ordenó que únicamente las indias caciques y nunca las de otras castas, profesaran en el convento, anulando desde ese momento todo lo que en contrario se hiciera.

Para ``probarlas'' con la mayor dureza, a sabiendas de su gran afición por el chocolate, se estableció la prohibición de beberlo ``o propiciar que otro lo hiciera''. El patrono del novedoso convento fue don Baltazar de Zúñiga y Guzmán Sotomayor y Mendoza, duque de Airon y marqués de Valero de Ayamonte y Alenquer, XXXVI virrey de la nueva España, quien a pesar de sus múltiples titulos y apellidos, era de una gran sencillez y calidad humana; todo ello se manifestó en cariño y preocupación por los indios. Por esta razón y por un atentado que llevó a cabo contra su persona un loco llamado Nicolás Camacho, del cual milagrosamente salvó la vida, en agradecimiento al todopoderoso se dedicó a convencer a las autoridades reales y eclesiásticas de que le permitieran fundar un convento para las nobles indígenas. Para ello adquirió en 40 mil pesos un solar, en donde se hallaba una pulquería, enfrente del jardín de la Alameda. El 12 de septiembre de 1724 puso la primera piedra, concluyéndose templo y convento cuatro años más tarde, bajo la advocación de Corpus Christi y las reglas de Santa Clara.

De cuatro conventos salieron las religiosas que habrían de establecerlo y de inmediato seleccionaron a las 18 candidatas, de las decenas de aspirantes indias; el límite establecido era de 20; entre ellas destacaron por sus virtudes doña María Teresa de los Reyes Valeriano y Moctezuma, sexta nieta del emperador azteca, y sor María Gertrudis de los Dolores, hija de los indios caciques del barrio de San Pablo.

Hay que destacar que el arquitecto que edificó iglesia y convento fue el extraordinario Pedro de Arrieta, autor, entre otras obras maravillosas, del palacio de la Inquisición; aquí no se quedó atrás, pues levantó una pieza exquisita en la fachada del templo: dividida en tres secciones por unas pilastras lisas y tres frontones que le imprimen un aspecto purista, sin embargo su portada es de un barroco sobrio y muestra sobre la puerta principal tres relieves tallados en cantera plateada, de una gran originalidad y belleza: el central, de enorme tamaño, es uno de los más importantes del arte virreinal del siglo XVIII; magníficamente labrado representa una custodia, símbolo del Corpus Christi y de la orden religiosa, que está sostenida por dos ángeles y enmarcada por una enorme orla, ornamentada con rayos y faldones. Los dos relieves laterales semejan copones y están decorados en el interior con dos medallones lisos.

Al abandonarlo las monjas en 1867, por las leyes juaristas, el convento sirvió para escuela de sordomudos y después fue destruido. La iglesia fue bodega, templo protestante, sede de la iglesia cismática, Museo de Higiene, y hasta hace unos meses Museo Nacional de Artes e Industrias Populares.

Todo ello llevó a que el interior fuese muy afectado: la cubierta de medio cañón tuvo que ser reforzada por una estructura de acero, aunque afortunadamente sobrevive el ábside --especie de concha donde se coloca el altar mayor-- con su bóveda con nervaduras. La única nave se dividió con un muro, en el cual pintó Miguel Covarrubias, en 1951, el mural ``Mapa de Arte Popular Mexicano'' como tema del museo que lo ocupó.

Ahora cerrado y en un lamentable estado de abandono, ya que quedó dentro del debatido Proyecto Alameda, requiere por lo menos un trabajo de emergencia, pues se ve con grietas y fisuras que posiblemente no resistirían un temblor o las obras de las grandes construcciones que pretenden hacer a su alrededor. Es una joya del barroco, patrimonio de todos los mexicanos, y no podemos permitir que se pierda.

Además tiene la ventaja de estar a la vuelta del tradicional restaurante Lincoln, en Revillagigedo 24, que conserva buena comida mexicana, con platillos de su especialidad, como la deliciosa lengua alcaparrada y el filete chemita. Hablando de lugares de tradición, el afamado Prendes continúa cerrado, con desteñida bandera de huelga, y se dice que sacaron los famosos murales ¡qué pena!